El Cruzado quedó a un triunfo de jugar en Primera División y lo logró en una definición emotiva llena de sufrimiento, cargada de épica y plena de justicia.
Maipú a la final con sufrimiento y con épica, pero también con justicia
"Nada enseña tanto como el sufrir y el llorar", reza un verso del Martín Fierro que por estas horas le cabe como anillo al dedo al Deportivo Maipú, que la pasó mal hasta el último instante de la semifinal del Reducido frente a Estudiantes de Río Cuarto y finalmente tuvo su grito de desahogo.
Dicen que una de las características por las cuales el fútbol es el deporte más popular del planeta radica en su injusticia. Es que no siempre gana el mejor y cada tanto se dan epopeyas en las que los más débiles se imponen a los más fuertes para quedar en la historia.
Y este domingo, después de haber empatado sin goles en Córdoba, el Cruzado estaba siendo víctima de esas injusticias deportivas que son difíciles de explicar, a la cual se le agregaba un condimento que la agrandaba mucho más: un fallo arbitral que terminó quedando en segundo plano pero que pudo sentenciar la suerte del equipo de Luis García.
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En lo netamente deportivo, Maipú fue mejor que Estudiantes en el partido de ida, donde generó las mejores ocasiones y terminó convirtiendo al arquero Franco Petroli en la gran figura, pero por esas cosas del fútbol, todo terminó 0 a 0.
La vuelta no fue muy diferente. El Botellero dominó desde el principio y, aun sabiendo que solamente necesitaba empatar, lo fue a buscar para no pasar ningún sobresalto y liquidar la serie sin especulaciones.
Pero el fútbol tiene esas injusticias y de un blooper insólito, tras un despeje de Guillermo Ferracuti que pegó en Imanol González, la pelota terminó en poder de Guillermo Villalba para que se fuera en solitario al gol. Un duro golpe para un equipo que tenía todo bajo control y de golpe se le esfumaba el sueño de clasificarse a la gran final.
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Y saliendo de lo deportivo, la injusticia se hizo aún más grande cuando a Marcelo Larrondo le cometieron una evidente falta adentro del área, en lo que era un penal clarísimo para Maipú. El árbitro Nicolás Lamolina la cobró, pero increíblemente (o no), la señaló afuera del área.
Pero el Cruzado no bajó los brazos ni se desconcentró ante lo que podía ser "el robo del siglo". Y tuvo su premio en el epílogo, cuando parecía que se quedaba con las manos vacías.
En el sexto minuto de descuento, con una media vuelta inolvidable Luciano Herrera hizo delirar al pueblo Botellero dejando al equipo en las puertas de la historia.
Maipú, el que marcó la historia, el primer equipo mendocino en jugar en la Primera B Nacional, tuvo que sufrir pero hizo justicia con fútbol y coraje para ponerle épica a una merecida clasificación.
Y está a 90 minutos de jugar por primera vez en su historia en la máxima categoría del fútbol argentino.