A diario nos enfrentamos a situaciones donde la suma y la síntesis es la mejor opción. Porque multiplica.
Del chupetómetro de Carlitos Balá a los demonizadores de pantallas
"La desventaja natural de la democracia consiste en que les ata las manos a los que la toman en serio, mientras que a los que no la toman en serio les permite casi todo".
Vaclav Havel, ex presidente de República Checa
Curiosamente esta semana varios amigos me enviaron un video donde un señor con inocultable acento argentino hace una condena educativa de las pantallas. Se basa en algo sucedido en Suecia y promueve así su propio libro como mercancía. Resultó ser de Barreal, Calingasta, San Juan, con estudios en San Rafael, Mendoza, y una ordenación de presbítero en el seminario del Verbo Encarnado, que abandonó tras algunos años de estudio en Estados Unidos. Se muestra ganador de una batalla con aquel tono inconfundible de "¿vieron?, yo les dije". El panorama se completa con la consabida alusión a un caso paradigmático, el sueco, que según lo transmitido habría pasado de la entronización de las pantallas digitales en la educación a demonizarlas y pasar a los libros como opción única. Un regreso a las fuentes, según la visión mesiánica del video, muy atractiva para muchos pero falsa. Para afirmar su prejuicio, toma de lo que realmente está sucediendo en Suecia lo que le viene bien y deja de lado la totalidad. Típica simplificación de lo complejo con fines prácticos para conseguir adhesiones y llevar agua al molino propio. Vale la pena mirar el video y leer algunas de las repercusiones mediáticas porque, a pesar de que algún medio escrito puso las cosas en su lugar, la realidad es que el consumo masivo se da a través del video. La batalla es desigual. Los militantes van en jet y los que estudian ponderando y cuentan la historia completa van en una carreta. El ejemplo es modélico.
Lo que sucedió en estos días en Suecia fue que revisaron, sobre la base de las evidencias, lo que estaban haciendo con sus políticas de alfabetización. El resultado no fue lo que se propugna en el video aludido. Suecia suma y el video resta. Uno hace síntesis, el otro incita a excluir. Son dos modos muy distintos de operar sobre la realidad. Por desgracia lleva las de ganar, al menos en lo inmediato, quien incita a ir por un camino errado y excluyente. La senda propuesta es optar por A contra B, cuando lo ideal sería sumar A + B con inteligentes equilibrios. Como queda claro en los artículos reproducidos, Suecia ha detectado con sus evaluaciones una falencia. Su actitud ha sido equilibrar, limitando la incidencia de las pantallas y ampliando la participación del libro. El objetivo es fortificar los habituales métodos de alfabetización, algunas veces reemplazados por recetas mágicas. ¿Dónde está la falacia del video? En que ya no existe un mundo sin pantallas, por más nostalgias que algunos grupos tengan. Con lo cual de lo que se trata es de estudiar, como ha sido siempre con lo que funciona, un equilibrio de proporciones y de incidencias. Sin demonizar, sino entendiendo y absorbiendo sus ventajas con inteligencia y practicidad. Las pantallas están ahí, con lo bueno y con lo malo. Se trata de atenuar lo malo y de potenciar lo bueno. Los libros también están ahí. En su caso es más simple porque lo malo está muy acotado y hay que rescatar lo bueno, que se está perdiendo. Por supuesto que si alguien (algo improbable) estuviera todo el día entre las páginas de un libro, sin salir a la realidad, estaría afectado y perdería contacto con lo cotidiano. Se trata de una adecuada proporción de libros para interactuar con las pantallas a las que todos tienen acceso. No hay modo de evitarlas. Se trata de usarlas y no dejar que nos usen. Es falso que quien se queda sólo en la pantalla tiene todo ahí, al alcance de la mano. Es confundir una herramienta con un fin. Mientras más conocimientos se posean y más destreza de comprensión lectora, más se podrá obtener de la oferta digital infinita. Más profundo se podrá ir. Por supuesto que si alguien se queda en la pantalla como si fuera el viejo chupete para calmar bebés llorones, se necesitará de un Carlitos Balá que traiga un chupetómetro donde depositar ese instrumento de dependencia.
Es indudable que hoy se está viviendo un momento con algo de estupidización preocupante. En muchos casos la dichosa pantalla chupa demasiado tiempo de la vida de cada mortal. Pero es claro que el exceso ha sido detectado y ha despertado un alerta. En diversos lugares, como en Suecia o en la cuna de la tecnología digital, Sillicon Valley, donde se ha vuelto a la escuela clásica, están reaccionando y buscando equilibrios. Algo muy distinto de esa posición perdonavidas de "estaban todos equivocados y era como yo les decía, ¿vieron?", que tan bien resume el video del ex presbítero.
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Ese modo de percibir la realidad depende de una visión binaria muy perniciosa. No se permite sumar visiones sino que hay que optar por una u otra. Cuando la verdad es que a diario nos enfrentamos a situaciones donde la suma y la síntesis es la mejor opción. Porque multiplica. Optar por uno u otro suele empobrecer porque resta. Sumar con inteligencia potencia las posibilidades. Es como esas opciones donde se dice que frente al blanco y el negro hay grises. Es cierto parcialmente, pero esconde una gran mentira. Además de blanco y negro y sus matices hay un paleta infinita de colores. Se deben abrir las anteojeras para no perdérsela, pero ahí está, disponible.
Hay que estar atentos. En tiempos electorales vale la pena hacer el ejercicio de mirar cómo operan este tipo de dinámicas sociales a la hora de decidir el voto. Hay una minoría que busca, analiza, compara y opta por uno u otro candidato. Pero una enorme mayoría se guía por estímulos menos sofisticados: un spot publicitario, una frase, un eslogan, un comentario, una sensación y además lo hace con enojo porque el contexto irrita. Puede salir cualquier cosa de ese cóctel. Ese contexto de irritación es generalizado en realidad en momentos como el actual. Abarca incluso a los que tienen una posición reflexiva y racional. Con lo cual la decisión del voto, que siempre está marcada por una presión psicológica del presente que impide proyectar el mediano plazo, recibe un impulso distorsivo muy marcado.
Del otro lado del votante está el que pretende ser votado buscando el modo de llegar a la mayoría. Y para eso no duda en simplificar y adueñarse de una presunta solución que no es más que una caja vacía. Un qué, sin el cómo. Ya se ha dicho en esta columna, siguiendo al poeta Oliverio Girondo, "una cosa es cacarear y otra poner un huevo". En la cabeza de este escrito se cita la advertencia del gran dramaturgo checo Vaclav Havel, quien llegó a presidir su país a la salida de la dictadura soviética. La democracia republicana condiciona y limita a quienes se la toman en serio, porque está en la misma naturaleza democrática poner límites al poder. Esos sujetos respetan los cerrojos que se aplican a los excesos y las mentiras. Pero a su vez, la democracia beneficia a quienes la bastardean y la desprecian, aunque la utilicen como bandera. Burlan los mecanismos que la democracia se autoimpone para limitar al poder. ¿Por qué? Un ejemplo práctico. Quienes quieren alfabetizar en serio, sin fanatismos ni exclusiones, deben ser ponderados y para encontrar el equilibrio deben resistir con inteligencia los embates de las pantallas digitales sin excluirlas. No creerse que son una solución en sí mismas, porque no lo son. Cumplen un papel, pero requieren de buenos docentes y otras condiciones. Y por otro lado están los que incitan a una fanática postura anti o pro pantallas, sin estar tan interesados por la alfabetización del estudiante. Corren con ventaja porque producen debates espurios que polarizan las opiniones sin dar cabida al verdadero dilema. Ese intríngulis es dedicar el tiempo necesario con métodos adecuados y capacitación docente para que se despierte la conciencia fonológica, evaluar, ajustar y registrar con sistemas nominales a quienes tienen problemas a fin de ayudarlos. Avanzar con evidencias y animarse a enfrentarse a ellas. Dejar afuera los ideologismos y otros fanatismos que desprecian los datos y las posiciones equilibradas y dispuestas a ser evaluadas en sus resultados.
En el medio de esa tormenta están el ciudadano, el niño que necesita alfabetizarse, el votante que sería deseable que tuviera todo el menú y pudiera elegir en libertad. Pero como advierte Havel el que cree realmente en el sistema respeta reglas de juego que en la práctica se le vuelven en contra porque lo condicionan. ¿La solución está en trampearlas como hacen los que se cuelan por los extremos? Por supuesto que no, pero es importante mostrar el total del panorama para comprender cómo está inclinada la cancha. Para algunos, que no tienen la responsabilidad de dar cuentas de sus dichos y acciones la pendiente es hacia abajo y corren por ella. Para los otros, los que gestionan y buscan medir para evaluar resultados, hay que remontar un plano inclinado adverso. Por eso, como enseñó el ex presidente del Brasil Fernando Henrique Cardoso, gobernar es "explicar, explicar y explicar". Aunque la batalla sea desigual y los triunfos populistas repetidos lo demuestran, está claro que cuando se asienta el polvo que levantan con sus promesas vanas quedan los malos resultados. Ahí están los niños que no aprenden a leer a pesar de pasar por la escuela. Ojalá en algún momento los pueblos se animen a sostener procesos consistentes para mejorar lo que está mal. Hay quienes están dispuestos a liderar esos dolorosos caminos de abandonar la venta de humo y construir sobre bases serias un futuro con evidencias comprobables y no meros relatos embusteros.