El arquerito puteador mutó, como en las ficciones de Fontanarrosa, en un personaje provindencial que apuesta a acordar. Todavía queda por saber qué es lo que el presidente está dispuesto a ceder.
Aquel arquerito puteador que ahora busca firmar un pacto
"Había unos primos míos que a veces iban a mi casa y me decían: "Vamos a jugar al tío Berto". Entonces iban a una habitación y se encerraban a putear. Lo que era la falta de la televisión que había que caer en esos juegos ingenuos."
Roberto Fontanarrosa, en el Congreso de la Lengua en 2004
Cuando el 20 de noviembre de 2004 en el III Congreso de la Lengua Española Roberto Fontanarrosa empezó entre académicos a hablar de las malas palabras se produjo un perfecto silencio. De inmediato fue interrumpido por los susurros y luego las risas y aplausos en el Teatro El Círculo de Rosario. Había irrumpido en el más rancio de los ámbitos lingüísticos hispánicos el hombre de la calle, el humorista, el dibujante reo rosarino que no buscaba la elocuencia con sus gestos o sus tonos de voz, sino con el embrujo de su inteligencia y sus pausas. Si se miran con atención las imágenes de aquella intervención ya tenía dificultades para movilizar su brazo izquierdo por la esclerosis lateral amiotrófica diagnosticada en 2003 que lo mató en 2007. Pero su mente y su lengua estaban afiladas al extremo de conseguir la máxima ovación de todas las jornadas. Fueron unos minutos mágicos e inolvidables para quienes estábamos en esa sala colmada. Allí pidió una amnistía para las "malas palabras" por lo necesarias que son en español y explicó con una prosa oral maravillosa por qué no es lo mismo "tonto o zonzo" que "pelotudo" y argumentó que la fuerza de esa palabra está en la "t". También analizó la debilidad del "mielda" cubano frente al "mierda" de otros países por la falta de la "r". Centró en ese matiz una posible razón de la pérdida de rumbo y debilitamiento de la revolución castrista. Asimismo explicó el origen y uso de la palabra "carajo", tan repetida por el grito de batalla del presidente Javier Milei. Y de donde viene la expresión "mandar al carajo" porque así se llama al tonel en el palo mayor de las viejas embarcaciones desde donde se avista al enemigo o el horizonte. De allí lo de "mandar al carajo", como un lugar de penitencia y descalificación.
Fontanarrosa se preguntó sobre las palabras: "¿quién las define? ¿Son malas porque les pegan a las otras palabras?, ¿son de mala calidad porque se deterioran y se dejan de usar? Tienen actitudes reñidas con la moral, obviamente." Luego remató: "Ahora, yo digo, a veces nos preocupamos porque los jóvenes usan malas palabras. A mí eso no me preocupa, que mi hijo las diga. Lo que me preocuparía es que no tengan una capacidad de transmisión y de expresión, de grafismo al hablar. Como esos chicos que dicen: ‘Había un coso, que tenía un coso y acá le salía un coso mas largo'. Y uno dice: ‘¡Qué cosa!'". Risas y larga ovación del público.
No es un secreto que el Negro Fontanarrosa ha reflexionado como pocos sobre el fútbol. Lo ha hecho con textos de ficción y con sus dibujos. Entre sus prosas hay una muy misteriosa, con una extraña sugerencia mística, que se titula "El 'Pichón de Cristo'". Rara en un autor que no tocó esa cuerda sino en función de las creencias populares, pero no de las explicaciones del universo. Es la historia de un arquero que aparece de casualidad a reemplazar a otro que se ha lesionado justo antes de un gran desafío para su equipo. Se convierte en el salvador al que recurren inesperadamente. Tiene una actuación extraordinaria en el partido que permite al equipo empatar sin goles y salir airoso de la puesta en juego del honor barrial. El narrador en primera persona da indicios ingenuos y sin advertirlo conscientemente de que se trata de una posible encarnación del propio Cristo. El "hijo de Dios" oficia el milagro en la piel de un arquerito esmirriado y salva una encrucijada peliaguda. El texto culmina con la desaparición del personaje, al que no logran encontrar para ficharlo en el equipo después de que abandona el camarín luego de ducharse. El milagro se había cumplido y su ejecutor hace mutis por el foro sin grandes aspavientos. El cuento fontanarrosiano deja de manifiesto la soledad del arquero en el partido, su condición de última instancia cuando parece que un gol es inminente y la necesidad de su acción imposible para evitar la entrada de la pelota en su arco.
Las viñetas de arqueros de Fontanarrosa son notables para describir la naturaleza humana enmascarada en esos dibujos y esos textos. Como aquella donde uno de los compañeros le dice a otro refiriéndose a un guardametas que el trazo del Negro dibuja como un personaje chapado a la antigua: "La caballerosidad deportiva tiene sus contras. Vos no te imaginás los goles que le han hecho a nuestro arquero por no querer darle la espalda al público que está detrás del arco." La amalgama del personaje compuesto con toques arcaicos, más la sutileza naif del razonamiento humorístico, llevan a la risa y a la reflexión. ¿Cuál es el costo de respetar las formas, de ser consecuente con una educación firme? Fontanarrosa logra una y otra vez ese instante supremo de humor y reflexión.
En los últimos tiempos, con obsesiva asiduidad, los argentinos reflexionamos sobre las venturas y desventuras de alguien que fue arquero de Chacarita en su juventud y al que le apasiona el insulto, las malas palabras y las descalificaciones. "Jugué en Chacarita hasta los 18 años; estaba en el plantel profesional. Intentaba replicar, con muchas dificultades, el estilo de (Ubaldo) Fillol, el más grande de todos los tiempos. Fillol es el más grande de todos los tiempos, sin dudas. En la discusión Gatti-Fillol no existe discusión. De los once jugadores sólo uno puede tocar la pelota con la mano: es un recurso escaso. Gatti usaba los pies: era un ineficiente", sentenció el presidente Javier Milei sobre su pasado futbolístico.
En esa reflexión sobre las formas y el fondo que se está planteando a partir de los exabruptos de Milei los campos se dividen en tres: una aceptación acrítica de todo, incluso atribuyéndole ciertas características de genialidad; por otro lado un rechazo visceral, basado en una repulsa por sus propuestas, casi sin darle importancia a sus formas y un tercer grupo que oscila entre el rechazo por las formas y la aceptación de muchas de sus direcciones de gobierno. Milei parece haber trabajado obsesivamente para el primer grupo despreciando a los otros dos. Eso venía sucediendo hasta el discurso del viernes en el Congreso. Allí terminó de fijar su distancia de los que considera irrecuperables para el futuro de su gestión y les abrió una puerta de acercamiento a quienes desde el tercer grupo oscilan entre la repulsa y el agrado.
El mensaje del viernes, precisamente calibrado y sazonado, tuvo para todos. Un primer dato contundente es que por primera vez puso del otro lado y como irrecuperable, en un gesto de realismo político, al kirchnerismo: "Lo vimos también en la reaparición de los jinetes del fracaso como Sergio Massa, Pablo Moyano, Juan Grabois y Máximo Kirchner. Incluso con la reaparición de la expresidente Cristina Fernández de Kirchner que ha sido responsable de uno de los peores gobiernos de la historia." Hasta el momento se le achacaba incluso cuidar a los K. La enumeración se transformó en un parteaguas. Fue de antología, mostrada por la transmisión con picardía, la sonrisa de Daniel Scioli en uno de los palcos mientras Milei arremetía. A Alberto ni lo nombró pero lo sacudió con el manejo criminal de la pandemia y con la corrupción de los seguros. También hubo una señal para amplios sectores del radicalismo y del Pro: "absurdos obscenos de impunidad como por ejemplo el que vivimos esta semana cuando nos enteramos de que un ex gobernador metió tras las rejas sin debido proceso a un ciudadano por 50 días, meramente por el crimen de hablar mal de la corona en un chat privado. Ofende el silencio de aquellos que se dicen republicanos. Por si no se escuchó por los aplausos: ofende el silencio de aquellos que se dicen republicanos", repitió. No estuvieron ausentes los latigazos para "la casta", pero no sólo para la política sino también para la empresaria, periodística y sindical. Cuando habló de educación, a la que le dedicó más párrafos de lo habitual, golpeó a un símbolo nefasto: "En una Argentina donde los chicos no saben leer y escribir, no podemos permitir más que Baradel y sus amigos usen a los estudiantes como rehenes para negociar paritarias con los gobiernos provinciales". De todos los ministros sólo nombró a Patricia Bullrich y destacó sus acciones para recuperar el espacio público para los ciudadanos y su lucha contra el delito y la inseguridad. Otra señal para el Pro y, sobre todo, para Mauricio Macri. Tuvo incluso un párrafo para englobar también a las provincias y, ya que estaba y sin nombrarla, a la archifamosa Lali Espósito, como símbolo de una corporación: "Lo vimos también en gobernadores a los que sólo les importa asegurarse la caja para poder seguir con la fiesta del gasto público, la pauta oficial, los recitales de artista con alto cachet y dudosa calidad, los aviones privados y tantos otros vicios a los que nos tienen acostumbrados los políticos hace décadas".
Pero luego de esa larga introducción para recordar el infierno corporativo que se ha construido en el país, Milei produjo un giro: "Hoy, en la primera apertura de sesiones de nuestra administración, quiero convocar tanto a gobernadores como expresidentes y líderes de los principales partidos políticos, a que depongamos nuestros intereses personales y nos encontremos el próximo 25 de mayo en la provincia de Córdoba para la firma de un nuevo contrato social llamado 'Pacto de Mayo': un contrato social que establezca los diez principios del nuevo orden económico argentino." El propio gobernador cordobés Martín Llaryora le confirmó en tiempo real a un periodista de su confianza que no estaba al tanto de la sede de la convocatoria. Irrumpió un Milei acercándose a la casta. Porque a pesar de que dijo que no tenía expectativas de que se asistiera a su llamado esperaba equivocarse.
El arquerito puteador mutó, como en las ficciones de Fontanarrosa, en un personaje provindencial que apuesta a acordar. Todavía queda por saber qué es lo que el presidente está dispuesto a ceder. Preocupantemente no figuraron en su discurso dos palabras: democracia y diálogo. Pero sí aparecieron acuerdo y pacto, que deberían ser en un régimen democrático la consecuencia de dialogar: "Sin embargo, la confrontación no es el camino que queremos ni el que elegimos, hay otro camino posible, un camino distinto, un camino de paz y no de confrontación; un camino de acuerdo y no de conflicto. Acuerdo sí, no el consenso contra el cambio." Teoría de los juegos pura: si el consenso implica acordar en que todo siga igual, sin cambio, el consenso está descartado.
El arquero es una figura particular del fútbol. Hay uno solo en cada equipo, puede tocar la pelota con las manos (hay que leer con atención el concepto de Milei sobre la dupla Gatti-Fillol citada) y también con los pies. Pero es un solitario que mira buena parte del partido sin intervenir, sobre todo cuando a los suyos les va bien. Pero cuando el equipo falla o es más débil que el oponente, es quien aguanta, como en el cuento de Fontanarrosa, todo el peso del partido. Y ahí hay algo dicho por Milei que es crucial, si es cierto, algo que sólo se verá con el paso del tiempo: "Porque a diferencia de algunos de los que están acá o de quienes nos miran desde su provincia, la política para nosotros no es un fin en sí mismo. No vivimos por la política, no vivimos de la política, no tenemos ambición de poder. Lejos de todo eso, lo único que tenemos es sed de cambio. Nosotros no tomamos decisiones pensando en nuestra carrera política. Nosotros vinimos a enarbolar las banderas de la libertad, con plena conciencia de que íbamos a tener que pagar los costos de la fiesta obscena que muchos de ustedes realizaron". Ese mensaje fue para los mismos a los que les pidió acordar el futuro. Les guste o no a sus detractores, cambió el eje de las discusiones y abrió un panorama donde muchos que están de acuerdo con los postulados esenciales de cambio empiezan a encontrar un horizonte donde sumarse.