Mientras la polémica presidencial tomaba rumbos desopilantes, allá afuera seguían el desencanto de los jóvenes, la inflación, la pobreza, la baja calidad educativa.
El hecho maldito del país educativo
A Ana María Borzone, por su viaje intergaláctico para enseñarnos a leer y escribir
Mientras las redacciones periodísticas ardían esta semana por una polémica entre el presidente y un participante de un reality show, en Mendoza se hizo un Congreso Internacional de Alfabetización con cinco mil inscriptos, presenciales y por streaming, y casi una centena de expositores, entre docentes, directivos, supervisoras, académicos de educación y neurociencias, funcionarios, lingüistas, miembros de ONG, ministros de provincias argentinas, ex ministros de países latinoamericanos y la lista podría seguir.
La presunción que podríamos barajar es que si este congreso tiene consecuencias exitosas en el largo plazo (en esto no hay magia) las redacciones periodísticas se quedarán sin tema. Quizás los reality sigan inalterables pero habrá otros presidentes. Porque será mucho más difícil que la sociedad se anestesie con temas que no la influyen en nada. Mientras la polémica presidencial tomaba rumbos desopilantes, allá afuera seguían el desencanto de los jóvenes, la inflación, la pobreza, la baja calidad educativa. Algunas de las intervenciones en el congreso fueron memorables, como las de dos de las máximas especialistas nacionales sobre alfabetización: Ana María Borzone y Florencia Salvarezza.
La alfabetización es el hecho maldito del país educativo. Ella es el centro, el punto de partida del aprendizaje porque sin estar alfabetizado nadie puede adentrarse en los diversos caminos del conocimiento. La educación es una tecnología para permitir que cada uno se apropie del conocimiento de su tiempo. Como nos ha enseñado el querido maestro Guillermo Jaim Etcheverry, cada chico tiene derecho a todo el conocimiento acumulado, es suyo, y si no puede acceder a él, se lo estamos escamoteando. Y lo afirmaba citando a Hesíodo cuando hace veintiocho siglos dijo: "Educar a una persona es ayudarla a ser lo que es capaz de ser". Por eso es tan central el debate por la alfabetización, tan importante entender lo sucedido en el país durante años y cuál es el modo de quebrar esa patraña perversa que impide que miles de niños adquieran la competencia de leer, entiendan lo que leen y produzcan textos escritos y orales.
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En 2017, llegó a estas tierras un marcianito que anidó en el gusto de los chicos de jardín y de primaria y los está ayudando a aprender a leer y escribir. Se llama Klofky y lo trajo a Mendoza una estudiosa de la alfabetización, Ana María Borzone, que acompañó a los docentes, directivos y supervisores y a los equipos de la Dirección General de Escuelas a desarrollar el programa "Queremos aprender". Basta googlear Klofky para enterarse que ese es el personaje del libro que se viene utilizando para ejercitar todo lo necesario a fin de que la lectura sea una realidad. Hasta aquí parece un cuento de hadas donde no hay brujas ni madrastras malas, pero la realidad con que se encontró el marcianito no fue un jardín de rosas.
Cuando sucedió aquel inicio algunos nos enteramos de que el método de trabajo que proponían un grupo nutrido de estudiosos estaba cancelado. Dicho con claridad, hay un debate en la Argentina por el cual la corriente de la conciencia fonológica, que de ella se trata, ha sufrido una cancelación asfixiante por parte de quienes militan otra teoría llamada psicogénesis y que tiene secuestrado al sistema educativo nacional. Parece insólito pero es así. Situación actual: en un país enorme como el nuestro, Mendoza tomó un camino haciendo un giro de 180º, algunas provincias lo están haciendo a escondidas y a veces sin la convicción adecuada de las autoridades máximas y otras resisten en su trinchera. Aún cuando las evaluaciones son adversas. La ideología le gana a los malos resultados y a las evidencias. Vaya una muestra con un acta real de una escuela de la Provincia de Buenos Aires. Allí se dice que la conciencia fonológica posiblemente en el futuro se acepte, que es útil, pero que por ahora no se puede aplicar. ¿Por qué? Porque se aparta del dogma único imperante y está prohibido contradecirlo.
Los populismos y sus recetas de gobierno han abolido el tiempo. Viven presos de un presente que se inventan para sostenerse y conservar el poder, y de ahí su prohibición de evaluar y de cambiar, como si todo anduviera bien; fraguan el pasado para justificar sus embrollos y engaños y han abolido el futuro porque su paraíso es un presente acechado que llevará a un porvenir venturoso que nunca llega, pues siempre está más allá por culpa de alguien ajeno a ellos.
¿Qué se necesita entonces? Evaluar, comprender que hay algo que no anda bien y aceptarlo. Trazar un camino y tener la decisión política de transitarlo, iniciando cambios de los que posiblemente no se vean los resultados. Hay que recrear el largo aliento en política en general y en política educativa en particular. Para eso se necesita organizar y proponer un programa de trabajo y entusiasmar con empatía a los protagonistas de esta aventura: los docentes, con sus directivos y supervisores. Lo clave es ponerse en camino porque si no nunca se avanza. Hay que capacitar, capacitar y capacitar. ¿Es posible? Claro, pero hay que estar dispuestos a soportar los embates de los canceladores, los dueños de la ideología progre que sacrifican el aprendizaje de los chicos en el altar de sus creencias trasnochadas. Por eso se niegan a las evaluaciones y nunca hablan de evidencias sino con conceptos brumosos, llenos de humo y de bellas intenciones de palabra. Mucho "qué" y poco "cómo" lograrlo. O nada, porque el resultado, que los chicos aprendan, no les importa, en la medida en que no los contaminen aires por fuera de la ideología entronizada. Es como tener la cura para una enfermedad y negarse a usarla porque no se adapta al credo oficial. Aunque parezca increíble eso sucede hoy en la Argentina y todavía hay vastos territorios inexpugnables o casi. La gran mayoría de los Institutos de Formación Docente y muchas universidades son inmunes a las evidencias y cumplen el papel de Santo Oficio de la Inquisición para resguardar lo que viene fracasando hace cuarenta años. Pero de eso no se habla y no se discute. Hay que atreverse a ir contra el catecismo, ser cancelado por hereje y difamado por los guardianes de la fe para conseguir resultados.
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El jueves y viernes pasados Mendoza fue una fiesta de miles de protagonistas del sistema educativo pensando, intercambiando ideas, comparando evidencias y animándose a cambiar. ¿Se puede? Claro. Pero hay que estar dispuestos a romper esos consensos, esas políticas de estado, que se repiten a pesar del fracaso y aunque muchos crean que no existen. Hace poco comentamos el libro "Una vacuna contra la decadencia" de Giordano, Seggiaro y Colina. Allí los cordobeses dicen que no es cierto que no haya políticas de estado en economía. Las hay pero negativas y aceptadas por todos los gobiernos, de uno y otro signo. Como gastar más de lo que se recauda o recaudar menos de lo que ingresa. Eso se hace y luego todos se sorprenden de los resultados de inflación, pobreza, indigencia, mala salud, deficiente educación, inseguridad. Ahí aparecen los populismos y le echan la culpa a alguna conspiración internacional y todos contentos. ¿Y si probáramos con gastar mejor o con generar más riqueza? O las dos cosas. Sería un punto de partida. Para eso hay que tocar intereses de minorías intensas siempre unidas y organizadas. En la educación es lo mismo: hay que plantarse frente a consensos negativos que se intentan ocultar en sus consecuencias no evaluando, no analizando las causas de los fracasos, haciendo mucho ruido donde no están los mayores problemas para distraer. Para cortar eso quizás se necesite el espíritu que Borges, en su último libro, nos dejó en un poema como legado para enfrentar el presente y construir un futuro que valga la pena vivirse.
Los conjurados
En el centro de Europa están conspirando.
El hecho data de 1291.
Se trata de hombres de diversas estirpes, que profesan diversas religiones y que hablan en diversos idiomas.
Han tomado la extraña resolución de ser razonables.
Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades
Fueron soldados de la Confederación y después mercenarios, porque eran pobres y tenían el hábito de la guerra y no ignoraban que todas las empresas del hombre son igualmente vanas.
Fueron Winkelried, que se clava en el pecho las lanzas enemigas para que sus camaradas avancen.
Son un cirujano, un pastor o un procurador, pero también son Paracelso y Amiel y Jung y Paul Klee.
En el centro de Europa, en las tierras altas de Europa, crece una torre de razón y de firme fe.
Los cantones ahora son veintidós. El de Ginebra, el último, es una de mis patrias.
Mañana serán todo el planeta.
Acaso lo que digo no es verdadero, ojalá sea profético.
Quizás se trate de tomar la extraña resolución de ser razonables, olvidar las diferencias y acentuar las afinidades. En la alfabetización Mendoza tomó esa decisión y lo hizo con todos, colaborativamente y con continuidad. Los resultados empiezan a verse mientras las escuelas se ocupan del marcianito Klofky y sus ejercitaciones con letras y palabras. Otros están obnubilados espiando en una casa armada para que la espíen. Nada de lo que se necesita cambiar sucederá sin conflicto. Hay que estar dispuestos a enfrentarlo, preparados para jugar la partida y ganarla.