La enorme mayoría usa las viejas herramientas para ver una realidad que ha cambiado y se ha complicado al extremo.
La manada de gorilas invisibles que nadie parece ver
"Lo contrario a una declaración correcta es una declaración falsa. Pero lo opuesto a una verdad profunda bien puede ser otra verdad profunda".
Niels Bohr (1885-1962), físico danés
Hay libros cuyo destino es traspasar las disciplinas en las que fueron escritos o sus intenciones estéticas y se transforman en mecanismos extraordinarios para la comprensión de lo humano. La lectura de "Don Quijote de la Mancha" o de "Madame Bovary" transforma a quien transite esas páginas con los ojos abiertos. Algo de esto sucede con un obra de difusión científica: "El gorila invisible. Y otras maneras en las que nuestra intuición nos engaña" (2011), de los estadounidenses Christopher Chabris y Daniel Simons. El primero es licenciado en Ciencias de la Computación y doctor en psicología en la Universidad de Harvard y el segundo es profesor en el Departamento de Psicología y en el Beckman Institute de la Universidad de Illinois.
Su investigación se inició con la puesta en marcha de un experimento. Propusieron a un conjunto de personas observar un video donde dos grupos, uno vestido de blanco y otro de negro, hacían pases con pelotas de basquet. La premisa fue que contabilizaran cuántos pases hacían los vestidos de blanco. En medio del video, que dura más de un minuto, durante nueve segundos irrumpe alguien disfrazado de gorila, recorre la escena, mira a la cámara, gesticula y sigue su camino. La gran sorpresa de la experiencia fue que la mitad de los observadores no percibieron al gorila y la gran mayoría de ellos cuando les volvieron a pasar el video consideraron que se los habían cambiado. Incluso cuando se complejizó la premisa y hubo que contar con nuevos grupos también los pases hechos por los que vestían las remeras negras el porcentaje de quienes no vieron al gorila aumentó a casi el 75%. Conclusión: la atención humana es limitada y si está concentrada en un objetivo concreto disminuye la posibilidad de tener otras percepciones. Los autores llamaron a esos fenómenos "ilusiones". La primera fue la "ilusión de la atención". Los humanos están convencidos de que pueden atender y percibir más de lo que sus posibilidades realmente les permiten.
Los científicos empezaron entonces a hacer otros experimentos y a sumar algunos de colegas que giraban alrededor de la percepción humana de la realidad. También sumaron otros casos, en la convicción de que para construir conocimiento es imprescindible hacer experimentos que demuestren las premisas. No basta con una anécdota o una intuición para determinar un análisis integral y certero. Citaron a Robert Pirsig: "El verdadero objetivo del método científico es asegurarnos de que la Naturaleza no nos conduzca erróneamente a pensar que sabemos algo que en realidad no sabemos". Es así como inician un periplo fascinante a través de las páginas de su libro demostrando con experimentos documentados que la memoria es frágil y como se construyen recuerdos o se toman prestados algunos ajenos como propios, sin intención dolosa. Además de que la posibilidad de recordar y la precisión de los recuerdos es escasa y limitada. Lo llaman la "ilusión de la memoria". Advierten sobre la trampa que conlleva los excesos de confiar demasiado en la propia percepción de lo real o de alguien al parecer ultracalificado: la "ilusión de la confianza". También muestran las previsiones que hay que tener con el conocimiento propio de algo, sobre todo cuando es extendido y profundo. Dicen: "Todos experimentamos este tipo de conocimiento ilusorio, incluso en relación con proyectos más simples. Subestimamos el tiempo que nos llevarán y cuánto costarán, porque lo que en nuestra mente parece simple en general se torna más complejo cuando confrontamos nuestros planes con la realidad. La cuestión es que nunca aprendemos a tomar en cuenta esa limitación. Una y otra vez, la ilusión de conocimiento nos convence de que tenemos un saber profundo, cuando en realidad lo único con lo que contamos es con una familiaridad superficial."
De esa "ilusión del conocimiento" saltan a la "ilusión de la causa" y afirman: "nuestra mente tiene la predisposición a detectar sentidos a partir de ciertos patrones, a inferir relaciones causales de las coincidencias y a asumir que los acontecimientos anteriores causan los posteriores... la ilusión de la causa surge cuando vemos patrones en lo azaroso, y tenemos muchas probabilidades de hacerlo cuando pensamos que comprendemos lo que lo provoca". A partir de esta ilusión los autores reflexionan: "cuando dos acontecimientos tienden a ocurrir juntos, inferimos que uno debe ser la causa del otro... La mayoría de las teorías conspirativas se basan en captar patrones en ciertos acontecimientos que, cuando se los examina con la teoría en mente, parecen ayudarnos a comprender por qué ocurrieron. En esencia, infieren la causa a partir de la coincidencia. Cuanto más creemos en la teoría, mayores posibilidades tenemos de caer presas de la ilusión de la causa". Chabris y Simons consideran que esta superstición de las causas está íntimamente ligada a una "ilusión narrativa": "Cuando se narra una serie de hechos, llenamos las grietas para llenar una secuencia causal: el acontecimiento 1 causó el 2, que causó el 3 y así sucesivamente... La naturaleza secuencial del tiempo lleva a las personas a considerar que una decisión o acontecimiento complejo debería tener una causa única. Nos divertimos con los entusiastas de las teorías conspirativas por pensar de esta manera, pero ellos no hacen más que operar bajo una forma extrema de la ilusión de causa que nos afecta a todos".
Finalmente arriban a la "ilusión de potencial": "nos lleva a pensar que en nuestros cerebros existen vastos reservorios de capacidad mental desaprovechada, que está a la espera de que accedamos a ella tan pronto como sepamos cómo hacerlo" En cada uno de los pasos de su investigación van describiendo experimentos que resulta apasionante seguir porque cada una de estas ilusiones queda a la luz con nitidez.
Finalmente, como conclusión abordan el tema de la supervaloración de lo intuitivo: "La intuición nos dice que prestamos atención a más cosas de aquellas a las que en efecto atendemos, que nuestros recuerdos son más detallados y persistentes de lo que son, que las personas que muestran confianza son competentes, que sabemos más de lo que en realidad sabemos, que las coincidencias y correlaciones demuestran causalidad y que nuestro cerebro tiene reservas potenciales que son fáciles de liberar. Pero en todos estos casos, nuestras intuiciones son equivocadas, y si las seguimos ciegamente, pueden costarnos mucho dinero, nuestra salud e incluso la vida. Este mensaje no ha sido muy popular últimamente. Entre el público en general y entre algunos psicólogos abocados a la investigación se ha puesto de moda afirmar que los métodos intuitivos de pensamiento y toma de decisiones son superiores a los analíticos... La clave para una toma de decisiones exitosa, creemos, depende de saber cuándo confiar en nuestra intuición, y cuando desconfiar de ella y hacer el trabajo duro de pensar las cosas".
Es fascinante el recorrido al que llevan los autores en "El gorila invisible" a un lector inquieto. Pero cuando se detiene ese vertiginoso periplo, que por momentos deslumbra, aparece un matiz no explicitado en el texto: los seres humanos viven como si no existiera ninguna de estas limitaciones en la inmersión en la realidad. Confían ciegamente en su percepción y la consideran absoluta, igual que su memoria, a la que no ven fallas. Discuten y argumentan basados en una confianza absoluta en ella, confían en quien se muestra muy confiado y competente, alumbran causas de lo que sucede a cada paso, se dejan seducir por los relatos bien estructurados y brillantes y aspiran a ampliar sus capacidades cognitivas con algún esfuerzo mínimo. Y por lo tanto actúan como si tuvieran una base firme de contacto con lo real, algo que los investigadores demuestran que es en realidad endeble. Esta conclusión debería llevar a la prudencia y a matizar cada certeza que se tenga y recalcular para avanzar. En la práctica sucede lo contrario.
Lo más apabullante que se desprende de la lectura del libro es que la humanidad se relaciona como si ninguna de esas limitaciones ocurriera. De allí la omnipotencia humana y los yerros constantes en los análisis de lo que vendrá. No se tienen en cuenta la precariedad de la percepción, de la memoria, de la manera de insertarse en lo cotidiano. Se omiten las dificultades crecientes para transitar la complejidad de las relaciones personales y, sobre todo, de las sociales. Cualquier percepción grupal o individual se pretende anteponer a las evidencias: "los relatos personales son más memorables y se adhieren a nuestras mentes durante más tiempo que los datos abstractos... Las anécdotas son más persuasivas que las estadísticas... Los casos individuales permanecen en nuestra mente; las estadísticas y promedios, no".
Cada nuevo salto tecnológico trae cambios y nuevas reglas de juego, agravando el estado de cosas por la novedad. La irrupción de internet en la vida cotidiana, incluidas las intoxicaciones que producen las redes sociales, hacen que los análisis de Chabris y Simons sean imprescindibles para "leer" el presente en su complejidad. Difícilmente las previsiones del estudio sean tenidas en cuenta en la gestión de lo público, donde serían tan necesarias. Mucho menos en los análisis, ya sean periodísticos o académicos, del gobierno y sus acciones. Más allá de si sus conclusiones son favorables o críticas, la enorme mayoría pasa de largo sobre las limitaciones aludidas y usa las viejas herramientas para ver una realidad que ha cambiado y se ha complicado al extremo.
La irrupción de un fenómeno tan original como la llegada inesperada al gobierno de Javier Milei ha exacerbado este desajuste entre lo que sucede y las reacciones, ya sean a favor o en contra. Si a eso se agrega su programa también disruptivo y las inesperadas primeras consecuencias tanto en la economía como en los ciudadanos, que han visto disminuida su calidad de vida e igual apoyan, el análisis se dificulta más. Nada es ponderado, impera el paraíso de lo ultra. Incluso, algunos de los analistas más finos se desorientan y a la par que despotrican en un sentido no dejan de reconocer otros. Pero en el fondo están enojados porque lo que les disgusta impera. Los elogios y las críticas parecen estar más asentadas en las convicciones previas de quienes toman las posiciones que en la posibilidad de hacer un análisis que responda a lo que está sucediendo. Les es difícil incluir lo que habría sucedido alternativamente. Por eso es tan común la aparición de vaticinios que relatan las catástrofes o las maravillas que van a ocurrir cuando todavía sólo hay un proceso en marcha y más incertidumbres que certezas. Parecen ponerse a andar con furor las "ilusiones" descriptas en "El gorila invisible". Una porción está decididamente en contra y no tiene matices. Otra tiene una ceguera a favor que se basa más en sus intuiciones que en datos concretos. Finalmente queda el grupo de quienes pueden aportar mucho si logran rehuir de sus "ilusiones". Más allá de muchos aspectos que no salen de lo verbal o gestual en la gestión oficial hay que poner el ojo en los avances y retrocesos concretos. Qué cambia y qué sigue igual. Porque una cosa es urdir un relato y otra muy distinta gestionar cambios palpables.
Ver: Quincho: los 2 muertos que le robaron a Las Heras y a quién "entregó" Arrieta