En los procesos históricos lo importante está sustentado en un largo plazo que se debe saber auscultar y proyectar en el presente para entenderlo.
El país roto como un jarrón chino espera el kintsugi
"Quien de verdad ayuda a un gobernante
no le hace recurrir a las armas
para conquistar el mundo,
porque las acciones son recíprocas.
donde estuvieron las tropas,
sólo crecen pinchos y espinas.
Tras las guerras, siempre llegan años de hambre.
Por el bien general,
busca sólo la correcta decisión.
No osa conquistar por la guerra.
No se afana al decidir.
No se vanagloria con la decisión.
Decide sin orgullo.
Decide cuando no hay otro remedio.
Decide lejos de la agresividad."
Lao Tse, Tao Te King, siglo VI a. C.
A finales del siglo XV japonés, el shogun Ashikaga Yoshimasa sufrió la rotura de dos de sus tazones de té favoritos. Los envió a la China para repararlos, con la ilusión de que volvieran impecables. Pero resultó que se los devolvieron afeados con unas desagradables grampas. Entonces buscó artesanos japoneses más cerca y fue así como descubrió una técnica que el tiempo convirtió en arte. El kintsugi, en japonés "carpintería de oro", consiste en la unión de las piezas de un objeto roto mediante una laca que se obtiene de un árbol que se mezcla con polvo de oro o de algunos otros materiales preciosos. Luego, con un pincel se aplica y el verdadero arte consiste en destacar esas brillantes cicatrices, haciéndolas muy visibles. Los mejores artesanos son entonces quienes muestran con belleza y orgullo las heridas, sobre todo porque han conseguido volver a la vida la pieza destruida. La técnica fue tan apreciada que algunos comerciantes recibieron la acusación de romper deliberadamente piezas para que adquirieran más valor al ser reparadas con esa magia de oro. De allí que aún hoy, varios siglos después, haya recipientes arreglados con esa artesanía maestra más valiosos que otros que nunca se rompieron. El método se difundió por diversos países asiáticos, incluso la China, a donde el shogun había apelado sin éxito en un primer momento.
En estos días, Pablo Gerchunoff, en uno más de sus imprescindibles análisis que partiendo de la economía la exceden y calan profundo en los avatares y desdichas nacionales, utilizó la metáfora de un jarrón chino roto para hablar del país. Quizás vale la pena recordar algunas líneas para proyectarlas en el difícil momento que se está viviendo: "Un día un jarrón chino se rompió: la Argentina como sociedad homogénea basada en el trabajo asalariado. Y, aunque los protagonistas de esta historia no lo sabían al principio, que el jarrón se rompiera definió en gran medida el rumbo de la política económica kirchnerista a lo largo de veinte años. De eso queremos hablar: de cómo se intentó llevar adelante la tercera versión significativa del peronismo (la primera fue la del padre fundador; la segunda de Menem) en una sociedad fragmentada... El jarrón tuvo pequeñas rajaduras a lo largo de los años 60 y primeros 70, pero -vistas a la distancia- no resultaron perturbadoras. La alarma -las rajaduras mayores- aparecieron con el Rodrigazo de 1975 y con la dictadura militar, y se hicieron indisimulables luego, con las hiperinflaciones y el alto desempleo de Menem. El jarrón finalmente se hizo pedazos en 2001, dejando un tendal de desocupados, trabajadores marginales y pobres. Eso fue visible para todos."
La ajustada síntesis muestra un elemento indispensable para un buen diagnóstico y por lo tanto una buena estrategia curativa de las heridas: en los procesos históricos lo importante está sustentado en un largo plazo que se debe saber auscultar y proyectar en el presente para entenderlo. Es lo contrario de lo que hace el populismo, que busca explicar las dificultades con argumentos rápidos, inmediatos, cercanos... pero falsos. Por eso le echa la culpa a quien fija como enemigo y pasa por alto ese tiempo extenso donde están las raíces y las verdaderas causas profundas de los desbarajustes. Lo hemos visto a nivel nacional repetidamente y, por desgracia, cada vez más en Mendoza, donde esta deformación en los análisis resulta atractiva en tiempos electorales. Por eso a diario escuchamos enfáticos argumentos que se construyen con datos parciales y obvian los contextos y la complejidad de la realidad social y económica. Es la razón por la cual a la hora de formular propuestas éstas resultan flacas, esmirriadas, declamativas, pero flojas de datos y evidencias y mucho devienen en propuestas o planes. Un mecanismo muy común y al que se debe prestar atención es tomar una cifra aislada y derivar de ella un diagnóstico complejo que, por supuesto, es erróneo y falso. Se cumple aquello que nos enseñara el profesor Enrique Zuleta Álvarez cuando nos ilustraba: "En la Argentina, por desgracia, la política se ha transformado en una tecnología al servicio de personas que quieren llegar al poder y no saben para qué". Proliferan, por eso, los habladores cacareando con su datito a flor de piel y olvidando la complejidad de lo real.
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Gerchunoff sugiere que en los errores de diagnóstico o en el no advertir a tiempo ciertos fenómenos se basan las malas decisiones y el agravamiento de lo que se pretende solucionar. Eso es lo que explica que después de veinte años de quienes gobiernan supuestamente en nombre de los pobres haya cada vez más pobreza y marginalidad. Para entenderlo basta repasar cómo se explica la crisis actual negando lo que sucede, atribuyéndoselo siempre a otro y mintiendo descaradamente: "¿Qué hizo Néstor Kirchner ante la evidencia del jarrón roto? -continúa Gerchunoff- Primero que nada apostó por la continuidad. Eso significaba sostener -y, si se podía, acelerar- el alto crecimiento con baja inflación que para su sorpresa y regocijo heredaba de Eduardo Duhalde. Fue un go&go frenético de inversión y consumo partiendo de las profundidades de la depresión económica, acompañado de una macroeconomía sólida, con superávit fiscal y superávit externo, beneficiado con el tiempo por términos del intercambio favorables. Pensaba el presidente que de ese modo, con virtud y fortuna, recompondría el jarrón chino, la vieja sociedad, y que sobre ese fundamento -lo más importante- construiría su capital político, que inicialmente se le había negado en las urnas. El lunar de ese sueño fue el resurgimiento de la inflación a partir de 2005. Kirchner no podía comprenderlo: ¿por qué inflación, si tenía las cuentas en regla? Uno de sus presidentes del Banco Central le había explicado que si quería -como a partir de un cierto momento quiso- aumentar los salarios nominales manteniendo alto el tipo de cambio nominal, tendría inflación: ‘si usted aumenta un precio y otros precios no bajan, hay inflación'. Kirchner no lo escuchó, desconfiado como era de los teoremas económicos. Fue el primer pecado que pagaría. Mayor pecado fue el de ocultar desde 2007 la verdadera e inquietante inflación. También lo pagaría, y rápido. Esa decisión lo apartó definitivamente de los mercados de capitales, que estaban a punto de abrirle sus puertas después del default de comienzos de 2002."
El estimulante y sugestivo análisis de Gerchunoff continúa enfocando el nudo populista de los veinte años de kirchnerismo: "Pero no fue ni ese error ni esa mentira lo que descolocó a Néstor Kirchner y a su esposa, que en diciembre de 2007 lo sucedería. Fue algo infinitamente más importante para ellos. Desde su llegada al poder, los indicios de la fragmentación social habían cedido un poco con el crecimiento empinado, pero no habían vuelto atrás por completo ni mucho menos. Eso fue el origen de un miedo obsesivo: perder el poder y el caudal político que habían sabido conquistar con relativa rapidez, a fuerza de audacia, astucia y tasas de crecimiento chinas. El matrimonio percibió alarmado que no estaban gobernando una sociedad peronista, y que la propia política peronista -en su versión sindical y en su versión territorial, distinción que poco antes había señalado Stephen Levitsky en un influyente artículo académico- podía pedir en cualquier momento que rindieran cuentas. Tenían que pegar urgentemente las piezas del jarrón chino, volver a un pasado que recordaban glorioso. Imposible. Los jarrones chinos no son distintos al resto de los jarrones: cuando se rompen no tienen arreglo. Pero lo intentaron. Y fue ahí cuando la política económica kirchnerista, fundada en una razón inicial comprensible, levantó vuelo hacia la locura."
El remate del notable artículo, cuyo link está en esta página, merece la atención del lector, pero acá lo dejaremos para tomar su aseveración de que los jarrones que se rompen no tienen arreglo y cruzar esa certeza con el arte del kintsugi. En tiempos como el actual en que la moneda está en el aire, como gusta recordar a Pablo Gerchunoff, vale la pena repensar una y otra vez las opciones. Así como el shogun japonés buscó los artesanos adecuados y dio con los que le devolvieron una pieza arreglada que paradójicamente, por la belleza de la reparación, era más valiosa que la sana, la Argentina debe buscar los artesanos adecuados porque las sociedades nunca se rompen definitivamente. Siempre tienen una nueva oportunidad, aún cuando sean especialistas en perderlas como parece ser el caso argentino. Lo que hace muchos años le falta al país es una gestión que no esté basada en el disimulo de la herida sino en explicitarla, para repararla con firmeza y técnicas inspiradas en la aceptación posterior de las cicatrices, no en su ocultamiento. ¿Se puede hacer esto cancelando la medición de la inflación o esgrimiendo datos erróneos para llevar agua al propio molino, como estamos viendo en la Mendoza actual de protagonistas funcionales al populismo, y ni hablar en el país marcadamente populista? Difícil, habrá que buscar entre quienes están dispuestos a ver los huesos rotos, las magulladuras, los tajos, explicarlos, colaborar sin mezquindad, enfrentar el arreglo y sostenerlo, mostrarlo con sus grietas reparadas con algún material noble. Porque si no, sólo esperan en el horizonte cien años más de soledad y pedazos de un jarrón dispersos.