Para muestra, como se ve, basta un bastón. La columna de Ernesto Tenembaum para el post.
Camino al abismo
En apenas unas horas, el nuevo presidente de la Nación será Mauricio Macri. En esas pocas horas, la mandataria saliente, Cristina Fernandez de Kirchner deberá tomar una decisión curiosa: ir o no ir, participar o no, de la ceremonia de traspaso. No es algo sencillo, al menos para ella. Si no va, quedará para la historia como la única presidenta que se negó a ponerle la banda y entregarle el bastón a su sucesor. Pero, dado el contexto, ir a la ceremonia implicará una especie de rendición simbólica: hará lo que, a todas luces, no quería hacer. ¿Quien ubicó a Cristina en esa encerrona? Como en muchos otros casos, nadie, salvo ella misma.
"No pasa día sin que un dirigente macrista empuje a Cristina hacia el abismo de la inasistencia"
Fernández y Macri, la presidente saliente y el presidente electo, dan dos versiones distintas sobre las razones por las cuales las cosas se están saliendo de cauce. Sería un hecho discutible si no se hubieran producido algunos episodios que fueron públicos y notorios. Desde la Casa Rosada, se convocó a una manifestación kirchnerista, es decir, opositora al nuevo presidente, en el mismo momento de su asunción. Los integrantes de esa marcha son, básicamente, los mismos que durante años gritaron "Macri, basura, vos sos la dictadura". Desde que Macri fue electo democraticamente la Presidenta habló un par de veces. En una de ellas, advirtió que nadie reemplace a Zamba, de Paka Paka, por el Pato Donald. En otra intervención, explicó que es muy distinto manejar un país que una empresa. En ningún momento deseó suerte, tuvo un gesto de amabilidad, reconoció algo de la investidura de su sucesor. En ese contexto, como se sabe, tomó medidas que comprometen seriamente la gestión que viene, sin consultar con quien la encabezará, y dispuso que algunos de sus funcionarios más combativos permanezcan en puestos claves del nuevo Gobierno. El orfebre encargado del bastón presidencial, además, denunció que desde la Casa Rosada lo amenazaron para que lo entregue, aunque después pidieron disculpas.
En ese contexto, Macri tiene todo derecho a disponer medidas para garantizar que el marco de su asunción no sea agresivo en su contra. Por eso, no parece arbitrario que pidiera que la ceremonia se hiciera como siempre: en la Casa Rosada, sin barras, solamente ante un reducido grupo de invitados. El salón blanco de la Casa de Gobierno es el mismo recinto donde asumió tres veces Juan Perón, y una vez personajes tan disimiles como Héctor Cámpora, Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando de la Rúa. Solo Néstor Kirchner cambió la tradición y recibió en el Congreso la banda y el bastón, algo a lo que accedió su antecesor, Eduardo Duhalde, porque consideró que los pedidos del nuevo mandatario, si son razonables, deben ser satisfechos. Lo mismo opinó esta semana uno de los ministros de Daniel Scioli o el gobernador de Salta José Urtubey. Como se ve, no es el caso.
"Hace años que Macri compite con el kirchnerismo y, cada vez que lo enfrente, la gana".
Sin embargo, la discusión sobre quién tiene razón y quién no, es menor, poco relevante, frente a otra: ¿quién gana y quién pierde en la pulseada? Por lo que se ve, el macrismo empezó a rodear a la Presidenta saliente. Hace años que Macri compite con el kirchnerismo y, cada vez que lo enfrente, la gana. Algo entiende, a esta altura, de esta pulseada. Primero, fue el influyente Emilio Monzó quien dijo que no habría problema, que Cristina no fuera, que ellos se arreglaban. Evidentemente, fue una decisión de alto nivel porque, desde ese momento, no pasa día sin que un dirigente macrista empuje a Cristina hacia el abismo de la inasistencia. Que no se preocupe, si no quiere, que no vaya, que será Lorenzetti el encargado de ponerle la banda a Macri, que todo depende de ella, que se vaya por la puerta chica, si quiere. Así las cosas, a Cristina solo le quedan dos opciones: aceptar las condiciones del macrismo, borrarse o colarse de manera extraña en el acto que se realizará en el Congreso. Para salir del encierro, Cristina acusa a Macri de haberle gritado y discute por Twitter con la versión de Macri que ella da. Pero, la verdad, ella ha gritado tanto y mentido sobre tantas cuestiones, que -difícilmente- su versión sea creíble para alguien que no sea uno de los militantes que vienen bancando este proyecto.
Hace muchos años, el psicoanalista Fernando Ulloa, creó el concepto de "encerrona trágica". En términos coloquiales, se pueden definir como aquellas situaciones que agobian a una persona, pese a que la salida de ellas, para cualquier observador, es bastante sencilla. El problema es que el involucrado no ve esa salida. Es como si estuviera encerrado en un laberinto que existe solo en su propia mente. En este caso, la solución era muy sencilla. Una vez que ganó Macri, ya no había nada que hacer salvo ayudarlo a asumir. La pelea se reiniciaría dentro de unos meses, no en el período de la transición. Aún hoy, con todos los errores de Cristina en estos días, apenas se trataría de recurrir a un gesto elegante: encogerse de hombros y ceder, y presentarlo incluso como un gesto de grandeza. Pero eso, que parece tan simple, para Cristina es complicadísimo. La historia del kirchnerismo está repleta de estos problemas menores que se transforman en situaciones sin salida. El conflicto por la 125 fue uno de ellos. Años después de aquel dislate, los mismísimos Nestor y Cristina reconocieron que se salía de esa encerrona con una mínima negociación. Pero, en medio del conflicto, no pudieron hacerlo. No lo veían. Macri también podría ceder, pero es razonable que perciba como riesgoso un escenario donde el kircherismo ya desplegó suficientes señales amenazantes.
En cualquier caso, el sainete del bastón y la banda no es el último episodio difícil que enfrentará la presidenta saliente. Quienes imaginan el 11 de diciembre como el primer día del operativo retorno, tal vez subestiman dos evidentes procesos que ya comenzaron a mostrar efectos concretos.
El primero ocurre en la Justicia. Estos hechos ocurrieron en las últimas semanas. Un fiscal federal pidió la indagatoria del presidente del Banco Central, Jorge Vanoli, por presuntas maniobras con el negocio del dólar futuro. La causa será investigada por el juez federal Claudio Bonadío. Un día antes, la Corte Suprema de Justicia de la Nación produjo un fallo que obligó a YPF a hacer público su acuerdo secreto con la petrolera norteamericana Chevron. El vocero del enojo oficial fue el desprestigiado jefe de Gabinete, Aníbal Fernández quien se burló: "Ahora se podrá revelar la fórmula de la Coca Cola". La semana anterior, la misma Corte Suprema declaró inconstitucional a la ley de subrogancia, mediante la cual el Gobierno había logrado designar y remover jueces por medios mucho más flexibles que los dispuestos por la Constitución Nacional. Anteriormente, el fiscal que entiende en la causa por la tragedia de Once había pedido condenas durísimas para los funcionarios que ocuparon la secretaría de Transporte entre 2003 y la tragedia de Once. Reclamó, además, que se investigue la responsabilidad del ministro Julio de Vido. La sentencia en esa causa se conocerá en los próximos días. En este contexto, el juez Bonadío allanó las oficinas del ministerio de Planificación como parte de una investigación de irregularidades en la importación de energía durante esta década y citó como sospechosos --es decir, a indagatoria-- a varios funcionarios, entre los que se destaca Anibal Fernández, por la implementación del plan Qunitas, anunciado en plena campaña por la presidente de la Nación. Y, además, empezaron a llover nuevos pedidos de indagatoria sobre el vicepresidente Amado Boudou.
El segundo proceso en marcha se está produciendo en el Partido Justicialista. El primer conato de rebelión se insinuó entre los gobernadores que, luego, bajaron la cabeza de manera impresionante cuando Cristina los enfrentó cara a cara. El segundo se expresó en la ruptura, al menos temporaria, del bloque de senadores provinciales bonaerense, encabezado nada menos que por el peronismo de La Matanza. Cristina pidió en los últimos días que los peronistas no se distraigan con peleas internas, o sea, que se encolumnen detrás suyo como en los últimos doce años. No parece haber consenso sobre el punto.
El futuro de la inminente ex presidenta depende de su sutileza, de su inteligencia, de su talento político.
En los últimos años, no parece ser lo que mejor le funcionó.
Y para muestra, como se ve, basta un bastón.