Una cosa es llegar al gobierno, tomar el poder, y otra muy distinta es gobernar, ejercer ese poder. Hay mucha política por construir si se quiere conquistar esa alegría de vivir.
Y si se dejan de joder con la pelea de Batman contra el Guasón
"Rechazar la realidad da origen a espejismos de todo tipo: futuros luminosos y apocalipsis redentores."
Clément Rosset, entrevista de Luisa Corradini, La Nación 7 de junio de 2006
Fernando Savater consideró a Clément Rosset (1939-2018) el filósofo más "auténticamente singular" de Francia de los últimos veinticinco años. Un sólido elogio para el pensador de lo real, que reflexionó en la tradición trágica de Schopenhauer, a quien dedicó más de un libro, pero sin olvidarse de la alegría de vivir. Se animó a advertir sobre la imperiosa necesidad de despejar de velos a la realidad. Postuló que es imprescindible vivirla sin filtros. Y advirtió del riesgo de crear una ilusión, un doble (así lo llamó) que sirva de analgésico y distancie de lo que realmente es. Por eso escribió en "Lo real y su doble. Ensayo sobre la ilusión": "Nada más frágil que la facultad humana de admitir la realidad, de aceptar sin reservas la imperiosa prerrogativa de lo real. Esta facultad falla con tanta frecuencia que parece razonable imaginar que no implica el reconocimiento de un derecho imprescriptible -el derecho de lo real a ser percibido-, sino que más bien es como una especie de tolerancia condicional y provisoria. Tolerancia que cada cual puede suspender cuando quiera, tan pronto como lo exijan las circunstancias: un poco como las aduanas que, de un día para otro, pueden decidir que la botella de licor o los diez paquetes de cigarrillos -'tolerados' hasta ese momento- no pasarán más. Si los viajeros abusan de la complacencia de las aduanas, éstas muestran firmeza y anulan todo derecho de franquicia. Asimismo, lo real no se admite sino bajo ciertas condiciones y sólo hasta cierto punto: si abusa y se muestra desagradable, se suspende la tolerancia. Una interrupción de la percepción pone entonces a la conciencia a cubierto de cualquier espectáculo indeseable. En cuanto a lo real, si insiste y se empeña absolutamente en ser percibido, siempre puede 'irse con la música a otra parte'".
En diversos textos Rosset volvió a esa idea del espectáculo indeseable, de lo desagradable, de suspender la tolerancia y apartase de lo real: "La realidad es tolerable sólo en la medida en que consigue hacerse olvidar. Es inútil llorar la pérdida del tiempo pasado o esperar el retorno de una sociedad sin clases. La realidad nunca volverá, porque siempre estuvo aquí." Es concluyente para apelar a la aceptación de lo real sin maquillaje, sin esperar encontrarla en las nostalgias del pasado o en los anhelos del futuro. Lo real está en el presente y por lo tanto es difícil de tolerar.
A pesar de esta visión áspera, dura, Rosset rescató la alegría de vivir, a la que consideró a pesar de su visión trágica de la existencia. Por eso su lúcido escepticismo no deviene en parálisis. Todo lo contrario, incita a la acción. Pero a una acción no artificiosamente motivada, ni ajena a la realidad, sino una praxis, una gestión de lo real que impulse a hacer las cosas porque corresponde y a pesar de los inciertos resultados: "Porque esa visión trágica es lucidez. De ese modo, es capaz de constatar -y es en esto que consiste la alegría- que la vida de los hombres resiste, a pesar de todo, a las infinitas razones de hallarla ridícula, miserable o absurda. Yo diría que vivir es ya en sí una alegría; que la alegría de vivir es la suma de las alegrías de la vida; que querer escapar a la realidad es arriesgarse a toparse con lo peor; que el deseo nunca cumple sus promesas; que la ignorancia de lo que pueden los hombres es la causa de sus miserias; que el deseo es penoso y su realización aún más penosa; que la desilusión engendra serenidad; que, esencialmente, la realidad no se modifica en profundidad. Cuando se sabe todo esto, es posible alcanzar una sabiduría que puede ser formulada de esa manera: alegrémonos, porque lo peor es inevitable."
La filosofía inclemente de Rosset es el camino a una existencia lúcida a pesar del desastre, sin darse por vencido o escaparse de la acción. Las dificultades no son justificación contra la voluntad de cambio, de mejoramiento. Es un pensamiento del "por qué sí", que previene del tan difundido y paralizante "por qué no". Una ética de las posibilidades. Ni pesimismo, ni optimismo, induce al posibilismo. Encaminarse hacia el sí es mucho más complejo que dejarse seducir y sucumbir al no. El pesimista acierta siempre: "La demagogia siempre gana: es fácil obtener la adhesión de la mayoría cuando uno se limita a oponerse. Sin embargo, vale más -y requiere más coraje- mejorar el mundo que tirarlo, completo, a la basura.", dice Rosset en una entrevista.
El francés denuncia el simulacro de buscar sólo el ideal, en un más allá, en una utopía inalcanzable: "Si el ideal no existe en esta vida, no tiene por qué existir en el más allá. Si las apariencias nos engañan, no quiere decir que disimulan la verdad. El problema es que no todos somos capaces de admitir que el mundo es sólo lo que es." A partir de esa descarnada visión de la existencia es admisible evaluar la política de todos los días y calibrar cómo los ciudadanos se paran frente al desafío de cambiar lo que está mal. Las fuerzas de la ilusión, tal como advierte Rosset, son poderosas y por eso es que afirma el triunfo constante de la demagogia. Oponerse es fácil y da rédito. Lo difícil y complejo es mejorar. Hay muchas posibilidades de fracasar o de no avanzar lo esperado. Por eso es que tantos seres humanos pueden criticar lo que no podrían hacer. Y por eso también, es imprescindible construir modos de protección de ese hacer para la mejoría. Por supuesto que no se pueden negar las repetidas estafas a la fe pública. Pero ha llegado el momento de sacar cuentas y buscar en serio donde residen las causas de que la Argentina tenga 50% de pobres, donde anidan el 70% de los chicos del país. Pobres chicos si no se modifican radicalmente las razones populistas que los han hundido. Si se sigue creando la ilusión, el doble, el alejamiento de la realidad que plantea Clément Rosset y no se aborda con evidencias lo real el futuro será más desastroso aún.
La semana que termina fue un muestrario de lo que puede producir la falta de política de calidad. Las diversas votaciones contradictorias en el Congreso de la Nación en temas tan dispares como esencialidad educativa, financiamiento universitario, DNU de fondos reservados para la Side, aumento de jubilaciones, muestran que la trama para mejorar tiene muchas deficiencias políticas. Las estrategias libertarias fueron armadas para llegar hasta este presente de intentos de cambios, como desactivar las desregulaciones que favorecen a las corporaciones planteadas por Federico Sturzenegger. Pero una cosa es llegar al gobierno, tomar el poder, y otra muy distinta es gobernar, ejercer ese poder. Y es allí donde surgen los déficits, pues se pretende gestionar el gobierno con los usos que permitieron arribar al poder. Y allí vienen las frustraciones.
Hay una idea que debe repasarse hoy en el libro de Giordano, Seggiaro y Colina "Una vacuna contra la decadencia". Los autores dicen que no es cierto que en la Argentina no haya acuerdos, políticas de estado, consensos. Que sí los hay. Y muy fuertes, pero invariablemente para aceptar y consolidar lo malo: gastar más de lo que ingresa, dejar de alfabetizar, tener una justicia dependiente, un sindicalismo al servicio de los sindicalistas y no de sus representados, un empresariado prebendario, regulaciones para favorecer a las corporaciones, un sistema político que ha devenido en casta, tolerancia de la corrupción, etcétera. La lista podría ser infinita. Los autores lo sintetizan diciendo: "Es necesario convencer de que no vamos a salir de la decadencia si no tenemos la audacia de cuestionar ideas que gozan de consensos y que resultan cómodas pero que son equivocadas y nos han producido ya mucho daño". Es decir, no es que no hay acuerdo para hacer lo bueno. Es peor. Hay acuerdo, consenso y políticas de estado para conseguir y sostener lo malo.
Por eso es que más allá de las extravagancias de la actual gestión de Javier Milei, que no cesan, es encomiable que con la irrupción de alguien tan disruptivo todo se discuta y se ponga en cuestión. Además de que cada día quede a la luz una regulación, una corrupción, un escándalo que revela por qué la Argentina ha llegado hasta estos niveles de pobreza y de deterioro.
La situación amerita buscar los denominadores comunes de los protagonistas. Tanto de parte del oficialismo como de la oposición que quiere cambiar. Sin olvidar al grupo que es garante del status quo. Algunas impericias gubernamentales arrojan a los brazos de esos espacios políticos a quienes podrían ayudar. Para eso es condición imprescindible mirar la realidad sin filtro, sin velos, sin distorsiones. Las votaciones de esta semana, en las que el oficialismo debe cargar con las responsabilidades en los fracasos, son paradigmáticas de lo indeseable. Quien conduce tiene la responsabilidad de viabilizar sus propias decisiones. Y si le salen tan mal y produce tantas idas y vueltas contradictorias amerita parar la pelota y recalcular. Un dato que no puede pasar desapercibido es que al gobierno le votaron en contra hasta algunos propios. También lo acompañaron algunos ajenos. Muchos van y vienen. A esta altura la explicación de las fuerzas del cielo contra la casta suena a las peleas de Batman en Ciudad Gótica contra el Guasón. Pura ficción, como el General Ancap. Sirvió para llegar, pero no para gobernar. Hay mucha política por construir si se quiere conquistar esa alegría de vivir de la que habla Clément Rosset. Empezar por no negar el desastre, enfrentar la realidad sin anteojeras y limar las aristas que cortan y destruyen pero no suman. Esa operación higiénica curiosamente apunta más al interior del gobierno de Javier Milei que a quienes se le oponen. Mejorar el mundo es más deseable que tirarlo a la basura. Para conseguirlo se necesita la lucidez que da la tragedia del vivir sin vendas en los ojos. Además de mirar hacia afuera es imprescindible revisar hacia adentro. La complejidad de lo real lo requiere para no pifiar y evitar perder otra vez una gran oportunidad de cambio.
Ver: Por qué Karina Milei quiere "archivar" rápidamente a Lourdes Arrieta