Con una cuarta parte de los casi 1,1 millones de contagiados en todo el mundo, Estados Unidos es holgadamente el país con más casos confirmados.
Argentinos en EEUU, entre el temor y los cambios de rutinas
La comunidad argentina en Estados Unidos, que llega a casi 300.000 personas, vive en el epicentro mundial de la pandemia de coronavirus entre el temor al contagio y la obligación de modificar rutinas, según testimonios de algunos de sus integrantes.
Con una cuarta parte de los casi 1,1 millones de contagiados en todo el mundo, según la base de datos en línea de la Universidad Johns Hopkins, Estados Unidos es holgadamente el país con más casos confirmados.
La región más afectada es el estado de Nueva York, con más de 102.000 casos, y, dentro de él, la ciudad de Nueva York, con más de 57.000 personas contagiadas. Allí residía la argentina Andrea Halberian, de 42 años, fallecida en la noche del jueves último en Los Ángeles, California, donde estaba de viaje, según informaron sus familiares. También allí -en Queens, a 20 minutos de Manhattan- vive la cantante argentina María Laura González, quien, infectada de coronavirus, tomó por su cuenta la decisión de recluirse ante la falta de medidas gubernamentales.
"Cuando empecé a sentir los primeros síntomas llamé al médico, que me recomendó que hiciera reposo en casa y no me acercara a los hospitales a menos que el cuadro se agravara", dijo González en diálogo telefónico con Télam.
"No padezco dificultades respiratorias y eso es una ventaja, porque de lo contrario requeriría internación; sí siento dolores corporales y de garganta, y tuve fiebre alta algunos días", relató.
González supone que se contagió de una amiga a la que el médico, ante los primeros síntomas, le dijo que era "solo una gripe". Es que "hasta hace 20 días había mucha desinformación y los médicos subestimaron el coronavirus y dejaron pasar mucho tiempo", señaló.
Desde la ventana de su departamento a cuatro cuadras de Brooklyn, la cantante ve una Nueva York "desierta, como una ciudad fantasma", en la que "hay mucha menos gente caminando por las calles y muchos comercios están cerrados".
Alejandra Santorum vive desde hace más de 20 años en Atlanta, Georgia, y, aunque es periodista, actualmente trabaja en el sector educativo, como "puente" entre las familias hispanoparlantes y las escuelas del condado de Dekalb, el tercero en cantidad de casos de coronavirus en la ciudad.
Aislada en su casa junto a su familia desde el 13 de marzo, desde allí coordina con las escuelas la distribución de viandas de desayuno y almuerzo para los alumnos de familias con menos recursos, y está preocupada por la situación de muchos de sus padres.
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"Algunos trabajaban en restaurantes que cerraron o solo dejaron delivery, otros en hoteles que también cerraron o en lavanderías que lavaban las sábanas de esos hoteles, toda una cadena de trabajo que se cortó", explicó a esta agencia.
Tampoco es fácil continuar el ciclo lectivo a distancia: "Muchas de las familias hispanas no tienen computadora en sus casas y, a diferencia de los chicos más grandes, que pueden llevarse a sus hogares las que les da la escuela, los de educación inferior no, y se hace muy difícil seguir una clase o hacer la tarea desde el teléfono celular de los padres", afirmó.
Santorum está asombrada por el desabastecimiento en los supermercados. "Cuando el padre de mi hijo me dijo que las góndolas estaban vacías pensé que exageraba, hasta que vi las fotos; la gente tiene miedo de quedarse sin comida y compra todo lo que puede, sin importar si se le va a vencer", dijo.
No ocurre lo mismo en todas las ciudades, a juzgar por el testimonio de Juan Pablo Frene, científico que desde hace nueve meses trabaja en los laboratorios de la Universidad de Carolina del Norte.
"Cuando salí a comprar solo faltaba papel higiénico, nada más; el resto, todo normal, aunque la gente acá recién está empezando a tomar conciencia de lo que sucede con la pandemia", señaló a Télam.
"Por suerte, tanto el condado como el estado determinaron una cuarentena el 27 de marzo y nos mandaron a casa", dijo Frene, y agregó que si contrajera coronavirus, gracias al seguro que le pagan en su trabajo, el tratamiento le costaría unos 2.000 dólares pero si no lo tuviera debería pagar entre 30.000 y 35.000 dólares.
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Ivana Bussi y Leandro Casiraghi -que comparten la vida como matrimonio y el trabajo como investigadores en la Universidad de Washington en Seattle, en el extremo noroeste de Estados Unidos- coincidieron en resaltar la importancia de los seguros médicos y destacaron la alteración de los hábitos por la pandemia.
"Nuestra rutina se vio bastante alterada, tenemos restringidos los días para cuidar a los animales que usamos para los experimentos", contó Bussi a esta agencia.
"Investigamos con fondos generales y eso nos obliga a ir al trabajo, más allá del visto bueno del gobierno estatal para frenar las investigaciones", agregó.
Casiraghi afirmó que hay un "buen acatamiento" a las recomendaciones de evitar la circulación y las aglomeraciones, aunque reflexionó que resulta más fácil por tratarse de una ciudad pequeña y con muchos espacios verdes.
Añadió que la gente mayor "está absolutamente recluida" aunque "todavía no se ven controles del Estado", y que, igual que en otras ciudades, "casi no se encuentran papel higiénico y algunos artículos de limpieza".