Una crónica que salió en diario La Nación y sorprendió a propios y ajenos.
En primera persona: volvían de Mendoza y tuvieron sexo en el avión
La nota sorprende, porque es inusual. Fue publicada por revista "Oh La la", que edita diario La Nación. Se titula "En primera persona. Tuve sexo en un avión y esto es lo que aprendí" y refiere a una crónica enviada por una lectora, Vanina M, a ese medio. Así es la crónica:
No fue algo premeditado. Empezó como un simple franeleo en el fondo del avión. Veníamos de Mendoza. Yo estaba coordinando un grupo de agentes turísticos para que conozcan ciertos destinos y ahí nos cruzamos. Ese tipo de trabajos suele ser bastante sexy: visitas a bodegas, cenas en entornos naturales, caminatas, entonces es usual que, si hay una atracción de base, el chispazo crezca en cuestión de horas. Como estos son viajes relámpago, de tres, cuatro días como máximo, también hay cierta urgencia por concretar y una total sensación de lo que pasa acá queda acá porque, claro, ya somos todos grandes. Digamos que está todo dado. Como yo soy una profesional, nunca quise entrar en ese juego, pero bueno, tal vez sea hora de decir que yo era una profesional, porque terminé entrando ¡y cómo! Me fui directo al pasto.
A pesar de que era la primera vez que nos veíamos, con Valentín la tensión sexual creció durante todo el viaje, pero ni un beso nos dimos. Por un lado, no queríamos arriesgarnos a que los colegas se enteraran y a exponernos a chusmeríos. Por el otro, típico de personas con compromisos, las últimas horas estuvieron teñidos de cierta urgencia. Los dos sabíamos que si iba a pasar algo, tenía que ser en este contexto porque vernos después iba a significar otra situación. Supongo que terminar haciéndolo en un avión fue el balance perfecto entre no hacerlo en el viaje ¡pero tampoco a la vuelta! Hablamos mucho en la combi que nos llevaba al aeropuerto y finalmente pedimos asientos juntos en el avión. "Juntos sólo puedo darles al fondo, contra el motor", nos dijeron en la aerolínea. ¿Qué más daba?
Bajo las camperas
Era invierno y las camperas ayudaron un montón. Después del despegue dije que tenía frío y él bajó su abrigo del compartimiento superior para taparme. En el mismo momento en que lo extendió sobre mí, su mano quedó debajo. Fuimos de nada a todo. De repente, ese hombre que no me había ni besado, estaba tocándome la entrepierna mientras me miraba a los ojos, como si no pasara nada. La sensación era que lo que estábamos haciendo era peligroso pero nuestras caras no podían transmitirlo. En cuestión de minutos yo me sentía una fiera enjaulada. Le devolví el abrigo riéndome y también dejé mi mano debajo. Fui directo a su entrepierna para notar su estado ¡y su volumen! En cierto momento, que puede haber sido a los 15 minutos o a las tres horas, no sé, decidí que no aguantaba más y le dije "voy al baño".
Directo al baño
Realmente no estaba pensando en que él me siguiera, no era una invitación. En realidad, no me reconocía a mí misma, la calentura no me permitía pensar y creí que lo mejor era alejarme y tomar un poco de aire pero, cuando estaba haciendo la fila para entrar, vino él. "¿Qué hacés?", le dije, entendiendo perfectamente lo que se venía. "Nada, voy al baño", me dijo sonriendo. Tuve miedo. Tanto reprimir mis ganas en pos de la prolijidad y la reputación ¿para terminar haciendo cualquiera en un avión? "Bueno, sí, ya fue", pensé mientras él me empujaba hacia ese cuartucho. Si salía mal, al menos, era una gran anécdota. No salió mal, pero me quedé pensando algunas cosas:
La primera es que los baños públicos siempre son un asco. No importa la aerolínea, la clase, no importa nada, siempre los lugares a donde la gente va a hacer sus necesidad son lugares que ponen en tensión: no queremos tocar nada, nos da un poquito de asco todo y ese no es precisamente el mejor estado físico para tener sexo.
No poder sentir su piel también fue frustrante. Claro que no íbamos a sacarnos la ropa así que nos limitamos a lo más urgente. Fue rápido, silencioso, incómodo.
No se bien de dónde viene tanta fama con el baño del avión porque no es ni cerca la mejor situación para hacerlo y es imposible que no se entere alguien. Seguramente alguien nos vio entrar y me consta que una de la azafatas nos vió salir. Me pareció un bajón.
A los pocos días chateé con Valentín y los dos llegamos a la misma conclusión. Cuánto más hubiéramos disfrutado revolcarnos en las hermosas camas de los hoteles en los que nos hospedamos y darnos un baño calentito en esas duchas. De todas formas bueno, la anécdota ya la tengo y ahora puedo decirlo: yo tuve sexo en un avión. Suena intrépido ¿no?"