Quienes defienden lo indefendible recortan la realidad hasta autoconvencerse de sus razonamientos.
Diego Maradona descubrió que San Martín no cruzó los Andes
"Yo no quiero parecer San Martín. Yo soy Diego Armando Maradona, me basta y me sobra" (2017, en C5N).
El debate en el Congreso de la Nación de esta semana por el Presupuesto dejó una vez más en carne viva la pobreza de la deliberación pública en la Argentina y su consecuencia nefasta de más y más decadencia. Si se seguían, por ejemplo, los avatares de los dineros para educación se veía como al mismo tiempo que unos mostraban con evidencias el "ajuste salvaje" en las cifras, otros pretendían que nada de eso sucedía, sino todo lo contrario. En general se trata de temas técnicos que, si se analizan con buena fe, son fáciles de dilucidar. Pero el problema es que la buena fe brilla por su ausencia y se entabla una suerte de riña de gallos donde esa necesidad de discutir con evidencias se diluye en un lodazal inmundo. Quienes defienden lo indefendible recortan la realidad hasta autoconvencerse de sus razonamientos.
Esteban Bullrich, ex ministro de Educación de la Nación, publicó en Twitter su visión del tema y a partir de ella se destapó una cloaca inundada de todo tipo de descalificaciones, muchas de un mal gusto notable, pero flojas de argumentos como ingrediente principal. Son las desgracias que generan las redes sociales. La razón es que en vez de analizar en profundidad el tema de la financiación educativa en el país se cae en una pileta de barro de la cual no hay escapatoria sin revolcarse y enchastrarse. Mientras, afuera, la educación sigue en terapia intensiva, por la financiación, pero también por muchos temas más.
Esta semana, una vez más, leí aquella célebre frase de San Martín: "Serás lo que debas ser y si no, no serás nada". No habría problemas de consumir una vez más esa sentencia políticamente correcta si no fuera porque el Libertador nunca la escribió. La cita textual de la carta a su amigo Tomás Guido, fechada en Bruselas el 18 de setiembre de 1826, dice: "Estoy convencido de que serás lo que hay que ser si no eres nada." La diferencia no es menor. En la frase apócrifa se afirma el "deber ser", es decir algo que está prefijado por alguien, por una norma, por una religión, por un poder superior y en la frase sanmartiniana, mucho más bella y sugestiva por otro lado, lo que se esgrime es el típico pensamiento liberal de un ilustrado donde la fuerza del verbo haber ("lo que hay que ser") no está dada por designios exteriores sino por la libertad del sujeto, por su voluntad y sus decisiones. Hay ríos de tinta escritos sobre la diferencia entre el verbo deber y el haber y las direcciones filosóficas, muchas veces antagónicas, que promueven. La pregunta es ¿por qué una comunidad, una Nación, ha decidido tergiversar a su padre fundador para hacerle decir, con evidentes intenciones de quienes produjeron la falsificación, lo que no dijo? Una curiosidad, si el lector se toma el trabajo de googlear la sentencia que realmente San Martín escribió encontrará que el buscador lo conduce a la falsa sin siquiera dar una pista de que existe la verdadera. Una gran metáfora en un país que ha optado por lo falso y por el ocultamiento de lo auténtico antes que por asumir la realidad y, si se quiere, cambiarla, discutirla, mejorarla, pero evitando falsificarla.
Este modo de vida social lleva a momentos risueños. Diego Maradona, símbolo acabado de la Argentina malograda, sentenció con su habitual retórica chispeante que era mentira que San Martín hubiese cruzado los Andes. Su sólido argumento fue que con Guillermo (Coppola) alquilaron un avión "de veinte lucas" para cruzar la cordillera y se movía muchísimo. Eso lo llevaba a descreer que el Libertador hubiera cruzado por ahí "en burro y enfermo".
Esta perla se puede complementar con otra donde le hacen volver sobre el tema sin estar en el mejor momento de su relación con las sustancias que tanto daño le hicieron y sugiere que no sólo es imposible cruzar "con las mulas muertas, enfermo y sin un aditivo". Diego Maradona traducía la gesta sanmartiniana en clave falopa (para cruzar la cordillera se necesita "un aditivo") y seguramente producía, y todavía lo sigue haciendo, la algarabía de muchos.
Se hace casi imposible la deliberación pública cuando todo puede ser puesto en duda por los máximos referentes y dejan de importar los hechos y las evidencias. Hay un ejemplo local que es muy significativo para entender la dificultad de la deliberación pública. El artículo 212 inciso 8 de la Constitución de Mendoza habla del presupuesto educativo fijándolo en el 20% "de las rentas generales de la provincia como mínimum y con el producido de las rentas nacionales que correspondan". Todos los años se da el debate de qué porcentaje del presupuesto general se dedica a la educación. Llama la atención que el sindicato y la oposición esgrimen una cifra y el gobierno otra, bastante distinta. ¿Dónde está la clave? En primer lugar, lo que dice la Constitución es de una época muy lejana en el tiempo donde las condiciones económicas e institucionales eran otras (deuda, coparticipación, régimen municipal, etcétera), con lo cual hoy ese fragmento es letra muerta a la que se la revive para que diga lo que no dice. Vale la pena recordar que existe hace años una traba para reformar la Carta Magna que permitiría, entre otras cosas, evitar esos anacronismos y ponerse de acuerdo en algo serio. Pero lo más grave es que unos lo miden sobre el total del Presupuesto y otros restan los servicios de la deuda y los fondos coparticipables porque aunque se contabilizan pasan directos a los municipios. La razón es simple, parecería más adecuado medir sobre el dinero que está realmente disponible para gastar y no sobre un asiento contable de dinero que no se puede disponer. ¿No sería más lógico un debate más honesto donde ambas partes tomaran el mismo parámetro y ahí discutieran cuántos son los fondos provinciales para educación? No sucede porque en general hay poco interés por el destino de esos dineros públicos. Lo que se pretende es sacar provecho político y hacer creer que se invierte más o menos, según sea el lado del mostrador, sin importar los resultados de esa inversión.
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Es evidente que el país quebrado ha achicado los fondos nacionales para educación en 2023. Pero admitirlo sería claudicar y salir de un relato que denuncia la presunta desinversión de la anterior gestión y que muchos repiten como loros sin un solo dato. Se transforman en Maradonas.
Vale la pena observar este fenómeno porque quizás el país esté esperando un equipo de gobierno que se anime a contar las cosas tal como son, con sus dificultades, sin echarle la culpa a nadie de todo y proponga un programa para cambiar el rumbo de decadencia. Para eso la calidad de la deliberación pública debe ser otra. No puede ser ni maradoniana, ni como la de los actuales grupos en pugna, donde si se mira el debate parlamentario (al menos en educación) no se salva casi nadie, salvo honrosas excepciones, como la del diputado Alejandro Finocchiaro, ex ministro de Educación de la Nación.
Hay que agregar algunos elementos de análisis para que los ciudadanos tengan mayor información. De lo que se está discutiendo en el Congreso, aproximadamente el 60% se lo lleva la educación universitaria, que no es obligatoria, y para la obligatoria, jardín, primaria y secundaria, queda apenas el 40%. Y el resultado de lo que se votó no es ajeno a esta distribución, si se conoce el lobby universitario. Pero además, en el caso de una provincia como Mendoza, por dar un ejemplo, lo que le aporta Nación, incluidos los dineros del Fondo de Incentivo Docente, alcanza apenas al 15% de la inversión educativa total. El otro 85% sale de las arcas provinciales, castigadas siempre por la discrecionalidad de las distribuciones de fondos nacionales cuando se quiere disciplinar a una provincia. Es decir que la educación la paga mayoritariamente la Provincia y no el presupuesto nacional.
Pero lo importante, una vez que se destinan los fondos, es la calidad del gasto que se hace de ellos. Los ejemplos del escaso impacto de los dineros públicos en los aprendizajes es abrumador. El fracaso de programas como Conectar igualdad, con millonarias inversiones y pequeña contribución a la mejora educativa, es ilustrativo. Otro caso citable puede ser la gran cantidad de dinero que se invirtió durante la pandemia en herramientas como cuadernillos, tv y radio casi sin trascendencia en la conflictiva vida escolar de ese momento. Por tomar sólo un par de ejemplos al azar. Y lo esencial es que todo esto se da en un sistema que tiene escasa información de calidad para su gobierno, lo cual a esta altura del siglo XXI ya es difícil seguir creyendo que es casual. Muchos comen de que se sepa poco. Hay demasiado por hacer, pero es imprescindible inspirarse en San Martín y no en Maradona.