Esteban Cichello pasó de la indigencia a dar clases en la universidad más prestigiosa del mundo con esfuerzo, estudio y una tremenda claridad para fijarse metas.
Vivió en un rancho, trabajó en Mendoza y llegó a Oxford
Esteban Cichello fue pobre, indigente. Vivía en un rancho sin agua y, gracias al amor por la lectura, las palabras y un tesón formidable, logró llegar a ser profesor de la Universidad de Oxford, una de las más prestigiosas del mundo. Por supuesto, escribió un libro con su historia y aclara que con mérito y esfuerzo todo se puede lograr.
Esteban vivía en La Falda, en la provincia de Córdoba, con su papá Pedro Cichello Hübner (mecánico de motos), su madre Ester Gracia y su hermano mayor, Daniel. Pero Pedro resultó ser un picaflor y Ester lo descubrió. Ese día, luego de una pelea violenta, Ester hizo los bolsos.
"Ver una escena de tal magnitud de violencia fue una hecatombe en mi infancia. Fue traumático", recuerda hoy Esteban desde Gran Bretaña, en una entrevista con Infobae.
Tras la separación, Ester, Daniel y Esteban se mudaron a un rancho en el conurbano bonaerense. Un cuadrado de seis metros por seis, sin paredes ni revoques, con piso de tierra y chapas como techo, era su nuevo hogar. No había ni baño ni cocina. Vivían allí con su abuela Raquel y un hijo de ella que tenía la edad de Daniel.
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Al tiempo, Pedro, que se había mudado cerca, reclamó los hijos y obligaron a los niños a elegir con quién vivir. Daniel se fue con su padre, con quien hizo una vida mucho más acomodada. Esteban eligió quedarse en la precariedad, pero con el amor materno del cual no quería prescindir.
Esteban comenzó a trabajar a los nueve años. Lo hacía en la despensa local, unas horas antes de la escuela.
Hoy, desde su departamento en Oxford, Esteban dice que "el ábrete sésamo de mi vida fue la lectura (...) Yo me rehusaba a ser pobre de palabras. Los diccionarios me apasionaban. Como no me alcanzaba el dinero para comprarlos me puse a juntar unos cables negros, los quemaba y, después, vendía el cobre que quedaba. Con eso, un día, me compré un diccionario de inglés".
Una vecina del rancho en el que vivían, llamada Fernanda Fernández, tenía unos discos de vinilo para aprender inglés, ese idioma que tanto le llamaba la atención. Esteban los descubrió y le rogaba con insistencia que se los pusiera. ¡Quería aprender como fuera! Fernanda le decía "tráeme unos huevos de Zulema (la gallina de Esteban y su madre) y te los pongo...". Y así empezó su romance con esta lengua que hoy habla como un verdadero nativo.
De casualidad, cayó en sus manos un libro de un autor coreano que lo marcó: "Ahí leí que uno se debía embarazar de las cosas que deseaba para su vida. Si uno soñaba con una bicicleta, era muy factible que tuvieras esa bicicleta... pero el sueño tenía que ser muy claro: tenías que soñar el color, el rodado, la marca , el tamaño y hacer todo lo posible para tenerla", recuerda Esteban.
Su próximo trabajo fue en el Hotel Conquistador, en la calle Suipacha. Por esos tiempos, se obsesionó mirando otro hotel de la zona: el magnífico Sheraton. Se le metió en la cabeza que quería trabajar allí. Educado, bajito, emprendedor, audaz, súper prolijo... se ve que decirle que no a Esteban era difícil. Consiguió un puesto. Tenía que repartir los mensajes por cientos de habitaciones. Iba con su enorme bolsa subiendo por los ascensores y bajando por las escaleras, piso por piso, cuarto por cuarto. Un día le ofrecieron ir a trabajar al Hotel Géminis, en Las Leñas. Se animó y se instaló en Mendoza. Como en la montaña no tenía en qué gastar, juntó plata para empezar a concretar sus postergadas fantasías.
Viajó a Israel y trabajó de noche para poder aprender hebreo durante el día. Y, cuando supo manejar bien la lengua, se anotó en la Universidad Hebrea en Jerusalén para estudiar Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas. La universidad podía pagarla prestando servicios sociales. Cumplió la nueva misión y se recibió con honores (Summa Cum Laude) por su buen promedio.
Desde que había visitado, en un viaje a Gran Bretaña, la Universidad de Oxford, tenía otro gran sueño: estudiar allí. De hecho, entre las páginas de su Torá, había puesto a modo de cábala, la foto de aquella visita.
"Siempre hay que anhelar lo mejor. Nunca pichulear, la vida es muy corta. Yo deseaba seguir estudiando y entrar a la mejor universidad del mundo", confiesa. Mandó solicitudes a las más célebres universidades del planeta. La sorpresa no pudo ser más grande cuando cuatro de ellas le respondieron que lo habían admitido: Oxford, Cambridge, Johns Hopkins y Stanford.
Consiguiendo beca tras beca, Esteban terminó estudiando tres carreras en Oxford sin jamás pagar una libra esterlina. No solo eso: se convirtió en profesor de la institución más prestigiosa del mundo -con casi mil años de antigüedad-, dirigió varios de sus programas y fue tutor de alumnos de todas partes del mundo. También estudió en la Universidad de Salamanca, en España y se desempeñó como profesor en la Universidad de Cambridge. Fueron años intensos y llenos de satisfacciones.
Esteban cree en el mérito y en el esfuerzo. A la pregunta sobre cuáles son las claves para lograr lo que se quiere en la vida, responde convencido: "Convicción; claridad, para ver a dónde se quiere ir; fortaleza psicológica para soportar los fracasos, yo me caí muchas veces; preparación, los estudios son la mejor inversión y saber que sin sacrificio no hay beneficio".
Fuente: Infobae
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