Las palabras premonitorias de Washington legadas por Belgrano con su traducción parecen un manual para que no sucedan los desaguisados de esta semana en San Juan y Tucumán.
Que los tramposos de las palabras no le ganen al entrañable traductor
"El proceso anterior, debemos decirlo, fracasó porque no supimos escucharnos entre quienes pensábamos distinto. Quiero invitar desde ya al Partido Republicano a no cometer el mismo error que cometimos nosotros".
Gabriel Boric, presidente de Chile luego de perder las elecciones a constituyentes del domingo pasado
Uno de los momentos más emocionantes de la historia argentina se desarrolló en los días previos a la batalla de Salta. El general Manuel Belgrano, al frente del Ejército del Norte, emprendió la traducción de un texto que quería legar a la posteridad. La situación es conmovedora. Uno de los padres de la Patria, en vísperas de jugarse el pellejo en el campo de batalla, se dedica a una tarea intelectual con el objeto de ofrendar a sus compatriotas unas palabras que considera trascendentes. Doble ofrenda: de sangre y de ideas.
Esa pieza destinada a nosotros, a todos los argentinos que vinimos después, es la "Despedida de Washington al pueblo de los Estados Unidos". Rumbo al fragor de la lucha el jefe militar encara la tarea de pasar al español esas líneas en inglés que le habían llegado en 1805. Ya las había traducido dos años antes de la versión final. La fatalidad quiso que debiera quemar sus papeles luego de la batalla de Tacuarí. Con lo cual debió partir de cero en su faena. Fechó el fin de su tarea el 2 de febrero, dieciocho días antes de entrar en batalla.
George Washington había escrito esa carta a sus compatriotas cuando le fueron a pedir que cumpliera un tercer período de gobierno. A pesar de que la Constitución de los Estados Unidos no se lo impedía, decidió retirarse y con eso dejó sentado el principio para su nación de que los presidentes sólo podían gobernar dos períodos. Eso fue norma no escrita hasta Franklin D. Roosevelt, quien con la excusa de que el país estaba en guerra fue reelegido por segunda vez en 1940. Luego, victorioso, volvió a ganar en 1944 y empezó su cuarto período, pero murió al año siguiente. Iba rumbo a ser una suerte de Gildo Insfran yanqui. Fue ahí que el Partido Republicano planteó la 22º Enmienda, dejando por escrito que los presidentes pueden cumplir dos períodos, sin posibilidad de volver. El principio consagrado por Washington fue confirmado explícitamente para que nadie sintiera la tentación de romperlo otra vez. Es el valor de la ejemplariedad de las grandes personalidades.
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Cuando Barack Obama estaba terminando su segundo mandato, le contó a un auditorio de representantes africanos en Etiopía que consideraba ser un buen presidente y que si se postulara podría ganar un tercer mandato. "Pero no puedo. La ley es la ley, y nadie está por encima, ni siquiera el presidente", les explicó. "Nadie debería ser presidente de por vida. Tu país está mejor si hay sangre e ideas nuevas. Todavía soy un hombre bastante joven, pero sé que alguien con nueva energía y conocimientos será bueno para mi país". Estaba interpelando a las presidencias vitalicias de muchos países africanos.
Al primer presidente estadounidense que fijó ese criterio, Belgrano quiso perpetuarlo en la memoria de los argentinos y escribió: "Suplico solo al gobierno, a mis conciudadanos, y a cuántos piensen en la felicidad de la América, que no se separen de su bolsillo este librito, que lo lean, lo estudien, lo mediten, y se propongan imitar a ese gran hombre, para que se logre el fin a que aspiramos de constituirnos en una nación libre e independiente".
George Washington, cuando se estaba redactando la Constitución, había defendido con convicción que no se limitaran las reelecciones. Pero cuando él ya había cumplido dos períodos cambió de idea por el bien de su Nación. Ya tenía la experiencia de gobernar y había comprobado como eran las peleas por el poder y cómo actuaban los intereses de los distintos grupos políticos y las apetencias personales. Por eso escribió: "...es de suma importancia, que sepáis bien cuanto interesa vuestra unión nacional a vuestra felicidad general y particular; que fomentéis un afecto cordial, habitual, e invariable hacia ella, acostumbrándoos a pensar, y hablar de la unión como de la égida de vuestra seguridad y prosperidad política, velando en su conservación con un celo eficaz; rechazando cuanto pueda excitar aun la más mínima sospecha de que en algún caso puede abandonarse; y mirando con indignación las primeras insinuaciones de cualquier tentativa..."
En primer lugar plantea unidad para la concordia. Unidad para dar batalla contra lo que produce daño comprobado a todos, más allá de las razonables diversidades. Un criterio republicano que choca con el populista de crear artificialmente un enemigo interno para tener con quien confrontar. Se ha practicado en los últimos años en la Argentina con los resultados a la vista. Un solo botón de muestra para contrastar con la frase de Boric que encabeza el texto: la actitud del Presidente con el jefe de Gobierno porteño durante la pandemia y la hostilidad posterior con la coparticipación. Washington advierte sobre lo faccioso, repele la confrontación extrema como modo de relación entre compatriotas. Por eso advierte: "Uno de los medios de que se valen los facciosos para adquirir influjo en los distritos particulares, es el de desfigurar las opiniones y miras de los otros. No podéis cautelaros bastante contra los celos e incomodidades que nacen de estos manejos; ellos se dirigen a separar los afectos de los que debían estar unidos como hermanos." Una radiografía de los años de populismo en estas tierras. Como si el viejo George hubiera mirado por un telescopio temporal a la Argentina del presente.
Ante los embates de los grupos al bien común, Washington advierte sobre el desconocimiento de la ley. Insiste en la necesidad de fijar reglas y respetarlas, además de plantear una férrea negativa a que la ley mayor, la Constitución, pueda ser alterada por los intereses de grupo. Incluso advierte sobre la necesidad de no confundir a un grupo con el pueblo y llega a hablar de la voluntad de "todo el pueblo" para los cambios de fondos, aludiendo evidentemente a mayorías importantes: "Respetar su autoridad (del gobierno con sus distintos poderes), cumplir sus leyes, conformarse con sus medidas, son obligaciones que prescriben las máximas fundamentales de la verdadera libertad. La base de nuestro sistema político es el derecho del pueblo, para hacer o alterar sus Constituciones de gobierno; pero la Constitución, que alguna vez exista, mientras que no cambiase por un acto auténtico y explícito de todo el pueblo, obliga a todos por los derechos más sagrados. La misma idea del poder y del derecho del pueblo a establecer un gobierno supone también la obligación que tiene cada individuo de obedecer al gobierno establecido." Claridad de padre de la Patria.
Luego de alertar sobre la necesidad de respetar la Constitución a rajatabla y protegerla de los intereses de los grupos, muestra como ellos intentan imponerse al interés general: "El espíritu de partido trabaja constantemente en confundir los consejos públicos y debilitar la administración pública. Agita a la comunidad con celos infundados y alarmas falsas; excita la animosidad de unos contra otros y da motivos para los tumultos e insurrecciones. Abre el camino a la corrupción y al influjo extranjero, que hallan fácilmente su entrada hasta el mismo gobierno por los canales de las pasiones de los facciosos. Así es que la política y la voluntad de un país se ven sujetas a la política y a la voluntad de otros."
Las palabras premonitorias de Washington legadas por Belgrano con su traducción parecen un manual para que no sucedan los desaguisados de esta semana en San Juan y Tucumán. Allí, eternizados gobernantes buscaron hacerle trampas a la letra de la Constitución de su provincia. Empujaron a la Corte nacional a dar cautelares que reavivaron la pelea política con el gobierno nacional, siempre presto a tergiversar como Washington advertía que no debía hacerse. Hubo consideraciones desopilantes desde el grupo de gobierno. Una cadena nacional presidencial que no desentonó con la actuación presidencial habitual. El paroxismo de la sinrazón fue cuando el siempre aliado del gobierno nacional y ex gobernador sanjuanino José Luis Gioja declaró que todos le habían dicho al actual gobernador que no podía postularse. La rápida bajada del postulante tucumano y ex Jefe de Gabinete nacional es muestra que tampoco tenía una convicción muy fuerte de lo que estaba haciendo. Se tiró un lance, por si pasaba.
En las consideraciones de Washington traídas al presente está implícito que cada poder actual cumpla su papel. La justicia tiene que velar porque no suceda lo ilegal. ¿No es imprescindible que si hay justificadas dudas de la legalidad de una postulación nada menos que a la gobernación de una provincia el máximo tribunal vele por el cumplimiento de la ley? ¿Eso es entrometerse en la democracia o garantizarla? Parecería casi imposible sacar adelante un país donde el grupo que ocupa el poder circunstancialmente pone en tensión lo legal por sus intereses de partido y personales de alguno de sus referentes.
Queda la sensación de que muchas de las constituciones provinciales tienen en su articulado o monstruosidades como Formosa con una reelección indefinida o reglas de juego poco claras que llevan a los conflictos que se desataron esta semana. Daría la impresión de que con astucia para el mal, la redacción está hecha para dejar espacio a la trampa. Es interesante bajo esta luz recordar el ejemplo de Washington y, sobre todo, el de Belgrano. Ambos le dieron a las palabras el valor que deberían tener. Es muy difícil construir el futuro cuando a cada paso se trampea con lo dicho y lo escrito para sacar una ventaja pequeña y mezquina.