Juan Antonio Barroso hoy tiene 63 años. Vive en San Rafael y es veterano de guerra. A 41 años del Conflicto del Atlántico Sur, dio una entrevista al Post y recordó la anécdota del monte Dos Hermanas, en donde logró salvar la vida de más de 250 soldados.
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Se hace silencio, de golpe, del otro lado del teléfono. Pensamos que, como suele suceder, se trata de una falla en la línea. Pero no, la comunicación no se ha cortado, es que Juan Antonio Barroso se ha emocionado y le cuesta seguir hablando porque "todos esos recuerdos de Malvinas son duros".
"Es una mochila muy pesada la que lleva el veterano en sus espaldas", asegura en otra parte de la charla con Mendoza Post. Él es sanrafaelino, actualmente tiene 63 años pero cuando le tocó ir a la guerra para defender las islas, allá por 1982, apenas tenía 21. Su carrera militar estaba comenzando, se había casado y tenía una bebé de seis meses.
Por esas cosas de la vida, Juan nació, se crió y vive aún -precisamente- en el distrito Malvinas, de San Rafael. "Tuve la suerte de nacer en un lugar con el nombre de nuestras Islas Malvinas", dice, y se nota que una sonrisa se dibuja en su rostro.
Con precisión suiza, a pesar de que ya pasaron 41 años, nos relata una a una las anécdotas de la experiencia vivida como "Cabo Barroso", cuando prestaba servicio en el Regimiento de Infantería Mecanizado 6 y fue enviado al denominado Conflicto del Atlántico Sur, para pelear por las "Islas Malvinas, Georgias del Sur, Sandwich del Sur y los espacios marítimos circundantes". Que al día de hoy siguen estando en manos del Reino Unido.
Barroso, a pesar de su corta edad, tenía a su cargo a 150 hombres. Es que no sólo estaba en tercer año de la carrera militar sino que además tenía un puñado de años más que la mayoría. Eran todos pibes. Aquellos soldados, que hoy tienen entre 57 y 59 años, siguen recordando que Juan los salvó.
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Y él lo cuenta desde una humildad sincera, de esa que tienen los grandes, los héroes. Va perfecta esa palabra en este caso. "Es impresionante y duro. Acá a San Rafael vienen y me dicen que soy su hermano. Ellos tenían 4 o 5 años menos que yo. Me dicen que fui como un padre, un guía", rememora el hombre que hoy tiene 5 hijos y 12 nietos.
-¿A qué se dedicó, Juan, después de que volvió de la guerra?
-Yo estaba en carrera. Y en el 84' me pasaron a retiro, un poco como que me limpiaron. Nunca me reconocieron lo que había hecho en Malvinas.
Pero yo tengo la conciencia tranquila y el reconocimiento de los soldados, que muchos me dicen hasta el día de hoy: "Doy gracias a Dios, a Juan y a sus compañeros, de tener una familia, un nieto, salir a caminar con mi hija por la calle, gracias a Juan Barroso".
Me dicen que soy el verdadero héroe de Dos Hermanas porque les salvé la vida a todos, más de 150 hombres de nuestra compañía y más de 100, de la otra compañía. He tenido la suerte y la bendición que me he hecho amigos de Facebook, gente que no conozco y quiere pasar a saludarme y que le cuente mi historia. Eso es lo que uno se lleva, el reconocimiento de la gente.
-¿Cómo es que salva a sus compañeros en Dos Hermanas?
- Ese combate me vuelve a tantos recuerdos duros. Yo en el año '82 prestaba servicio en el Regimiento de Infantería Mecanizado 6. En abril regreso de vacaciones y a las 5 de la mañana me entero de que nuestras Fuerzas Armadas habían recuperado las Islas Malvinas.
- Ahí empezaron los movimientos para partir a Malvinas, teníamos que formar una compañía de 150 hombres. Muchos soldados estaban de baja, estaba la clase nueva, así que había que buscar soldados de la clase anterior. Preparamos los armamentos, los pertrechos, los bolsones y estábamos todos acuartelados. No podíamos salir... ninguno, a veces nos daban permiso en las noches para ir casa. Yo tenía a mi mujer y a mi nena de seis meses.
- El día 12 de abril partimos rumbo al Palomar y de ahí a Río Gallegos. Estábamos esperando órdenes en ese lugar, pero no sabíamos qué iba a pasar con nosotros. Hasta ese momento no sabíamos que íbamos a Malvinas. Llegó un avión como a las 4 o 5 de la mañana desde las islas, un general preguntó qué regimiento era y ordenaron embarcar para partir a las Islas.
- Fue todo incertidumbre, preocupación y tristeza porque no podíamos avisarles a nuestros familiares. No había celulares, nada.
- El 13 de abril aterrizamos en Malvinas. Era todo oscuro, mucho frío, parecía que el viento te cortaba la cara y la piel. Empezó a amanecer y marchamos rumbo a Puerto Argentino. Llegamos hasta donde había un búnker abandonado. Hicimos un campamento, armamos carpa y estuvimos dos días en ese lugar. Luego nos dieron la orden de marchar un poco más hacia la montaña. Yo maté un cordero, recuerdo, porque teníamos hambre.
- Para poder llegar luego a Dos Hermanas fue toda una trayectoria. Pasaron los días y los ingleses tomaron Darwin, tomaron San Carlos y fueron avanzando las posiciones hacia Puerto Argentino. Nuestra compañía (de 150 soldados) quedamos dando seguridad en toda esa zona. Ahí a último momento no podían entrar los camiones ni siquiera un jeep a llevar agua o comida, porque detectaban los vehículos y empezaban a abrir fuego con la artillería. Así que no podían llegar adonde estábamos nosotros. Nos manteníamos con algunas raciones frías, alguna vez hizo comida un encargado de compañía. Yo no bajé nunca a comer, perdí más de 10 kilos.
- Ya se acercaba lo más peligroso porque donde estábamos nosotros, hasta ese momento, los ingleses no habían atacado. El 9 de junio desplazan mi compañía completa hacia el valle. Yo tenía mortero y cuatro soldados a cargo. Los voy a nombrar porque son unos verdaderos leones, como todos los veteranos de guerra que combatieron en Malvinas; soldado Ángel Fernández, soldado Carlos Daveau, soldado Javier Romero -que fue el que me acompañó a tirar con el mortero- y soldado Hugo Batista.
- En ese lugar encaré con mi mortero la segunda posición que tomé. Tenía conmigo 200 kilos de mortero y había otro mortero que estaba a unos 70 metros, que apuntaba a la costa.
- Atacan varios regimientos en esos días, ya era 12 de junio. Los barcos bombardean todas las noches. No se podía descansar, ejercían mucha presión psicológica los ingleses. Tenías que estar atento, no podías quedarte dormido. Caían proyectiles a 300 metros nuestro y se estremecía todo.
- Ya se veía que los ataques eran cerca nuestro y cada vez más feroces. Les dije a mis soldados que prepararan algunas latas de ración, agua, el poncho y una manta porque de noche no íbamos a pasar.
- Se sentía el olor a pólvora, se sentía algo raro, un clima y un viento extraño. En ese momento uno presentía que la muerte andaba rondando.
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Se hace un silencio, nos pide perdón diciendo que "no es fácil hablar". A pesar de que la anécdota la contó muchas veces, el dolor de más de cuatro décadas con esa "mochila" parece estar intacto para este veterano del sur provincial.
-Hasta ese momento no nos habían atacado tan duramente. No teníamos reloj nada pero ya entrada la noche se lanzan los ataques sobre las posiciones nuestras. Como tenía el mortero, me había quedado en la parte alta en la montaña, pero el resto de la compañía, los 150 hombres que teníamos, estaban a 400 metros delante de mí.
- Esa noche se lanzan al ataque los ingleses, creo que era la guardia escocesa. Eran unos 600 hombres abriendo fuego y avanzando sobre nuestras posiciones. La compañía nuestra intentó replegarse, irse a retaguardia. Atacaban y parecía que estaban moliendo todo con la artillería y las ametralladoras. En esa montaña se escuchaban los gritos, insultos, heridos que pedían apoyo, que no los dejaran solos, que quería ver a su madre y a su padre.
- Pregunté quién era el soldado que pedía ayuda. Estaba herido. Le habían agarrado las dos piernas y no podían hacer nada, según dicen, así que murió ahí.
- Cuando comenzó el ataque de los ingleses sobre nuestra posición, el jefe de Compañía nuestro se retira del lugar diciendo que disparen y se va.
- Me quedé ahí, no me quise ir. Estaba empecinado porque escuchaba al soldado herido que pedía que no lo dejaran, que pedía ver a su familia y volver al continente junto con nosotros. En el costado derecho mío, en el precipicio de abajo, se escuchaban los gritos de un compañero mío, el Cabo Hirigotía, y su grupo de soldados que quedaron en ese sector acorralados por el fuego enemigo.
- Quería rescatarlo, abrir fuego, pero no tenía órdenes, no llegaba mi jefe de sección. Cuando llega me dice "Barroso, vamos". Yo le pregunto si íbamos a tirar y me dice: "No, cabo, nos vamos con la compañía". Pero yo le dije "de acá no me voy. Yo acá vine a pelear y de acá no me voy. No me voy a ir en la primera de cambio sin tirar. Tengo 200 proyectiles preparados para tirar. Tengo para tirar".
- Escuchaba a los soldados que pedían por favor, auxilio, apoyo de fuego, el soldado que gritaba que quería ver a su madre, a su padre, a su hermana y esa desesperación. Esas cosas a mí me golpeaban mucho y decía 'cómo me voy a ir sin tratar de ayudarlos para que salgan de ese lugar donde están atrapados'.
- Los ingleses venían avanzando encima de nosotros, estaban a unos 100 metros. El subteniente cuando le dije eso me dice: "Sálvese usted y que los demás se las arreglen como puedan". A mí eso me dio mucha bronca, parece que me habían echado un balde de agua hirviendo encima y le dije de todo al subteniente. Lo traté de cobarde, me envenené, me dio como un ataque de nervios pero estaba consciente de lo que quería hacer. No podía ser tanta violencia.
- No me podía ir y dejar a mis compañeros que sean aniquilados por el enemigo ahí. Así murió un compañero, murió un soldado que no era mío y me iban a matar a mis compañeros, 40 hombres. Quería tirar. Estaba discutiendo con el subteniente, llega otro y me pregunta qué pasa. Ahí se da una discusión y el que no quería que tirara le dice al subteniente Franco que si yo tiraba me iban a matar.
- Me autoriza a tirar y le pregunto al soldado Romero si se animaba a tirar conmigo. Me dice que sí. Me instalé con el soldado al lado del mortero y empecé a abrir fuego. Era una noche muy oscura, no se veía nada, yo tenía más o menos una dirección a la que apuntar. Quería salvar a mis compañeros. Tenía un 99,9% de probabilidad de morir en ese lugar. Fui a ese lugar a hacer lo que hice sabiendo que iba a morir, por la forma en que me metí al mortero y abrí fuego. Se maneja con una manivela para tirar más largo, más corto, a la derecha, a la izquierda. Cuando tiraba tenía que corregir entonces me puse rodilla a tierra y agarré tubo caño con el brazo. La misma potencia, la misma violencia que tenía dentro de mí hacía que lo manejara como si tuviera un papelito; lo único que sentía que me pegaba fuerte eran las patas del trípode. Pensaba que me quebraba el brazo porque me daban unos azotes esos dos fierros...Pero gracias a Dios no me lo quebró y pude cumplir con la misión que yo tenía.
- Recibíamos fuego de todos los ingleses que venían avanzando porque salía fuego del mortero pero yo estaba de atrás de una roca y no nos pudieron alcanzar.
A Juan se le vuelve a quebrar la voz y recuerda -parece que hasta lo siente al revivirlo- cómo los plomos vacíos chocaban y caían encima de ellos.
-Pude rescatar a mis compañeros. Estaba decidido a morir. En ese momento, si me pegaba un balazo parecía que la bala me iba a rebotar. Parece que tenía brazos de acero... Me quedaban dos tiros y le digo al soldado que vaya a pedir apoyo de fuego al otro mortero que estaba detrás de mí.
- La idea era que tirara por encima mío así me cubría porque ya lo único que teníamos enfrente era los ingleses. Se va a buscar al otro compañero pero no había nadie, habían dejado el mortero en posición. Así que les dije que lo arrojaran por la montaña.
- Me quedaban dos tiros y en ese momento se me llenó la cabeza de preguntas porque yo miraba para un costado, para el otro y no tenía a nadie que me apoyara. Lo único que tenía era el subteniente Franco que estaba atrás mío, él me alentaba.
- Sabía que terminaba de tirar ese último tiro y tenía que salvar el mortero muy rápidamente. Porque ya me habían detectado la posición. Era todo muy rápido. Volví a la cueva donde estaba. Me metí en el pecho una estampa de la Virgen de Luján y le pedí a todos los santos del cielo que nos protegieran.
- Cuando cae la primera bomba me tambaleé y me caí. Encima de la posición caían proyectiles. Parece que te vas a reventar, te inflás como una piñata.
- Es difícil de explicar lo que me tocó vivir en ese momento. Pero hoy lo puedo contar. Tengo la conciencia tranquila de que lo que hice lo hice bien y puedo dormir bien, aunque cada noche recuerdo a mis compañeros, los gritos de los soldados, los bombazos que recibí.
- Estaba mareado, no podía caminar, se me doblaron las piernas, me caía. Así como estaba me volví a la posición, arrojé dos granadas y la volé. Ya me había recuperado un poco y salgo corriendo de Dos Hermanas.
- Pero escuchaba todavía los gritos del soldado y quería volver a buscarlo. Pero mis soldados me dijeron que si iba me mataban los ingleses y los dejaba solos a ellos. Se me plantaron, me agarraron de los brazos y me dijeron: "Mi cabo, usted no va".
El llanto es inminente a esta altura de la conversación y ya de ambos lados del teléfono.
-Me convencieron y me sacaron hasta alcanzar la compañía.
-¿Viven esos soldados actualmente?
-Gracias a Dios sí.
-¿Sigue en contacto con ellos?
-Sí, tenemos contacto, somos más que hermanos. Vienen de visita, voy yo a su casa, a Córdoba, a Buenos Aires. No me dejan volverme cuando voy.
-¿Cómo vivió los primeros años después de volver?
-Tuve algunos problemas de salud. Volvías de Malvinas, tenías algún síntoma y ahí nomás te mandaban a Psiquiatría diciendo que estabas medio loco. Para mí lo que menos me hicieron fue tratar el problema que tenía. Fui por un dolor muy fuerte en el ojo izquierdo. Me tuvieron años en tratamiento en Psiquiatría y seguía mal.
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-¿Eso se le había producido justamente allá en la guerra?
-Fue una migraña y sinusitis. Después un doctor en el año 89´ me hizo un estudio, me dio un tratamiento y me sacó el dolor en una semana. Estuve siete años dopado, tomando toda clase de remedios. Y luego fui a este médico que me hizo un electrocardiograma porque yo pensaba que quizá tenía problemas de corazón, por las explosiones y bombardeos. Me dijo que mi corazón estaba perfecto, que no tenía que tomar medicación psiquiátrica, me cambió todo y nunca más me volvió ese dolor.
Para cerrar, Juan Barroso confiesa que fue recién en 2013 cuando logró poder empezar a contar su historia y todos aquellas duros vivencias.
"Estuve callado. Hasta que pude convencerme yo mismo de que tenía que contar un poco de lo que hice. Quizá no fue mucho pero le salvé la vida a varios compañeros. Lo dicen ellos. Fuimos a pelear, a combatir, a defender la patria y si tenía que morir iba a morir. Pero no tuve la suerte de quedarme en la isla", concluye dejando una mezcla enorme de emociones suspendidas en el teléfono.