Trump y Milei interpretan con atención a los votantes y los seducen. Esa ha sido su fórmula para llegar el poder.
Cuando los "narcisistas monstruosos" miran a los votantes
"Había un gran abismo de desigualdad ante sus narices y, de alguna manera, muchos demócratas no lo vieron. Trump es un narcisista monstruoso, pero hay algo extraño en una clase educada que se mira en el espejo de la sociedad y solo se ve a sí misma".
David Brooks, periodista, en "The New York Times"
Entre las múltiples contribuciones de los Estados Unidos a la cultura contemporánea ocupa un lugar primordial la llamada "Serie Negra". Son las narraciones policiales que abandonaron la resolución del enigma como objetivo principal para adentrarse en el muy complejo y excitante mundo de las razones sociales del crimen. En el policial clásico el detective quiere desentrañar cómo sucedió el hecho criminal, en la "Serie Negra" el objetivo de los autores es explicar por qué sucedió. Se indaga en los mecanismos sociales que han llevado al asesinato. Siempre están inspirados en el dinero. El móvil es económico. La "Serie Negra" es una profunda indagación en el capitalismo y sus efectos en el devenir social. El género se inició a mediados de la década del 20 del siglo pasado cuando Joseph T. Shaw asumió la dirección de la revista "Black Mask" y comenzó a publicar cuentos inspirados por la necesidad de desnudar los mecanismos sociales estadounidenses de esos años. Había un contexto muy marcado por el gangsterismo, los traficantes de alcohol y un sistema político y judicial muy corrupto. Un gran difusor de este género literario imprescindible fue Ricardo Piglia: "El crimen es el espejo de la sociedad, esto es, la sociedad es vista desde el crimen: en ella se ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones personales, hasta reducirlas a simples relaciones de interés, convirtiendo a la moral y a la dignidad en un simple valor de cambio. Todo está corrompido y esa sociedad (y su ámbito privilegiado: la ciudad) es una jungla". Los "thrillers" publicados por el "Capitán" Shaw (que estructuró y dio origen al policial negro pero nunca escribió una línea) proporcionaron fama a sus autores, luego transformados en clásicos. Por esas páginas pasaron Dashiell Hammett, James M. Cain, William Burnett, Raymond Chandler, James M. Cain y Horace McCoy. El propio Shaw declaró en 1931: "Creemos estar prestando un servicio público al publicar las historias realistas, fieles a la verdad y aleccionadoras sobre el crimen moderno". El formidable hallazgo de ese editor y de esos autores fue el desplazamiento de la atención en el relato policial del "cómo" sucedió el crimen al "por qué". Es decir, de los modos a las razones. Se pasó del descubrimiento del criminal a escudriñar en las razones sociales del crimen. La nueva modalidad conectaba a la literatura con la realidad circundante de una manera estremecedora. En una pieza literaria se condensaban líneas ocultas de lo que sucedía afuera, en la calle, de un modo descarnado y atroz, pero además bello y sugestivo.
Ese cambio de perspectiva en el modo de enfrentar el asunto puede parangonarse metafóricamente con el que se ha producido en la vida social y política de los países con la irrupción de internet. Las nuevas tecnologías cambiaron para siempre el modo de relacionarse entre los seres humanos. Y están cambiando de mala manera lo político. Muta la manera en que los ciudadanos interactúan con el poder. Entraron en crisis las distancias, la intimidad, las jerarquías, la autoridad. Internet horizontalizó hasta límites extremos las conexiones entre las personas. Es lo que con intuición brillante el ensayista Martín Gurri señala en su libro "La rebelión del público" cuando explica que con las redes sociales lo que antes fueron masas que seguían o reaccionaban frente a un liderazgo político que era distante e inalcanzable, ahora son públicos que interactúan con las élites e incluso prescinden de ellas, haciéndoles demandas que en general no pueden ser satisfechas. La consecuencia es el enojo, la ira, la rabia de un público que existe de modo difuso para los gobernantes. En general no saben cómo comunicarse y darles respuestas. En el pasado quienes gobernaban estaban blindados, tenían asegurada una torre de marfil a la cual el resto no llegaba, transcurrían intermediados, y ahora están embarrados en el mismo lodo con los propios gobernados y sus demandas individuales y grupales insatisfechas. La consecuencia es un caos que aún no encuentra su orden, su cosmos, su modo de desenvolverse. Mientras tanto suceden hechos como la reciente elección de Donald Trump por mayorías contundentes, cuando los sondeos y los medios daban una aparente paridad. Los hilos de la sociedad estadounidense iban por otras vías que Trump interpretaba y no sus oponentes. Algo similar sucedió en la Argentina con Javier Milei. Pocos lo vieron venir.
El politólogo Yascha Mounk, profesor en la Universidad Johns Hopkins, entrevistado en el diario "Le Figaro" ha dado pistas muy originales para entender el fenómeno de la reelección trumpista. Desplaza su mirada del propio Trump, que ha mantenido encandilados a sus oponentes con sus excesos y extravagancias, como si fuera un cuento de enigma, y la centra en sus votantes, que pasan a ser la explicación de lo sucedido, como en la "Serie Negra": "Para mí, éste es realmente el comienzo de la era Donald Trump. Obviamente ha dominado mucho la política estadounidense en los últimos diez años, pero hasta hace poco todavía era posible pensar en él como un accidente de la historia. Lo que ocurrió en 2016 podría verse como una extraña curiosidad en la escala de la historia estadounidense. Hoy es la segunda vez en un tercio de siglo que un republicano gana la mayoría del voto popular. También es la segunda vez que un presidente es reelegido tras perder unas elecciones. Y, además de la presidencia, Trump tendrá probablemente plenos poderes en el Congreso y en el Tribunal Supremo. Así que se trata de un cambio importante para Estados Unidos y para el mundo. Hay varias razones próximas para este resultado: la altísima inflación de los últimos cuatro años, la impopularidad de Joe Biden, su estado mental y la campaña de última hora de Kamala Harris, reacia al riesgo. Pero también hay una razón mucho más profunda: los estadounidenses han perdido la confianza en sus instituciones. Una gran parte de los estadounidenses ha perdido toda confianza en la imparcialidad de los medios de comunicación, en la apertura de sus universidades, e incluso en la posibilidad de poder asumir sus opiniones políticas si trabaja en una gran empresa. Trump siempre ha prometido sacudir este establishment, asociado en la mente de la gente con el Partido Demócrata. Los demócratas podrán reconstruirse un poco estando en la oposición, aunque sólo sea porque ya no se les culpará de los problemas económicos. Pero si quieren poner fin a la era Trump, tendrán que entender esta crisis de confianza y cambiar por completo su relación con estas instituciones."
Es interesante mirar en el espejo estadounidense el proceso actual argentino con la llegada de Javier Milei a la presidencia. Quizás una de las principales razones, como reflexiona Mounk, haya que buscarla en esa pérdida de confianza en las instituciones. Mientras ese hecho se verifica, esas instituciones reclaman a los ciudadanos una confianza que se basaba, también lo explica con maestría Gurri, en un modo de relación que ya no existe más. Era una relación intermediada por las propias instituciones, los medios de comunicación, las universidades, los sindicatos, la justicia, los partidos tradicionales, etcétera. Ahora la conexión es directa con el individuo, con el ciudadano, con el votante. Quienes decidían, los gobernantes, estaban lejos, resguardados, y no rendían cuentas día a día. Se comunicaban a través de las corporaciones. El público, en términos de Gurri, es otra cosa. Porque se rebela y no negocia como lo hacían las corporaciones para preservar sus privilegios, sobre todo de cúpula, porque está enojado. Busca a quienes interpretan su enojo. Con la llegada de internet se cayó el velo. Se trata de un proceso global porque está sucediendo, con los matices de cada sociedad, en todas partes. Algunos pequeños ejemplos recientes. Según un sondeo de la consultora Fixer, mientras el 56% está en contra del veto de Milei en el tema universitario y el 43% a favor, con sólo 1% sin tomar partido, el 81% cree que hay que auditar a las universidades y sólo el 11% elige que no hay que hacerlo. Los universitarios, que suelen ubicarse alejados de la sociedad, ahora están bajo la observación ciudadana. Luego de los hechos recientes en los aeropuertos una enorme mayoría se expresa en favor de privatizar Aerolíneas, aún cuando al parecer es imposible por ahora por el estado deplorable en que años de populismo han dejado a la empresa. También ha surgido el tema de Intercargo y su papel en los paros que toman de rehenes a los ciudadanos. Lo nuevo es que la horizontalización de los debates ha hecho aparecer datos desconocidos para la mayoría y que cambian muchas opiniones. La opinión pública ha tomado una relevancia que no tenía. Se debaten temas espinosos que estaban ocultos. La calidad de esos debates dependerá de los protagonistas, tanto gubernamentales como de los interesados corporativos.Y sobre todo de quienes no estén ni de un lado ni de otro y pueden enriquecerlos. Porque más allá de los fuegos de artificio, lo crucial es que hay cosas que no funcionan bien y hay que mejorar.
Como la demanda, en Argentina y en Estados Unidos, es por lo que los votantes sienten que falla, es función de los gobiernos darles satisfacción. Y no es fácil porque esas demandas son muchas y a veces hasta contradictorias. Sin olvidar que lo más complejo es gestionar y mejorar. Criticar es fácil. Por ahora, el Partido Demócrata estadounidense y el conjunto del sistema político tradicional argentino se concentran en Trump y en Milei. Mientras, ellos interpretan con atención a los votantes y los seducen. Esa ha sido su fórmula para llegar el poder. Sólo el futuro dirá si pueden satisfacer a esos votantes que demandan, que son variados y complejos. Ambos presidentes esgrimen métodos heterodoxos, pero sus oponentes hasta ahora cometen el pecado de mirarse a sí mismos, como advierte David Brooks, mientras simulan estar interpretando a los votantes. En este nuevo mundo de las redes sociales nada alcanza, no hay tiempo para dilatar el abordaje de los problemas de los ciudadanos. Porque ellos están con una lupa sobre los gobernantes a los que les dieron su voto. Algo cambió radicalmente y todo hace pensar que nunca volverá a ser igual que antes.
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