Hoy la Argentina, metafóricamente, se encuentra otra vez extraviada en el laberinto y buscando la salida.
Para que no te mate el Minotauro agarrate del hilo
"Sus relatos son con frecuencia una mezcla de verdades y mentiras, que es la forma más refinada de la mentira... Cuanto más monstruosa es la mentira, más creíble resulta para el común de los mortales".
Javier Cercas, "El impostor"
Dédalo construyó el laberinto de Creta para encerrar a un monstruo. El Minotauro, un hombre con cabeza de toro o un toro con cabeza de hombre, según el autor elegido, era hijo de Pasífae y del Toro de Creta. Pasífae era la esposa de Minos y enamorada del animal se travistió en vaca para seducir al toro y engendrar. El nacimiento del Minotauro, al que Borges y Robert Graves denominan Asterión, porque tal era su nombre, fue la consecuencia de una serie infinita de traiciones y engaños. Están descriptas en las distintas versiones de los mitos helenos. Periódicamente, para satisfacer la sed de sangre del Minotauro, le brindaban un sacrificio haciendo entrar por los pasillos a catorce jóvenes, siete varones y siete mujeres, que se perdían en el interior hasta encontrar una muerte violenta a manos del atroz habitante. Teseo pidió confundirse entre las próximas víctimas para enfrentar y matar a la bestia. Antes de sumergirse en los pasadizos Ariadna le entregó un hilo. Enamorada del joven aventurero le concedió la llave para salir. El leve cordel le permitió encontrar la salida. Ella tenía la ilusión de ser desposada por el héroe. Luego de cumplir su cometido, Teseo enhebró una nueva serie de traiciones y engaños. Entre otras, el abandono de Ariadna. Las versiones míticas se diversifican. Nada nuevo. Las historias en bocas de los seres humanos se multiplican y confunden.
Desde esos lejanos tiempos la figura del laberinto ha servido para escenificar la pérdida del rumbo, el extravío, el encierro, el castigo. Resulta tentador entonces usarla para ejemplificar la Argentina actual. Una sociedad encerrada en una sucesión de pasadizos conectados, siempre en la búsqueda de un centro esquivo. Unos dicen que allí habita un monstruo a la espera de víctimas sacrificiales y otros piensan que en ese espacio central se extiende el edén. Tal ha sido la obsesión por remitirse a la imagen laberíntica que los versos de Leopoldo Marechal han inspirado a generaciones para intentar darle una salida al problema del encierro o de la desorientación:
"Señor -le dije- clavo la rodilla y la frente,
pero, ¿cómo salir de la noche doliente?"
Y respondió:
"En su noche toda montaña estriba:
de todo laberinto se sale por arriba."
El poeta encuentra una fórmula para salir de su laberinto de amor: por arriba. Esa fórmula se ha difundido en muchos análisis políticos, pero en la práctica ha servido para encontrar un atajo y volver a sumergirse en el laberinto en busca del centro. Es sólo una trampa. Hoy la Argentina, metafóricamente, se encuentra otra vez extraviada en el laberinto y buscando la salida. La pueblan monstruos. Algunos se autoperciben como salvadores de otros monstruos y la farsa toma nuevos rumbos, siempre dentro de pasadizos lúgubres.
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El mito del Minotauro ha sido la base de al menos dos textos de Jorge Luis Borges: el primero y clave en su producción en prosa es "La casa de Asterión". Con su voz, asumiendo la primera persona, el ser monstruoso describe su personalidad y el lugar donde mora: "Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad... Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura?" El monstruo que al final del cuento, como en el mito griego, será muerto por Teseo se muestra a través de lo que piensan de él. Está en un ambiente cerrado, a pesar de que las puertas están abiertas. Propugna una libertad que no tiene, porque es cautivo de sí mismo. Fundamentalmente está solo, pero es libre de irse o de quedarse. El texto es de los años cuarenta y figura en el libro "El Aleph".
Es significativo cómo evoluciona el mito para Borges. En su último libro, "Los conjurados", reinterpreta el mito que lo ha obsesionado desde su juventud y en "El hilo de la fábula", fechado en la cretense Cnossos en 1984, dos años antes de su muerte y en plena primavera democrática en la Argentina, escribe: "Las cosas ocurrieron así. Teseo no podía saber que del otro lado del laberinto estaba el otro laberinto, el de tiempo, y que en algún lugar prefijado estaba Medea.
"El hilo se ha perdido; el laberinto se ha perdido también. Ahora ni siquiera sabemos si nos rodea un laberinto, un secreto cosmos, o un caos azaroso. Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo. Nunca daremos con el hilo; acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe, en una cadencia, en el sueño, en las palabras que se llaman filosofía o en la mera y sencilla felicidad".
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Volviendo a la Argentina se puede imaginar al laberinto como el escenario intrincando y sinuoso del populismo que ha gobernado en los último veinte años. El resultado ha sido una catástrofe, una enorme confusión. Las últimas elecciones han mostrado que una cantidad importante de votantes imaginan la operación de optar por un populismo de signo contrario. De uno con ademanes de izquierda a otro con gestos espasmódicos de derecha. ¿En qué se parecen ambos? En las soluciones mágicas que proponen. Son simples y muy atractivas pero falsas. Por eso es tan sugestiva la versión final, sabia, del último Borges: abandona el laberinto del encierro y se sumerge en el abierto: el tiempo. El tiempo requiere de cambio, porque como enseñó Heráclito: nadie se baña en el mismo río. Por eso Borges concibe que Teseo continúa su camino y se evade del encierro. Deja una clave certera para salir: el hilo. Es decir, el instrumento que sirve para huir del laberinto. Incluso prescinde en el título de su bello relato hasta de Ariadna.
Ese instrumento salvador en la fábula es el que se juega en las próximas elecciones. Siguiendo la metáfora borgeana, es imperioso usar del hilo para salir del encierro. El cordel que sacará del laberinto es el republicanismo. Descree de mágicas soluciones y propone el orden y el esfuerzo para abandonar el encierro laberíntico. Claro que el sufrimiento es tan grande que resulta atractivo el atajo, el escapar del laberinto por arriba, como ya han propuesto. Cambiar un populismo por otro. La tarea para salir de esa trampa es enorme y no será simple porque además no hay mucho tiempo, los plazos son perentorios. Las escaramuzas de los saqueos en los últimos días lo muestran. Vale la pena auscultar con oído fino lo que está sucediendo en el conurbano bonaerense en estos días y los hilos conductores entre los populismos, porque se necesitan mutuamente. Por eso apuntan unidos sus cañones, ya sin demasiado pudor, hacia quien quiere quedar afuera del laberinto.
En esa tarea compleja de ofrecer futuro cierto y no ilusiones hay que apelar a quienes están dispuestos a ver el mediano y largo plazo como el horizonte real de la salida del laberinto. Cuando uno de los populismos, el K representado por Massa, ha hecho tanto daño como para generar otro populismo, el de Milei, es complejo explicar y advertir donde está la salida. Los trucos de los ilusionistas están a la orden del día. Los desencantados quieren encantarse. ¿Cómo reprochárselos? No, mejor es advertir y multiplicarse en la advertencia. Por eso es que hay que apelar, como plantea Esther Solano, a quienes estén dispuestas a oír. Las madres, por ejemplo, que desconfían de timbearse el futuro de sus hijos a una solución fácil de lo que saben complicado. Ahí aparece el tema educativo en primer lugar y es un terreno en el que Patricia Bullrich puede hacer una diferencia. Porque la educación recorre toda la sociedad. Los K llegan con años de defensa declamada de la educación pública que choca con el declive más formidable que ella haya tenido en la historia argentina. Datos contra relato: nunca existió un pasaje tan severo de la educación estatal a la privada como en la "década ganada". Paradojas del macaneo kirchnerista. Milei apela al simplismo del voucher, como si el método de financiamiento, que además está muy en cuestión incluso en los modelos invocados como el sueco, fuera a hacer que los chicos aprendan más por arte de magia. No lo lograron en Suecia, con escuelas suecas, docentes suecos, niños y familias suecas, es decir mucho más prósperos que los argentinos, mal se puede pensar en algo venturoso para estas castigadas tierras tomando ese atajo.
A Bullrich le queda entonces peregrinar fuera del laberinto convocando a todos los que descrean de la mentira populista, la que ya tuvo su período y sólo trajo males y la que vende ilusiones futuras, rápidas y simples, a fuerza de motosierra. Motosierra que se propone para talar un árbol, pero también para cincelar una escultura. Al desastre educativo del relato K sin resultados y con marcada degradación y a la salida ilusoria del voucher se le debe contestar con planes concretos que, con orden y esfuerzo, conduzcan a que los chicos argentinos aprendan. Hay muchos oídos esperándolo. Y esos planes están. Todo eso que les han escamoteado con adoctrinamiento y métodos facilistas y ahora les aseguran con pases mágicos de financiación requiere de experiencia y esfuerzo. El atajo populista marechaliano de salir por arriba garantiza quedar perdidos en el laberinto. Hay que tomarse fuerte del hilo.