Los que se van le dicen pueblo al lugar donde nacieron. Los que se quedan, odian decirle así.
Un pueblo para visitar
Volver al lugar donde naciste, de donde sos, se siente extraño. Es como visitar a una tía con la que hace mucho no hablás. No sabe nada de tu vida y la conversación se vuelve algo distante hasta que el pasado se hace presente y todo vuelve a fluir como antes.
El pueblo está distinto, pero mantiene ese aire que lo encierra en un lugar donde los que se quedaron viven y se reconocen entre ellos. Los que volvemos por unos días somos cuidadosos. No somos extranjeros pero algo se rompió cuando elegimos dejarlos. Somos susceptibles a cualquier cambio que vemos y a lo que ocurrió mientras no estábamos ahí.
Siempre pienso cómo debe ser vivir en el lugar donde naciste. Pasar por una calle o una vereda donde jugabas cuando eras chico. Saber qué pasó con el almacén a mitad de cuadra y que fue de la vida de los hijos de la dueña de la mercería de la esquina.
El pueblo crece con el silencio caminando al lado. Las casas en ese barrio son todas iguales y los días y las noches también. El sol y el frío pegan siempre de la misma manera. Al mediodía, en una vereda vacía, hay una nena mientras el perro sentado la mira muy concentrado. Puede ser cualquier día y cualquier época del año. No hay indicios en esa geografía de cambios que nos manden una señal. Ese barrio desconoce el mediodía ruidoso que ocurre en ese momento en la ciudad.
Despertar con el silencio es muy especial porque trae recuerdos de la infancia y la adolescencia. Es mágico. Es saber por un instante que perteneciste a ese lugar alguna vez, que fuiste feliz, que soñaste con dejarlo y que sabías que se terminaría. El encuentro es a solas con el lugar que hizo cosas mientras no estabas aunque siempre mantiene el olor a verde de los árboles y el cielo azul brillante. El pueblo me dice que ahora hay otra gente que no conozco ni me conocen. Que el centro está más grande y muy cambiado; que hay pocos pero nuevos edificios que se han transformado y que hay un boulevard que marca los vestigios de ciudad.
Le digo que acá guarda toda mi infancia, mis primeros amigos, mis calles donde jugaba los sábados a la tarde; y cuando el foco de la esquina se prendía marcaba la hora de volver a casa.
Le comento que muchas veces lo recuerdo por más que casi no hablo de él. Que, aunque la distancia no sea tanta, no viajo mucho.
Son tantas las maneras de volver que siempre lo hago. Siempre vuelvo a este lugar, desde un pensamiento, una canción, una cara que me cruzo en la gran ciudad y reconozco que es de acá.
Ahora me despido. Lo dejo con su silencio, su progreso, sus enojos y sus logros. Se queda con su nueva gente que no sabe de pasados y no mira para atrás, entonces estoy segura que nunca me verán.
Antes de irme dejaré colgada detrás de la puerta principal la nostalgia que sale y me abraza cada vez que llego a ese lugar el cual ya no pertenezco más.