Una idea navideña arriesgada desató un escándalo y sacó algunos trapitos al sol.
La Navidad del Niño Perón y la patrulla católica que responde a su jefa
Los mastines Milton, Murray, Robert y Lucas, bajo las órdenes de Conan "las Fuerzas del Cielo", conducen al Presidente en el entrevero que marca la agenda política.
"Navidad Navidad hay que festejar, todo el mundo es peronista esta Navidad. Melchor es oligarca, Baltazar es un burgués, Gaspar es delegado de la JP. Si no quieren lucha, hay una solución seguir la doctrina del Niño Perón". El Presidente se paseaba cantando una y otra vez la canción de Bombita Rodríguez. El espíritu navideño le pegaba así, a medio paso entre la ironía y ese deseo reprimido del adulto que quiere recuperar el tiempo de la infancia postergada. Aunque claro, siendo un Jefe de Estado.
Andaba de buen humor, el tema de los excels de la inflación lo ponían vigoroso. Fue a ver a Murray, el que lo apañaba siempre, y le contó su idea. Los mastines esa noche lo discutieron. Conan rugió y Karina fue tajante: "Si le decís que no se pone peor". El Niño Perón venía en camino.
En el balcón de la Rosada, Macri, Kueider y el Kun Aguero, ahora confeso simpatizante libertario, oficiaban de Reyes Magos con capa y corona a pesar del calor de diciembre. A Kueider le sumaron una barba espesa, ya no sabían como esconderlo.
En el acto todo se llenó de teléfonos filmando el insólito sketch. Con la marcha peronista en formato de villancico cantada por Ricardo Iorio, las luces se enfocaron en una suerte de colchón de paja que se hallaba bajo un alero de madera. La luz blanca expuso su rostro. Cristina dio a luz al Niño Perón. Allí, entre las ofrendas de los Reyes Magos, el Presidente gateaba y se autoproclamaba el salvador, un yeite tan peronista como mojarse el pelo en el boliche.
No tardaron ni diez minutos en llegar. La comitiva ultracatólica, promilitar llegó dispuesta a exorcizar la blasfemia del pesebre viviente del Presidente. Una mujer joven, muy delgada, con una túnica en la cabeza recitaba salmos a gritos, con una cruz en la mano y una botella de shampoo llena de agua bendita. Zarandeaban en el aire carteles de Cristo Rey, después se pusieron en ronda y empezaron a rezar el rosario. Había un dato que incomodaba, el que tuvo la idea de ir a repudiar la performance del pesebre fue el padre Javier Olivera Ravasi, el organizador del festival "Viva la derecha fest", que subía fotos a Instagram de un rosario hecho con balas. Pero, después del escándalo con la visita de los congresistas a los represores presos, había bajado el perfil y se encontraba en Estados Unidos. En su lugar, el cura Xavier Ryckeboer, capellán del Hospital Milstein, asumía la presencia institucional de la Iglesia para respaldar a todos los civiles devotos que se manifestaban ante el Niño Perón.
Pero no todo era suceptibilidad religiosa. Era parte de una guerra fría entre Villarruel y el Presidente. La tropa católica respondía a ella, una confesa promilitar que simpatiza con la movida en Ezeiza que organizó el cura Ravasi. Toda la semana hubo idas y vueltas entre ellos. Durante un evento en la Bolsa de Comercio de Córdoba, el Presidente lanzó una frase que, aunque parecía una broma, reflejó su malestar hacia Villarruel: "No se entusiasmen con que viaje mucho porque cada vez que me voy siempre alguno me hace alguna". Desde Italia, donde participaba en un evento con la derecha europea, él criticó públicamente a Villarruel, quien intentó bajar el tono asegurando ser parte del espacio gobernante.
El cruce más reciente involucró a Patricia Bullrich, en medio del escándalo por el gendarme detenido en Venezuela. Bullrich calificó las declaraciones de Villarruel como "vergonzosas" y la acusó de utilizar el caso para obtener apoyo público. Estas tensiones llegaron a la Casa Rosada, donde funcionarios del gabinete consideraron que eran "chicana sin sentido". El fuego cruzado seguía y ahora sus soldados católicos se pronunciaban.
El Niño Perón que traía un pan bajo el brazo como todo recién nacido, se puso a arrojar por el balcón los billetes nuevos de 20 mil pesos. Muy parecidos en el diseño a aquel billete de 20 Lecops, los dos con la cara de Alberdi, el autor intelectual del este estilo de gestión que se reparte entre el delirio místico y el onanismo financiero. Justo en diciembre.
El final fue confuso, el Niño Perón bajó dónde estaban los católicos y como Dios perdona, cantando "Jesús te seguiré" y comiendo empanadas cortada a cuchillo con clericó y Ananá Fizz. Si alguien hubiese hecho el silencio necesario, habría escuchado la risa de Victoria, satisfecha con la picardía de hoy, apenas una muestra de que, si quería, podía convertirse en una pesadilla. Continuará...
Este espacio combina elementos de ficción con datos y sucesos de valor periodístico.