Millones de musulmanes son torturados y sometidos a trabajos forzosos en estos centros de reclusión en la región de Xinjiang.
Horror: así son los campos de concentración de China para las minorías religiosas
En la región de Xinjiang, ubicada al noroeste de China, el régimen de Xi Jinping alberga campos de concentración donde la minoría musulmana uigur es sometida a trabajos forzosos y es víctima de sistemáticas violaciones a los derechos humanos. Estados Unidos, uno de los países que más ha condenado los abusos de Beijing sobre esa comunidad, anunció este lunes que prohibirá las importaciones de productos elaborados con el trabajo forzado de uigures, calificando este tratamiento represivo de China como "esclavitud moderna".
En este marco, vale mencionar que desde hace años asociaciones de derechos humanos denuncian la persecución que sufren las minorías étnicas en Xinjiang. Sin embargo, el año pasado salieron a la luz numerosas evidencias de esos campos de concentración y de las torturas que sufren los prisioneros, que se calculan en más de un millón.
Ver además: China libró una "guerra popular" contra el coronavirus
El régimen chino primero negó su existencia. Luego, en medio de denuncias incluso de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), las autoridades indicaron que se tratan de "centros de educación vocacional". Según Beijing, el objetivo es eliminar cualquier pensamiento extremista en la región.
No obstante, un documento secreto del gobierno chino que se conoció a principio de año reveló que el gigante asiático persigue a los musulmanes uigures porque teme "una infección religiosa", y que tengan muchos hijos.
El motivo de las detenciones
Uno de los factores de peso para decidir la detención de alguien son "viajes al extranjero" (algunos de los detenidos habían participado de peregrinaciones a La Meca), "obtención de un pasaporte", "instalación de software extranjero", "visitas a determinados sitios online extranjeros". Entre las actividades que se vigilaron se cuentan "rezar", "asistir a una mezquita", "llevar barba", "usar velo", "tener más hijos que los permitidos". Los familiares de personas detenidas tienden a ser más vigilados y a su vez detenidos en mayor proporción. Según el documento, las autoridades evalúan si las familias tienen "atmósferas religiosas densas" o no y registran cuántos parientes tiene cada detenido en un centro.
El funcionamiento y la custodia de los campos
Los informes filtrados sostienen que los campos están cercados, custodiados por la policía a través de torres de vigilancia y un sistema de cámaras. "Escapar era imposible", contó Sayragul Sauytbay, miembro del partido comunista y de origen kazajo, detenida en noviembre de 2017 y forzada luego a convertirse en profesora de chino mandarín. "En cada esquina había un policía armado".
Los documentos filtrados también develan el intenso uso de datos e inteligencia artificial que está haciendo el gobierno chino como sistema de control social. Por ejemplo, luego de tomar información recolectada por el masivo sistema de vigilancia en el país, las computadoras definen listas con decenas de miles de personas designadas para interrogación o detención. Según los expertos, muestran un vasto sistema que identifica, monitorea y califica a los miembros de las diferentes etnias, para luego encarar la asimilación forzada y su sometimiento. Especialmente en el caso de los uigures.
En primera persona, un sobreviviente
Omir Bekali, nacido en Xinjiang de padres de etnia kazaja y uigur, es una de las pocas personas que ha podido contar cómo ha sido su estancia en un campo de concentración del régimen chino.
"Cada mañana teníamos que cantar el himno nacional chino. Nunca quise cantar, pero debido a la repetición diaria, se graba en la mente. Incluso un año después, la música aún resuena en mi cabeza" relató en una entrevista con la agencia AFP a principios de 2019.
Como consecuencia de la represión contra la minoría musulmana, Bekali se mudó en 2006 a Kazajistán, un país ubicado en Asia Central que formó parte de la Unión Soviética hasta 1991, cuando se reconoció su soberanía. Allí encontró trabajo y consiguió la nacionalidad kazaja. Disfrutó de unos años de tranquilidad hasta que en 2017 todo se torció.
Por un viaje de trabajo, tuvo que regresar a Xinjiang. Al poco tiempo de llegar, lo acusaron de ayudar al "terrorismo" y lo arrestaron. Después de siete meses en la cárcel lo internaron en un centro de reeducación para musulmanes.
El objetivo de estos reclusorios, contó el ex prisionero, es claro: despojarte de cualquier creencia religiosa. Iniciaban el día cantando de cara a la pared el himno nacional chino. Además los viernes, un día sagrado para los musulmanes, les obligaban a cenar cerdo, un alimento que prohíbe el islam.
Después de dos meses preso en el campo de reeducación, fue liberado gracias a una intervención de las autoridades de Kazajistán. Desde Xinjiang viajó a Turquía, donde se reencontró con su esposa y su hijo.
El mundo reclama por las detenciones
Las detenciones de casi dos millones de uigures y miembros de otras minorías musulmanas en el oeste de China han generado preocupación en todo el mundo y numerosas denuncias de organismos de Derechos Humanos y la ONU.
El año pasado The New York Times publicó más de 400 páginas de documentos secretos que ilustran esos mecanismos de vigilancia en Xinjiang. Además, el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ) también denunció las violaciones a los derechos humanos contra las minorías musulmanas.
Debido a la condena internacional, las autoridades de Xinjiang anunciaron que los campamentos se habían cerrado y que todos los detenidos se habían "graduado". Naciones Unidas, no obstante, ha dicho que cuenta con informes creíbles que confirman que un millón de musulmanes han sido detenidos -y forzados a trabajar- en esos campos, donde además se les obliga a denunciar su religión y su idioma y se les maltrata físicamente, al punto de que ha habido reportes sobre esterilizaciones forzadas.
Ver además: Repudian un spot de Putin por considerarlo homofóbico