Por qué es necesaria la política y el gran político: se los necesita para modificar la realidad. El político la cambia y el intelectual la explica, la contempla, la piensa.
Las sociedades decadentes están enfermas de apraxia
"Las universidades han llegado a ser así fiel reflejo de esas sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil".
"Manifiesto Liminar", redactado por Deodoro Roca durante la Reforma Universitaria, Córdoba, 1918
Gregorio Morán escribió un libro apasionante: "El maestro en el erial. Ortega y Gasset y la cultura del franquismo" (1998). Narra con detalle momentos importantes de la vida intelectual y política del pensador español que tanto influyó en la vida argentina. Corre 1946 y Ortega vive su autoexilio en Portugal luego del fin de la Guerra Civil. Es invitado al Ateneo de Madrid, institución cultural emblemática que se está relanzando. Con el régimen de Francisco Franco consolidándose el retorno de semejante personalidad es una noticia que moviliza a detractores y partidarios del Caudillo. Hay inquietud por saber qué dirá el repatriado. Los decepciona a todos. Franquistas y antifranquistas (que deben serlo sin decirlo) lo escuchan: "Por primera vez, tras enormes angustias y tártagos, España tiene suerte. Pese a ciertas menudas apariencias, a breves nubarrones que no pasan de ser meteorológicas anécdotas, el horizonte de España está despejado... Mientras los demás pueblos se hallan enfermos..., el nuestro, lleno, sin duda, de defectos y pésimos hábitos, da la casualidad que ha salido de esta etapa turbia y turbulenta época con una sorprendente, casi indecente salud". Para los oficialistas "pese a ciertas menudas apariencias, a breves nubarrones que no pasan de ser meteorológicas anécdotas" resulta una prevención inaceptable. Es sabido que los autoritarismos son intolerantes y aspiran a la unanimidad. Ningún matiz les resulta tolerable. El resto del párrafo habla por sí solo de lo que deben haber sentido con semejante sucesión de agachadas y falsedades los derrotados de la guerra en las palabras de uno de los tres firmantes del "Manifiesto al servicio de la República" de 1931. La "casi indecente salud" de España frente a los demás pueblos enfermos saliendo de la Segunda Guerra Mundial le costará muy caro a Ortega.
Ese momento se remata con otra anécdota contada por el secretario general de Propaganda del régimen, Pedro Rocamora, artífice de la visita de Ortega y Gasset. Le pide una audiencia al Caudillo para elevarle un mensaje del filósofo. Franco lo recibe y Rocamora le transmite: "Excelencia, don José quisiera saber quién le hace los discursos". Lo cual apuntaba a saber si estaba conforme y postularse para hacerlo. La segunda inquietud orteguiana era "si le permitían decir dos o tres cosas que no le gustaban del régimen, podría entonces afirmar las otras cosas que le satisfacían." Rocamora cierra el relato: "El Generalísimo me escuchó con atención, apenas unos minutos, y luego se levantó, como dando por terminada la audiencia. Dio unos pasos hacia la puerta para despedirme y sólo me respondió: ‘Rocamora, Rocamora, no se fie usted de los intelectuales". El mensajero transmitió a Ortega del modo más benévolo posible el fracaso de su gestión y recibió por respuesta: "¡Él se lo pierde!". El filósofo moriría diez años después y el dictador gobernaría cuarenta años hasta morir al mando.
Lo cierto es que más allá de esos dobleces personales y las idas y vueltas políticas del hombre de carne y hueso buena parte de la obra de Ortega y Gasset sigue teniendo una enorme vitalidad. En "Mirabeau o el político", ensayo de 1927, explica que el político es impulsividad y activismo. "Vivir para él no es pensar, es hacer... su torrencial activismo (el de Mirabeau) lo ahogaba. He aquí lo más característico de todo hombre político... El intelectual no siente la necesidad de la acción... Se complace, por el contrario, en intercalar cavilaciones entre la excitación y la actuación. Hay pues, dos clases de hombres: los ocupados y los preocupados; políticos e intelectuales. Pensar es ocuparse antes de ocuparse; es preocuparse de las cosas, es interponer ideas ante el desear y el ejecutar. La preocupación extrema lleva a la apraxia (según el diccionario de la RAE es "la incapacidad de realizar movimientos voluntarios sin causa orgánica que lo impida"), que es una enfermedad. El intelectual es, en efecto, casi siempre, un poco enfermo. En cambio el político es -como Mirabeau, como César- por lo pronto, un magnífico animal, una espléndida fisiología... Eso es lo que hace el intelectual, el moral: contemplar sus propios actos. Por eso suele no ejecutarlos. Pero el impulsivo no se anda en contemplaciones. En él lo primario es ya el operar."
Esa es la razón, magníficamente explicada por Ortega, de por qué es necesaria la política y el gran político: se los necesita para modificar la realidad. El político la cambia y el intelectual la explica, la contempla, la piensa. Por supuesto que no está hablando Ortega de cualquier mequetrefe que ocupa un cargo público o escribe un libro, sino de los personajes de la historia que la hacen funcionar, pensándola y ejecutándola. Por desgracia los turbulentos tiempos actuales hacen muy difícil ver con claridad esto que un pensador profundo del fenómeno analiza con brillantez y originalidad. Se requiere de mirada y perspectiva histórica.
Un tema que hoy está en manos de la política, de donde saldrán los cambios o no, es la situación de las universidades. Por momentos se extraña que el debate político tenga contribuciones intelectuales, que si bien como enseña Ortega no harán los cambios, sí pueden dar insumos para que la política actúe con mayor competencia. Para que la deliberación pública no sea tan ramplona y mentirosa se requeriría de la densidad que los intelectuales podrían otorgarle. Es cierto que la figura del intelectual se ha devaluado desde los tiempos de Ortega a la actualidad. Temas como éste podrían revivirla si los intelectuales cumplieran un buen papel. El primer paso sería levantar la puntería de la discusión y no partir de que todo está bien en las universidades, como sostienen quienes defienden intereses en su doble papel de intelectuales y de parte interesada. Para luego circunscribir el panorama a un problema de "financiamiento", que hay que defender sin mirar qué se defiende o, por otro lado, atacarlo sin miramientos.
En 2023 la mesa nacional de Juntos por el Cambio, a través de las fundaciones Alem (UCR), Encuentro Federal (pichettismo), Hannah Arendt (Coalición Cívica) y Pensar (Pro) emitió un documento de contenidos programáticos educativos para su campaña presidencial. La gran curiosidad del escrito es que sus conclusiones superan lo que cada uno proponía por su lado. Cuando se debate una ley se negocia podarla para que todos estén conformes y satisfagan sus intereses. En general se arriba a un texto lavado que ya no sirve para lo que fue ideado. En este caso la negociación elevó la mira. El documento es rico porque se actuó al revés, se negociaron y aceptaron visiones distintas sumándolas, no cediendo partes para sacar un todo más débil. En el eje 6, bajo el título "Un sistema con escasos resultados" se lee: "Concentrándonos en el sistema universitario, aparecen algunas características singulares. La mayoría de la población estudiantil está compuesta por mujeres (58%), y por estudiantes de carreras de Ciencias Sociales o Humanas (56%). En 2020 las universidades recibieron 641.929 nuevos inscriptos, de los cuales sólo el 32,5% era menor de 20 años, y sólo el 23,9% se inscribieron en carreras de ciencia y tecnología, información que da cuenta de una población estudiantil adulta, que no proviene directamente del secundario, y con escasas preferencias por las carreras que involucran conocimientos previos de matemática y otras disciplinas de las ciencias duras. Otro elemento importante para considerar es el abandono en el primer año, algo que da cuenta que, pese al ingreso irrestricto, existen mecanismos de selección encubierta. De los estudiantes de pregrado y grado inscriptos en 2019, un 62% se inscribió en 2do año de la carrera elegida." Por tomar uno solo de estos aspectos: ¿no será hora de analizar ese 38% de deserción en primer año y evaluar sus múltiples significaciones, su costo, y repasar cómo se debería reformular el ingreso irrestricto a los nuevos tiempos de escasez de recursos con esta experiencia? Es lo que un intelectual universitario haría.
Más adelante agrega: "Sin embargo, el sistema universitario mantiene un problema estructural de años, que es el de sus bajos niveles de graduación. Sólo el 25,1% de los egresados de grado lo hace en el tiempo teórico esperado para una determinada carrera. Esta situación es más preocupante en las universidades nacionales (las estatales), en donde el porcentaje de graduación apenas llega al 19,8%... desde 2003 se han creado 19 universidades nacionales y 17 instituciones universitarias privadas. En el caso de las universidades nacionales, las nuevas creaciones mayoritariamente se han concentrado en el conurbano bonaerense, y no siempre se han basado en criterios de planificación regional, ni planificación de expansión del sistema universitario. La creación de universidades es una atribución del Congreso de la Nación, y en muchos casos las iniciativas se originan en intereses políticos locales y nacionales, sin las previsiones presupuestarias y sin los debidos estudios previos de sus proyectos institucionales y su potencial impacto." Frente a este panorama desolador de egreso, aún teniendo en cuenta que en el análisis no se avanza si se produce en carreras estratégicas para el desarrollo nacional, y en el crecimiento con evidentes sesgos de politiquería y sin planificación, ¿los intelectuales universitarios no tienen nada para decir y sólo discuten seguir financiando a ciegas este sistema que ha crecido a la vista de todos sin razón valedera?
Cuando llega al capítulo de los dineros que se invierten el título es "Presupuesto universitario rígido, fragmentado y sin criterios de desarrollo": "Si bien la mayor parte del presupuesto universitario está constituido por transferencias directas a las universidades, y de estas partidas cerca del 90% promedio están destinadas a salarios, existe una proporción no menor de recursos que queda en manos de la Secretaría de Políticas Universitarias (SPU) con el fin de ser distribuida en función de programas específicos. A lo largo de los años estos programas de financiamiento han sido acotados, discontinuos y reducidos en financiamiento, con escasa coordinación, y que incentivan conductas de las instituciones no necesariamente vinculadas con sus propios planes de desarrollo. Además, existe el instrumento llamado erróneamente "contrato-programa" por medio del cual la SPU financia a las instituciones necesidades específicas a pedido, de manera fragmentada, con criterios poco claros, y mayormente orientados a la creación de carreras que, en definitiva, implican nuevos cargos docentes que luego pasan a consolidarse en el presupuesto. Esta modalidad no necesariamente tiene arraigo en planes institucionales, y muchas veces se orientan a atender necesidades urgentes de las instituciones, que no se anclan necesariamente en estudios de demanda o reordenamientos internos de designaciones y prioridades." Vale aclarar que este contundente documento no fue escrito por detractores de la educación y la universidad, sino todo lo contrario, por argentinos a los que les duele la educación y el país, pero que no quieren rehuir las discusiones de fondo. ¿Los intelectuales universitarios han analizado la pertinencia para la Argentina de cada carrera que se abre, de la cantidad real de alumnos que tienen con respecto al cuerpo docente que se lleva casi todo el presupuesto? Los interrogantes son muchos y en general no tienen respuestas, ni siquiera se formulan las preguntas.
Uno de los hechos más trascendentes de la vida política argentina, con repercusión continental, fue la Reforma Universitaria de 1918, cuyo espíritu de libertad devino desgraciadamente en rígidos dogmas. ¿No es paradójico que un hecho de esa magnitud, nacido sobre todo para evitar la intrusión de la política gubernamental en la vida universitaria al final del camino haya derivado en una Universidad rehén de la más bastarda política partidaria? Los reformistas del 18 lo deplorarían.