El drama del populismo es que construye un relato donde se cree sus propias mentiras y ya no importa si saben o no saben.
El escritor K y el país de aprendices de brujo
"Sus remedios son secretos,
Los tienen las adivinas
No los conocen las chinas
Sinó alguna ya muy vieja,
Y es la que los aconseja
Con mil embustes la indina.
Allí soporta el paciente
Las terribles curaciones
Pues a golpes y estrujones
Son los remedios aquellos
Lo agarran de los cabellos
Y le arrancan los mechones"
José Hernández, La vuelta de Martín Fierro, canto 6
"El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas posteriores"
Milan Kundera, "La insoportable levedad del ser"
Uno de los tramos más notables de la inolvidable novela de Milan Kundera "La insoportable levedad del ser" (1984) es cuando reflexiona sobre el drama de su país, Checoeslovaquia, invadido por los comunistas rusos y el papel que habían cumplido los "entusiastas" de la buena nueva soviética. Ellos, con su complicidad o silencio, habían favorecido la invasión y hasta la habían alentado. Al descubrir la verdad de lo que se escondía detrás de los cantos de sirena ideológicos de los rusos la respuesta fue: "¡No sabíamos! ¡Hemos sido engañados! ¡Creíamos de buena fe! ¡En lo más profundo de nuestra alma, somos inocentes!" Y Kundera remata la escena con un giro original cuando su personaje Tomás piensa: "Y llegó a la conclusión de que la cuestión fundamental no es: ¿sabían o no sabían?, sino: ¿es inocente el hombre cuando no sabe? ¿un idiota que ocupa el trono está libre de toda culpa sólo por ser idiota?" Y es entonces cuando el texto literario encuentra el máximo punto de su reflexión apelando a una de las versiones del mito de Edipo: "Y fue entonces cuando Tomás recordó la historia de Edipo: Edipo no sabía que dormía con su propia madre y, sin embargo, cuando comprendió de qué se trataba no se sintió inocente. Fue incapaz de soportar la visión de lo que había causado con su desconocimiento, se perforó los ojos y se marchó de Tebas ciego".
Lo que sale a la luz es uno de los problemas éticos del ser humano más complejos e irresueltos: ¿importa saber o no saber o lo importante son las consecuencias? Edipo las asumió porque consideró que debía saber, que no tenía excusas para no saber. Este es el drama del populismo, construye un relato donde se cree sus propias mentiras y ya no importa si saben o no saben. Lo dramático son las consecuencias y la patológica actitud de desentenderse de ellas buscando culpables o mirando para otro lado como si nada estuviera derrumbándose. A diferencia de los "entusiastas" checoslovacos que habían recibido con los brazos abiertos a los soviéticos en 1968, para luego arrepentirse, el único reflejo de estos "entusiastas" del populismo es echarle la culpa a otros. Es como si Edipo hubiera buscado alrededor suyo algún culpable de no haber sabido él mismo que Yocasta era su madre, para desentenderse de las consecuencias de haberse casado con ella y haber engendrado cuatro hijos. Hubiera así seguido adelante sin destruirse los ojos para no ver lo que había hecho, haciéndose ajeno de las consecuencias. Las similitudes de este mito griego con la actualidad nacional son aterradoras. Y mientras tanto todo se deteriora más.
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En esa situación vive hoy la Argentina. Por eso más que en el análisis de las causas del desastre y en la elaboración de las soluciones, el desconcierto general lleva a apuntar la atención sólo hacia el hallazgo y condena de los culpables. Y una vez sucedido esto aparecen las recetas mágicas para salir de la gran crisis. Pululan los personajes que hacen acordar al "Aprendiz de brujo", uno de los capítulos de la maravillosa película "Fantasía" de Walt Disney. Mickey Mouse invade el lugar del brujo y pone en funcionamiento los mecanismos de sus brujerías. Pero luego no puede controlar las consecuencias terribles que se desatan. ¿El personaje de Ratón Mickey en el film es culpable de sus acciones o puede eludir sus consecuencias con alguna excusa? El populista le echará la culpa a la magia, a las escobas danzando o a las lecciones fallidas del brujo real. Le pondrá el nombre de un ex presidente o de un organismo internacional de crédito, pero nunca se hará responsable, a pesar de haber ocupado el lugar de las decisiones casi todo el tiempo de la tormenta. A diferencia de Edipo en la versión de Kundera, se desentiende de las consecuencias. En la obra de Disney el ratoncito lo único que tiene del brujo verdadero es el bonete, que él cree es suficiente para tener los poderes. He ahí otra metáfora de la Argentina actual.
Quizás lo más dramático de la situación planteada es que al desastre puesto en marcha por el "Aprendiz de brujo", deviene luego la necesidad de reparar y poner en marcha. Todo un desafío porque la mayoría cree que es inabordable el futuro, que no hay solución. "Este país no tiene arreglo", se escucha a diario. Es justamente por el desastre dejado por el falso brujo y su magia delirante. Sobre el final de la obra maestra de Walt Disney el personaje de Mickey intenta buscar una solución en el libro donde están los secretos de la magia pero se lo lleva la corriente sin que pueda encontrar el conjuro. La genialidad del padre del Pato Donald viene en el remate cuando realiza una operación mágica, que requiere de la complicidad del observador del film. Mickey, que ha sido "barrido" por el verdadero brujo fuera de escena, emerge en la realidad y dialoga con Leopold Stokowski, el director de orquesta británico de origen polaco, que aparece en escena a través de su sugestiva silueta. Ahí los espectadores caemos en la cuenta de que la verdadera protagonista del film ha sido la música que ha animado la acción. Siempre hay una música de fondo que marca el ritmo y que convoca y un director que logra coordinar los instrumentos para hacer el milagro de la reparación. Lo difícil es encontrarlo y no dejarse llevar por los aprendices de brujo. El Ratón, después del desastre, sale a buscar el remedio para su espíritu magullado y allí se encuentra con quien ha dirigido los acordes musicales que han marcado lo sucedido.
Uniendo las dos ficciones, Kundera y Disney, cabría preguntarse sobre la naturaleza de la reparación, del remedio, de lo que viene después del desastre: Checoeslovaquia invadida por los soviéticos y la pérdida de la libertad y el aquelarre en la casa del brujo cuando el pequeño aprendiz desata la tormenta. Esto coloca a los ciudadanos frente al dilema de elegir el modo de curación y es inevitable recordar el dicho popular: "que el remedio no sea peor que la enfermedad". Por desgracia hoy proliferan a rolete los remedios que agravarán la enfermedad y es difícil dar con los razonables. Frente a los problemas reales que padece la Argentina y Mendoza una legión de aprendices de brujo se ofrecen con mentiras, simplificaciones, acusaciones varias, alarmas y mucho oportunismo.
Si miramos a nuestro alrededor estamos en medio de una enfermedad severa, cuyo síntoma más generalizado pero no único se llama inflación, pero cuando vemos quienes se proponen para emerger de esa salud quebrada aparece una legión de macaneadores que hacen acordar a lo que en medicina se conoce como iatrogenia. Es el daño que el médico le hace a la salud del paciente de manera no intencional pero le provoca un malestar y hasta la muerte. Y ahí se renueva la pregunta de Kundera, ¿no saben o sabiendo no asumen la realidad para sacar un partido personal pequeño y circunstancial? Los ejemplos mendocinos hacen pensar en la segunda opción, los nacionales también. Y tratan por todos los medios de colgarse del inapelable desencanto.
Es interesante bucear en la etimología de la palabra remedio. El prefijo "re" apunta a la reiteración y el verbo mederi, que está en palabras como médico o medicina, da el sentido de "curar" y "cuidar", pero curiosamente también de "pensar", "considerar", "medir". En el fondo se trata no solo de dar cuidados y curaciones, sino también de contribuir con pensamiento, consideraciones, mediciones, "repensando" lo que se debe resolver. No vaya a ser que resulte lo que en medicina se conoce como "efecto paradojal" de un remedio. Esto se produce cuando, por ejemplo, se proporciona al paciente un sedante para sosegarlo y sólo se consigue que lo ponga más nervioso. De ahí la importancia de los buenos médicos y de los buenos remedios, sabiendo que en las realidades complejas nadie es infalibles. Lo que sí hay son muchos aprendices de brujos y venenos disponibles a la mano de ciudadanos enojados y desilusionados. Ojalá su estado de ánimo no los haga elegir un remedio que sea peor que la enfermedad.