Quienes están embriagados de ideologismos terminan en esas laberínticas trampas de la historia, acompañando a los que, camuflados, sólo defienden intereses sectoriales o personales.
Sin deliberación de calidad siguen pidiendo un chancho gordo que pese poco
"Los revolucionarios o son estúpidos o deshonestos; no se puede sacrificar la vida de todo una generación por una imaginaria felicidad futura".
Vasili Grossman, "Vida y destino"
"Y los métodos empleados contra Grossman -la ocultación del libro- no hacen sino confirmar que lo que ha dicho es verdad; las mentiras en cambio, son refutadas."
Tzvetan Todorov, "Los combates de Vasili Grossman"
El ruso Vasili Grossman (1905-1964) escribió en la Rusia comunista una de las novelas más notables del siglo XX: "Vida y destino". Dedicado a la literatura, ingresó a la Sociedad de Escritores Soviéticos y desarrolló una obra que, después de inicios tibios, fue elogiada por el régimen y por sus colegas. Desatada la Segunda Guerra Mundial se transformó desde el frente en el relator de los avatares bélicos. Fue un corresponsal enrolado en el ejército que vivió las batallas en vivo. Contó a sus compatriotas los sinsabores de las acciones militares. Sus descripciones de la batalla de Stalingrado, entre muchos otros escritos, le proporcionaron una gran celebridad. El régimen lo condecoró por sus servicios a la Unión Soviética. Aunque en un período Grossman escribía al propio Stalin para solicitar su atención, con el tiempo sus escritos comenzaron a incomodar. Testimonió en sus ficciones, ambientadas en contextos reales, lo que su vivencia interior le dictaba. No tardó en ser silenciado y llamado al orden. Se lo conminó a no dejar de ser un "amigo del pueblo". Cuando tuvo terminada "Vida y destino", considerada hoy una de las obras maestras de nuestro tiempo, escribió en febrero de 1962 una carta al entonces primer secretario del Comité Central del Partido Comunista, Nikita Jruschov. La novela había sido confiscada. Relataba en su comunicación que uno de los camaradas encargado de censurar su libro le había confesado: "Todo es verídico o verosímil; sus personajes existieron o habrían podido existir". Y otro agregó: "Sin embargo, sólo será posible publicar su libro dentro de doscientos cincuenta años". La carta a Jruschov se debía a la apertura que muchos vieron en su discurso en el XX Congreso del Partido en 1956, donde se comenzaban a denunciar en un informe secreto los crímenes del estalinismo. Grossman era un héroe de la Unión Soviética y ahora se lo tildaba de "enemigo del pueblo". Es decir, a alguien que se había jugado el pellejo sirviendo a su patria en los momentos más dramáticos se le ponía al "pueblo" de escudo para justificar su persecución. Es que "Vida y destino" justamente denunciaba este tipo de situaciones, pero iba más allá. Ficcionalizaba tanto el bando soviético como el nazi durante la guerra y equiparaba los crímenes cometidos por uno y otro. Mostraba los inocultables vasos comunicantes entre ambos autoritarismos genocidas. Terminada la guerra sólo habría cabida para el relato de los crímenes nazis. La propia madre de Grossman había muerto arrasada por los batallones alemanes de exterminio de judíos en la ocupación de Berdíchev en 1941. El régimen, cuando Grossman quiso publicar su obra, sacó a relucir su ADN más esencial: evitar la deliberación pública en libertad. Grossman murió en 1964, pero antes fue entrevistado por orden oficial por Súslov, quien le argumentó en una de sus preguntas: "la sinceridad no es el único requisito para la creación de una obra literaria en nuestros días... su novela es hostil al pueblo soviético; su publicación perjudicaría no sólo a nuestro pueblo y al Estado soviético, sino a todos los que luchan por el comunismo fuera de la Unión Soviética, a todos los obreros progresistas de los países capitalistas, a todos los que combaten por la paz". Sin embargo, sucedió lo que los burócratas habían intentado impedir: azarosamente Grossman alcanzó a mandar clandestinamente fuera del país una copia de su obra maestra. Fue así como, antes de la caída de la Unión Soviética, en los primeros '80 se publicó en Occidente "Vida y destino", una de las cumbres literarias y éticas del siglo XX.
Los autoritarismos se fijan la misión de bloquear una deliberación pública de calidad. No la toleran, al igual que los populismos. Lo hacen con esas fórmulas de arrogarse el estar combatiendo por la paz, por los obreros progresistas, por el pueblo, por el amor contra el odio. En los tiempos de la vieja URSS la operación se realizaba con la crueldad explícita que sufrió Grossman. Hoy los populismos construyen sus garras de poder con mecanismos más sofisticados, porque la historia ha superado aquellas maneras de antaño. Pero siguen usando de escudo al "pueblo", a los trabajadores, al amor en lucha contra los "enemigos del pueblo" que odian. El telón de fondo es siempre la construcción de un relato a través de la banalización de una deliberación pública hecha sin datos ni evidencias o, peor, con el ocultamiento de lo que contradice la mentirosa versión oficial.
La Argentina de hoy intenta salir de la decadencia desanudando una trama férrea y muy bien construida de populismo corporativo. Para la conservación del poder a lo largo de los últimos veinte años se repartieron prebendas y privilegios sectoriales (y a veces hasta individuales) en detrimento del bien común. Estos nuevos pactos corporativos se vinieron a sumar a un entramado ya tejido desde hace décadas donde la corporación debe fortificarse para conservar el poder partidario a cargo de la Nación. Aunque se lleve puestos a los individuos, que no importan. Es lo contrario de lo que persigue la Constitución Nacional con su clara raigambre liberal y republicana. Para consagrar ese mecanismo se invoca una presunta revolución populista, siempre inconclusa, que esconde sus fracasos buscando culpables afuera de ella. "Ampliación de derechos", "década ganada", "nacional y popular", "el amor vence al odio" fueron fórmulas vacuas para camuflar una decadencia que traía más atraso, menos producción, más pobreza, peor educación, entre muchos otros males. Quizás entonces el gran desafío presente sea la construcción de una deliberación pública de mayor calidad, que permita construir un futuro menos berreta y más republicano y democrático. El gobierno de Milei demuestra hasta ahora deficiencias en este sentido y no logra articular con sectores que podrían ayudarlo en el logro de sus objetivos desreguladores. Se deja emboscar con demasiada facilidad porque es deficiente en la instrumentación de esa deliberación pública de calidad.
El domingo pasado se analizó en esta columna lo que está sucediendo en el Fondo Nacional de las Artes. Durante la semana que termina el tema estuvo presente en diversas actividades de protesta de distintos sectores y en todo el país, en notas periodísticas y en la comparecencia en Diputados del secretario de Cultura, Leonardo Cifelli. La hipótesis planteada era que el punto débil, no expuesto y en muchos casos escondido en la deliberación pública, era que el FNA había perdido su misión porque gasta 30% de su recaudación en fomentar el arte y el 70% en administrarse, cuando en el pasado había usado sólo el 10% en su funcionamiento, dejando el 90% a disposición del fomento artístico. Este argumento casi no apareció en el debate legislativo y estuvo ausente en los otros ámbitos. Carolina Biquard, abogada y expresidenta del FNA durante el gobierno de Cambiemos declaró en la prensa: "Somos muchos los que pensamos que la verdadera discusión es qué porcentaje de los ingresos se destina a la administración y cuánto efectivamente llega a los artistas. La solución no es que la Secretaría de Cultura absorba al FNA; lo que hay que hacer es descentralizar, dar autonomía a las organizaciones, que se concentren en cumplir con su propósito, con un control efectivo de su gobierno y gestión. Así es como funciona en los países que el actual gobierno toma como modelo. El FNA es un banco para artistas, con un mecanismo de financiación muy sofisticado y que supo ser muy efectivo. Absorberlo es como que el Banco Nación, salvando las distancias, pase a ser un programa de promoción de pymes y empresas de la Secretaría de Producción. En vez de evolucionar a un modelo mixto de financiamiento público (podría ser vía desgravación impositiva) y privado, se reduce a un programa que va a ser discrecional probablemente. Van a acceder a sus beneficios unos pocos".
Un análisis así cambia el eje del debate y a partir de esta agenda propuesta se puede evitar ese mal funcionamiento del FNA que lo tiene herido de muerte y alumbrar una nueva etapa. ¿Qué tal un FNA que en tres años haga los cambios necesarios, con una auditoría externa, que garantice que su existencia dependa de que sólo pueda gastar en administrarse y funcionar el 10% y el otro 90% se destine, como en los buenos tiempos fundacionales, al fomento artístico? ¿Quién puede oponerse? Sólo quizás los que hoy se llevan el 70% en administrar, las diversas corporaciones beneficiadas. Pero para eso se necesita una deliberación pública y una excelencia de gestión de la que la Argentina parece carecer.
Mientras, muchos referentes políticos y culturales sigue su cacareo sin aludir al tema central. ¿Es que todos ellos están de acuerdo con que se gaste más en administrar el FNA que en fomentar el arte? Parece que sí, porque siguen en un debate que nada contribuye a cambiar eso y que justifica el cierre de una institución que la mayoría valora. Se llegó a la situación risueña en Diputados de que con inocultable humor el secretario de Educación, Carlos Torrendell, expresó su beneplácito con que los referentes de la izquierda hubieran defendido una institución fundada por Victoria Ocampo y que había sido presidida por Amalia Lacroze de Fortabat. Quienes están embriagados de ideologismos terminan en esas laberínticas trampas de la historia, acompañando a los que, camuflados, sólo defienden intereses sectoriales o personales.
La muy deficiente participación del secretario de Cultura Cifelli en Diputados para analizar la ley ómnibus contribuyó a la mala calidad del debate. Contrastante con las muy ajustadas intervenciones del secretario de Educación Torrendell. Ahí se enciende entonces una luz anaranjada para el gobierno. Se necesitan funcionarios competentes para explicar y defender medidas que producen fuertes cambios de lo que se viene haciendo y ha llevado a la decadencia actual. Basta repasar el larguísimo debate en Diputados.
Porque lo que debe comprenderse es que al menos en educación y cultura los puntos que trae la gestión Milei a discusión requieren de un análisis y una instrumentación en función de un objetivo. Son títulos positivos en general a los que hay que rellenar de contenido. Como toda ley. La de educación de 2006, por ejemplo, plantea muy buenas intenciones que nunca se concretaron. Para eso se necesita de deliberación pública de calidad que es lo que el populismo ha bloqueado durante años. Un ejemplo: cuando se plantea tomar un examen al final del secundario o evaluar a los docentes hay que advertir que esa medida abre una enorme posibilidad frente a un sistema reticente a evaluar y evaluarse. No se puede desconocer que los últimos cuatro años, en algún caso con la excusa de la pandemia, el proceso evaluatorio de las pruebas Aprender fue menos rico que los años anteriores y que eso fue una decisión política que se flexibilizó por las presiones externas. Los sectores conservadores, que paradójicamente coinciden con los que han pretendido ser revolucionarios, se oponen a las evaluaciones porque las consideran intrusivas en un sistema que suponen con cinismo que funciona bien. La más obvia revisión los contradice. Cuando se evalúa se descubre que falla de base y que hay que meter mano para mejorar. Los defensores del "pueblo" se escudan detrás de "los docentes" y de "los artistas" para conseguir que nada cambie. Por eso debería instrumentarse una deliberación pública de calidad con datos y evidencias. Para evitar lo de siempre: que no suceda nada o que sucedan sólo cambios negativos, alentados por intereses corporativos. ¿Tienen sentido las largas enumeraciones de los por qué no avanzar o hay que empezar a pensar en los modos de por qué y cómo sí hacerlo? Romper la fobia antievaluativa de ciertos sectores de la educación y la cultura es un valor en sí mismo. Hay que defenderlo con un buen contenido de los qué y los para qué, que para eso están los buenos técnicos, y una óptima implementación, que para eso debería estar la política y los funcionarios competentes.
La burocracia soviética logró llevarse puesto al gran Vasili Grossman. Pero su persistencia hizo que "Vida y destino" saliera del cerco soviético y su denuncia de los crímenes comunistas y nazis se expandiera hasta hoy. Eran iguales, ambos partían de excluir a los que no compartían su ideología. Para eso no tenían límites en el exterminio, invocando siempre al "pueblo" y denostando a sus supuestos "enemigos". Las similitudes farsescas en la Argentina no son casuales: por eso siempre piden un chancho gordo que pese poco. Imposibles para llevarse una gran tajada. La matriz autoritaria y populista es la misma. Sólo cambian los contextos.