Si en la Argentina uno se queda dormido y se despierta diez días después parece que todo ha cambiado, pero si lo hace tras cuarenta años nada se ha modificado.
Errar el vizcachazo es tan malo como comer vizcacha sin sacarle los huesos
"Hay una cantidad de cuestiones fáciles de tildar que no requieren cosas extraordinarias. Todo eso está destruido en la Argentina. Lo que está abajo de la destrucción es la inflación y lo que está abajo de la inflación es un gasto desmedido por gastos hechos para ganar votos. En la Argentina se canjearon gastos por votos. Entonces está todo con una fragilidad extraordinaria. ¿Cuál es el camino? Equilibrar las cuentas públicas, bajar el riesgo país, producir un shock de confianza, recuperar la moneda y el poder adquisitivo del salario. Ser competitivos. Históricamente la Argentina se conformó como una sociedad económicamente cerrada con sobrecostos laborales, juicios, sobrecostos en logística, camiones, insumos. Todo es caro en Argentina. Este país no es competitivo. Y la palabra competitividad, que no la he escuchado en ninguno de los debates públicos, tiene que estar en el centro de la escena."
Jorge Bustamante, autor de "La república corporativa"
El escritor y filósofo francés Denis Diderot (1713-1784) obtuvo su celebridad como uno de los ilustrados que inspiró la "Enciclopedia Francesa", obra monumental que marcó la cultura mundial. Pero, además, es el autor de algunos libros muy notables, como la reflexión filosófica en forma de diálogos "El sobrino de Rameau" y la novela "Jacques, el fatalista", considerada años después una vanguardia novelesca para su tiempo. Fue un autor de enorme originalidad e inteligencia. Un trabajo menos conocido, pero verdaderamente estimulante y actual, es su "Carta sobre el comercio de libros" (1763). Se trata de un estudio que hizo a pedido de los libreros parisinos para saber la situación del rubro y sobre todo para intentar defender el llamado "privilegio de librería", consistente en la perpetuidad de la propiedad de una obra por parte del editor que la hubiera pagado al autor para editarla. Otro tema principal del ensayo fue la libertad de prensa. Es curioso que el síndico de la corporación de editores, Le Breton, quien además fue el editor de la célebre "Enciclopedia", hubiera recurrido a Diderot con quien las relaciones eran tensas por su condición de autor disconforme. Llegó a caracterizar a los editores como "mis corsarios". Lo cierto es que Diderot estudió el problema y escribió el trabajo, pero sus contratantes no quedaron conformes. Esa disidencia llevó a que el resultado recién se conociera casi un siglo después. El choque de intereses corporativos fue feroz y, si bien el estudioso defendió algunas de las cosas que se pretendía, no pudo dejar de ir contra quienes le pagaban cuando asumió su papel de autor: "Ante todo he de decirle, señor, que aquí no se trata simplemente de los intereses de una comunidad. Qué me importa que exista una comunidad de más o de menos; a mí, que soy uno de los más celosos partidarios de la libertad entendida en su acepción más amplia;... que siempre he estado convencido de que las corporaciones son injustas y funestas y que vería en su abolición entera y absoluta un paso hacia una manera más sensata de gobernar".
A pesar de que Diderot hace un esfuerzo grande para defender los privilegios que le han pedido que defienda se le escapan líneas donde no responde a su cometido. El estudioso Roger Chartier explica lo sucedido: "Mutilada por sus editores, al igual que ciertos artículos de la Encyclopédie, la Carta... no será publicada hasta 1861". Y añade el dato de que en 1776, trece años después del informe escrito por Diderot, Condorcet, intelectual sobresaliente del momento, escribió "Fragmentos sobre la libertad de prensa" para apoyar las políticas de Turgot, quien había abolido las corporaciones de artes y oficios. En esa obra apunta contra los privilegios, entre ellos el "de librería" que preocupaba a los editores y escribe: "los privilegios tienen en esta materia, como en toda otra, los inconvenientes de disminuir la actividad, de concentrarla en un reducido número de manos, de cargarla de un impuesto considerable, de provocar que las manufacturas del país resulten inferiores a las manufacturas extranjeras. No son, pues, necesarios y útiles y hemos visto que son injustos". Condorcet avanza más aún diciendo que todo privilegio es "un obstáculo impuesto a la libertad, una restricción evidente a los derechos de los demás ciudadanos". Con lo cual llega al centro del debate: los intereses corporativos se oponen al bien común, es decir al bien de cada individuo, de cada ciudadano.
En estos agitados días de peleas infinitas por la llamada Ley Ómnibus, cuyo objetivo principal es ir contra la Argentina corporativa que todo lo traba y lo empeora, uno de los temas que ha estado en ardiente discusión ha sido la intención de derogar la norma que decreta la fijación por parte de los editores del precio del libro. De allí la alusión a la magnífica y profética carta de Diderot. Ese ha sido uno, entre muchos, de los temas que se han querido desregular para evitar los males corporativos. Por desgracia la impericia legislativa oficial ha empantanado la situación. Los ciudadanos deberán seguir esperando. Hay que aclarar que ninguno de estos temas es urgente, como bajar la inflación o mejorar el salario, pero hacen a la calidad del futuro, a que el país de una vez por todas salga de su decadencia estructural, debida al populismo corporativo.
Se han escuchado diversas campanas, como la del editor Alejandro Katz y la de Pablo Aveluto, que ha trabajado en la industria editorial y, ha aclarado, no votó a Milei y lo crítica ácidamente. Se discuten muchos puntos, pero habría que poner más foco en lo caros que son los libros en la Argentina. Quienes defienden la derogación de la ley le atribuyen a esa fijación corporativa del precio el encarecimiento, pero, curiosamente, quienes defienden el precio fijado no se refieren casi a este tema y sí a presuntos males futuros sin esa norma. Hace acordar al viejo debate de los tiempos prerevolucionarios en Francia. Y, como en tantos otros temas, está ausente el interés del consumidor. ¿Por qué un libro tiene que tener el precio fijado por quien lo hace y una botella de vino no? Hay vinotecas que parecen bibliotecas. Se trata en ambos casos de productos sofisticados donde hay una cadena de intervenciones y creatividades, además de insumos sujetos a variaciones importantes. Parafraseando a Alejandro Katz se podría decir "el vino es mucho más que un simple objeto de mercado". Y así podría repetir cada uno de los que elabora un producto, porque está visto que cada productor siente que lo suyo es mucho más, por diversas razones, que un "simple producto de mercado". Y lo peor es que cuando se los escucha surge la tentación de creerles a todos. Lo cierto es que a pesar de este apasionante debate los libros seguirán teniendo un precio fijado por quienes los fabrican y seguirán siendo caros. Los protagonistas corporativos darán sus posiciones, como en tiempos de Diderot, y pocos se ocuparán del verdadero interesado: el lector, aunque muchos lo invoquen a pesar de tenerlo de rehén para autojustificarse. Algo muy similar ocurre con la educación, donde el estudiante, el que debe aprender, está huérfano si alguien no se ocupa de defenderlo de los intereses corporativos que cruzan el sistema. Y así pasa con todos los destinatarios de un servicio o de un bien porque las regulaciones corporativas siempre están al servicio de los intereses de quien ofrece, nunca de quien demanda. Esto es tan viejo como la humanidad.
Por desgracia en virtud de lo sucedido con el fracaso legislativo de la Ley Ómnibus el tema del precio del libro y muchos otros de diversa índole deberán esperar una mejor circunstancia. Las fuerzas en contra desatadas por la propuesta oficial, tanto corporativas como de la política que vive de las corporaciones, han sido tan grandes que hubiera requerido una mayor sintonía en el juego político, algo de lo cual la gestión Milei parece carecer y, peor, despreciar. Hay quien dice que es una estrategia. Raro. Rechazar lo que está a favor es patológico. Quizás el presidente ve por deformación profesional todo demasiado sesgado desde lo económico y no advierte que el fondo de los problemas es de orden cultural. El economista liberal Jorge Bustamante lo ha descripto en "La república corporativa", un libro publicado en tiempos de Alfonsín y que ahora ha sido actualizado. Como alguien dijo por ahí, si en la Argentina uno se queda dormido y se despierta diez días después parece que todo ha cambiado, pero si lo hace tras cuarenta años nada se ha modificado. Ese entramado corporativo es el que garantiza el mal funcionamiento económico que con su déficit estructural produce una inflación eterna y pobreza creciente. Triunfo populista que ya lleva décadas. Eso está a la vista, no hay que ser economista para entenderlo. Lo que quizás es más complejo es el variado ramillete de teclas que hay que tocar para la sinfonía que requiere el cambio. Circunscribirlo sólo a la economía y el mercado es ingenuo. De ahí la necesidad de no enamorarse sólo de lo propio sino abrirse al conjunto de problemáticas que marcan el rumbo. Si no lo que sucederá es que quizás se repare una parte pero el resto quedará igual y se volverá tarde o temprano, como ha ocurrido hasta ahora, al punto de partida.
Dos pequeños ejemplos con dos libros. El presidente acaba de echar a Osvaldo Giordano a quien había nombrado al frente del Anses. El cordobés escribió con Carlos Seggiaro y Jorge Colina "Una vacuna contra la decadencia. Cuestionando consensos sobre el funcionamiento del sector público argentino". Ese trabajo es la razón por la cual fue nombrado, además de su tarea y experiencia como jefe de la Caja de Jubilaciones y del Ministerio de Hacienda cordobeses durante la era Schiaretti. Es la persona adecuada para ese puesto sin dudas y se va por la falta de manejo político, que siempre es una cuestión de partes, nunca de uno solo. Su esposa votó contra aspectos de la Ley Ómnibus y enardeció al presidente. Giordano podía hacer como nadie y en sintonía con las ideas de Milei su tarea. La impericia política lo eyectó de su cargo. La responsabilidad en toda institución siempre es de la cabeza, nunca de los de abajo. El libertario debería repensar sus berrinches. No es cierto que la realidad esté dividida entre pueblo y traidores. Eso estaba bien para el kirchnerismo. Lo real es más sofisticado. Milei parece muy formado en algunas cosas y demasiado primario en otras. Si logra empardar un poco sus virtudes con sus déficits puede ser muy bueno para el país. Está lejos por ahora porque requiere de escucha y experiencia. Tiene poca de ambas y cero paciencia.
El otro libro es "Gildokracia. Feudalismo y caos institucional argento", del actual gobernador mendocino Alfredo Cornejo y del economista Alfredo Aciar, donde se exponen ideas con las que justamente ha coincidido esta semana el prócer de Milei, Alberto Benegas Lynch. La propuesta, entre otras, es que sean las provincias las que recauden y coparticipen a la Nación como le gustaba a Alberdi, el otro prócer mileista. Que cada una se haga cargo de sus cuentas. Sin embargo, el presidente enojado por la no aprobación de la Ley Ómnibus y en otra rabieta hizo tabla rasa y ordenó no enviar los fondos para el subsidio al transporte, algo que se debe lograr pero no hepáticamente y sin programación. Pero ante el traspié legislativo Milei arremetió contra "los gobernadores", poniendo a todos en pie de igualdad. ¿Sabe que Mendoza hace años que ya hizo deberes que él está tratando a nivel nacional ahora como evitar el déficit o disminuir la cantidad de agentes estatales mejorando los servicios esenciales? ¿Sabe la diferencia entre el Mendotram y provincias donde ya no hay sistema de transporte, aunque tengan subsidio, porque el desorden lo ha hecho inviable? ¿Por qué a las provincias, aún a las ordenadas, como la Córdoba de Giordano, Schiaretti y Llaryora, se les sacó todo de un día para otro (en la Docta igual el tema es municipal, con lo cual se entiende menos) y al AMBA de Axel Kiciloff se le dejó una parte? Difícil de contestar. Son pequeñas muestras de que se llega al poder con consignas y motosierra pero que gobernar es un arte más sutil y requiere de diálogo y equilibrios, además de conocimientos más finos.
En estos días el Ieral publicó el estudio "Provincias fiscalmente más expuestas en el actual contexto político y económico". Vale la pena repasarlo para entender dónde está cada provincia y cuál ha sido su conducta fiscal y la relación con la Nación. Milei se sorprendería quizás si lo estudia, pues es un material imprescindible para analizar el tema que lo obsesiona. La síntesis es que hay muy variadas experiencias y que deberían ser centrales en una construcción política de apoyo a la presente gestión. Mucho más que el circunstancial voto de una legisladora o las humores presidenciales. Hay demasiado en juego y es claro quienes sí están del otro lado. Esos no cuestionan un artículo o un inciso. Esos quieren bajar la Ley Ómnibus y por ahora lo lograron. Y bajar al gobierno, si pueden. Son los únicos ganadores. Ahora van por el DNU.
Milei representa una paradoja. Tiene un complejo desconocimiento de la Argentina federal, por eso simplifica en "los gobernadores". No conoce las provincias y sus diferencias, lo cual es un déficit tan grave como el fiscal. Pero ganó con los votos masivos de mendocinos, cordobeses, santafecinos y bonaerenses lejanos al AMBA, entre otros provincianos. Su elección también fue una rebelión del interior profundo que él parece todavía no haber leído con claridad. Quizás sea importante que tienda puentes urgentes con los gobernadores que le pueden dar ideas de qué sucede en la Argentina provinciana, tan alejada en general de los reflectores del varieté porteño. El conflicto se remonta al siglo XIX y recrearlo hoy parece suicida. Sobre todo para alguien que tiene un apoyo tan contundente de quienes no alcanza a ver. Argentina paradojal, como la de los libro caros y las escuelas que no enseñan en el país de Borges y Sarmiento.