Argentina campeón mundial: qué felices fuimos aquel verano del '22

Se cumple el primer aniversario de la conquista del Mundial Qatar 2022, la alegría popular más importante de los últimos 40 años. Un verano que quedará para siempre en la memoria y en el corazón del pueblo argentino.

Argentina campeón mundial: qué felices fuimos aquel verano del '22

Nadie imaginó lo que iba a suceder aquella fría mañana del martes 22 de noviembre. Seguramente hizo calor y estuvo soleado, pero en mi memoria quedó registrado como un día nublado y frío. El cachetazo que significó la derrota frente a Arabia Saudita despertó los fantasmas que estaban dormidos desde hacía 20 años, porque Argentina acumulaba un invicto de 36 partidos y no podía empezar la Copa del Mundo Qatar 2022 con una derrota.

Cuando el esloveno Slavko Vincic pitó el final del partido, los que pasamos los 30 hace rato rememoramos el fatídico Corea-Japón 2002. No estábamos preparados para revivir esa desazón y mucho menos con un equipo que, de la mano de Lionel Messi, nos había vuelto a enamorar.

El inicio no fue el esperado.

Pero a partir del compromiso siguiente, desde el golazo del número 10 para abrir el marcador frente a México en un partido que podía condenarnos a una humillante eliminación en primera ronda, comenzamos a vivir el mejor verano de nuestras vidas. Aunque técnicamente hablando, todavía estábamos en primavera.

Desde el debut ante los saudíes hasta la inolvidable final frente a Francia, fueron 26 días de un frenesí absoluto. Pero los argentinos, fieles a nuestro estilo y a nuestra pasión futbolera, comenzamos a vivir el Mundial mucho antes.

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El clima mundialista se empezó a vivir con el lanzamiento de la camiseta oficial, el viernes 8 de julio, cuando Adidas puso a la venta la celeste y blanca que quienes la compraron antes del torneo terminaron siendo unos privilegiados, porque después fue una odisea conseguirla y muchos nunca lo lograron.

El 8 de julio salió la camiseta que pasó a la historia.

Y el furor llegó de la mano del álbum de figuritas. Nunca antes, en ninguno de los mundiales anteriores, se registró lo que se vivió con el de Qatar 2022. Una demanda altísima provocó desabastecimiento, lo que terminó en especulaciones, sobreprecios, impresión de figuritas truchas y hasta la intervención de la Secretaría de Comercio de la Nación. Incluso hicimos el esfuerzo inhumano de tomar Coca-Cola sin azúcar para conseguir las figuritas que venían de regalo.

Nadie quiso quedarse afuera. Los que tienen hijos pequeños, los usaron como excusa, y los que no tenemos hijos pusimos el pecho y fuimos cada sábado a las reuniones de intercambio para negociar con mafiosos de 8 ó 9 años, especuladores de un tipo de cambio exento de todo tipo de regulación: dorada por dorada o por cinco figuritas comunes, Cristiano Ronaldo por Neymar o por cinco figuritas comunes, ¿por la repetida de Lionel Messi? Con suerte 10 figuritas. Negociar con el FMI debe ser más sencillo.

Llenar el álbum fue una aventura familiar inolvidable.

Y cuando empezó el Mundial... ¡Qué Mundial! Fue arriesgado, porque todos sabemos que nunca hay que festejar por anticipado. Pero desde el partico contra México, donde una derrota nos mandaba de vuelta a casa, los argentinos salimos a la calle a celebrar. Primero fue en clave de desahogo, luego la clasificación a octavos de final, y ahí tomamos envión para repetir tras cada una de las victorias que se fueron consumando.

Copamos las calles. De todo el país. Desde el pueblito menos habitado hasta el Obelisco. Nos abrazamos con desconocidos. Grabamos videos. Sacamos fotos. Le cantamos "abuela la lalá lalá" a cuanta señora se nos cruzara.

El centro mendocino, copado por la gente luego de vencer a Australia en octavos de final.

Que por primera vez en la historia el Mundial se haya disputado en el verano del hemisferio Sur jugó a nuestro favor. Qué doloroso hubiese sido perder un torneo que nos tuvo festejando, cerveza en mano (cuánta cerveza tomamos, por favor), durante seis partidos consecutivos. Y qué distinto hubiese sido salir a la calle en pleno invierno, sin poder lucir nuestras camisetas por tener que estar abrigados.

Y la final. Qué final hija de puta. Un baile nunca visto en el partido decisivo de la Copa del Mundo. Un 2 a 0 con una superioridad abrumadora hasta los 79 minutos y la aparición de un villano a la altura de los acontecimientos como Kylian Mbappé, llamado a dominar el mundo durante los próximos años.

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El alargue. El gol de Messi con suspenso. La mano de Montiel y el nuevo empate de Mbappé. La atajada del Dibu. El cabezazo desviado de Lautaro. El despeje providencial del viajero en el tiempo Dybala.

Los penales que le pusieron fin a 36 años de espera. Que les permitió a por lo menos dos generaciones saber, por primera vez en su vida, qué lindo se siente ser campeón del mundo. Jamás se había vivido una alegría popular de tal dimensión. Todo el país unido por la felicidad de ver a Lionel Messi levantando ese trofeo espectacular.

Una marea humana alrededor del Obelisco porteño.

Y un festejo nunca visto en ningún lugar del planeta. Unas 6 millones de personas en las calles para recibir al plantel cantando Muchaaachos. Una caravana que duró mil horas y que apenas recorrió un puñado de kilómetros.

Los jugadores en cuero. La insolación. La T y la M sonando de fondo. Un manija que se tiró de un puente y le pifió al micro, pero quebrado y todo siguió agitando los brazos desde la camilla.

Locura en el micro de los jugadores.

Pasó exactamente un año y no debo ser el único al que se le sigue erizando la piel cuando repasa las imágenes del Mundial de Qatar. Pasó exactamente un año, y no debo ser el único que sigue teniendo al 10 alzando la Copa como fondo de pantalla del celular. Pasó exactamente un año, pero seguimos reviviendo ese día increíble como si hubiese sido ayer.

Qué verano inolvidable, la puta madre. Qué felices fuimos.

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