Una corresponsal de la Revista La Trenza narra en esta crónica cómo fue la marcha de cierre del 34º Encuentro de Mujeres que reunió a 200.000 personas.
Masiva y sorora: crónica en primera persona
He ido a varias marchas en mi vida, todas han sido para reclamar por los derechos de las mujeres, pedir justicia, reclamar para que el Estado declare la emergencia en violencia de género, se legalice el aborto, etc.
Sin embargo, jamás me había visto rodeada, contenida y parte de una marea de tantas, tantas personas: Mujeres, lesbianas, trans, no binaries y otras disidencias. Niñas y niñes, adolescentes, jóvenes, adultas y ancianas.
Es que ver tal variedad en una marcha habla de un síntoma. No es casual que personas con realidades tan diferentes se junten y sean parte de un mismo reclamo.
Mujeres de partidos políticos de todos los colores y orientaciones, mujeres originarias, mujeres que dedican su vida a les otres, mujeres académicas, mujeres de profesiones tan variadas como se pueda imaginar, todas y todes juntes para marchar.
Fueron 80 cuadras de columnas. En esos kilómetros a pie todas y todes fuimos una misma. Gritamos por las que no tienen voz, por los femicidios, la trata, la violencia, la pobreza y la desidia con la que somos tratadas.
"Somos las nietas de todas las brujas que nunca pudiste quemar"
Con la piel de gallina escuche cada uno de los canticos que traían a nuestras ancestras al presente. Aquellas que sufrieron la subordinación, la censura, la cercenación de sus conocimientos, la invisibilización de sus logros, las violaciones, las torturas, la objetivización marcharon con nosotras.
Las canciones nos recordaban que en cada crisis económica las más golpeadas somos las mujeres, las lesbianas, las trans, les no binaries. Recordaban que, en el caso de nadie lo hubiese notado, seguimos recordando a todas y cada una de nuestras muertas.
Las letras entonadas con gritos desgarrados, no permitían que nadie se olvide que la trata se termina cuando no hay más clientes, que nos somos de nadie. Las consignas son inagotables, y juntaron a ciento de miles de mujeres para ser pronunciadas.
Ese es el síntoma de la enfermedad más antigua de la civilización que nos quiere sumisas y obedientes. Que 200.000 mujeres marcharan solo fue una demostración de lo que podemos hacer juntas, tirar el patriarcado de una vez por todas.
Un suspiro sororo
Entre la multitud, las banderas y los colores cada tanto podía ver una personalidad, alguna famosa. Activistas, políticas, deportistas, artistas, referentes barriales de todas partes del país. Si, la fan que todas tenemos dentro daba un saltito y se emocionaba, incluso intentaba mirar más de cerca, ver a esa mujer que inspira a tantas y aunque sea sonreírle.
Algunas sólo mirábamos desde lejos con una sonrisa de oreja a oreja. Otras se animaban a más, levantaban el teléfono para una foto o video. Lo impresionante y hermoso fue que ninguna de estas figuras del feminismo hicieron el intento de evitar la foto o de resaltar más que sus compañeras.
Todas ocuparon su lugar sosteniendo la bandera o cantando como la de al lado. Dejaron a las pibas sacarse la foto y sonrieron. Ahí mi sororidad tomo aire y dio un profundo suspiro.
Ese suspiro sororo fue orgullo. Orgullo, porque de a poco la competencia y destrato que nos han inculcado para con nuestras hermanas se va diluyendo. Por que nunca vi una mirada soberbia, porque mientras marchábamos todas éramos iguales, la misma.
La esperanza de una sociedad sin mujeres odiándose desde siempre revivió. Cuando perdía de vista a mis amigas durante la marcha, nunca tuve miedo o me sentí incomoda por no conocer al grupo. Bastaba sonreír para que la otra devolviera la sonrisa y sintieras que cualquier grupo es igual de sororo que el tuyo.
Ya no estamos solas
El viento movía las banderas, nos hacía tiritar de frio y se metía en cada rincón de la ciudad instalando la solidaridad y la amabilidad con la otra y le otre.
Los puntos amigues fueron el ejemplo de esto. Aledaños a la marcha, nos ofrecían agua, baño y un lugar para cargar el celular. Las madres tuvieron un espacio para cuidar a sus cachorres, las mujeres más grandes un asiento para descansar las piernas, a las pibas nos brindaron un ambiente cálido.
Todas sentimos seguridad y confianza y lo valoramos, no porque no nos suele pasar seguido.
"Ahora que estamos juntas, ahora que si nos ven"
Ante la amenaza de posibles grupos antiderechos que podían llegar a atacarnos nos dijeron que no estemos solas, que caminemos en grupo. Lo que las fuerzas de seguridad no sabían, es que venimos caminando en grupo desde hace años. Que su falta de cuidados, a los que tenemos derecho por ley, los hemos cubierto nosotras desde hace mucho tiempo.
Las mujeres caminamos La Plata sin miedo. No creo recordar la última vez que camine con un grupo de mujeres sin miedo, sin mirar por encima del hombro o sin cruzarme de calle ante la primer figura masculina que aparecía.
No tengo ningún recuerdo de caminar con mis amigas sin temor a ser robadas, asaltadas, violentadas, violadas, desaparecidas, asesinadas. No me acuerdo si alguna vez caminé así de segura, sin piedras o algo filoso a mano para defenderme si hace falta.
Esta vez camine charlando despreocupada, cantando y abrazando a mis compañeras, compartiendo miradas y sonrisas. A veces nos permitíamos dejar que nuestros ojos se inunden con una mezcla rara de tristeza, orgullo y esperanza. Perdí la cuenta de los nudos en la garganta que sentí.
América Latina va a ser toda feminista
En la marcha escuche acentos de los cuatro puntos cardinales. Pero no solo de nuestro país, sino de todo nuestro continente. Me encontré con mujeres de Colombia, Venezuela, Brasil, Chile, Perú, México y sospecho fuertemente que todo el continente tuvo representación en este Encuentro.
El Colectivo de Mujeres Migrantes estuvo presente y fue el representante formal de miles y miles de mujeres que se ven afectadas por las mismas problemáticas que las argentinas y tantas otras que la migración trae aparejada.
Conversé con algunas de ellas. Algunas viven acá desde hace años, otras llegaron hace unos días. Algunas traían experiencias de militancia feminista de décadas y otras se sumaron al encuentro para ver de que se trataba. Todas llegaban a la conclusión de lo necesario y completamente único que es el momento de la marcha.
Un tejido social
Casi al final de la marcha, a pocas cuadras del Estadio de La Plata apareció un tapete tejido. Verde "aborto" y blanco. La piel se me encrespó y los ojos se me llenaron de lagrimas cuando lo vi de cerca.
Uno a uno, los nombres de cada una de las muertas por femicidios, por abortos ilegales, de las desaparecidas por la trata de personas, de las torturadas, violadas, ignoradas, olvidadas. Cuadras de nombres.
Interminable era el tejido, que de todas las provincias llegó para conformar ese gran tapete. Mujeres que no tuvieron las mismas oportunidades porque el Estado no las cuido. Mujeres muertas que ya no pueden escribir como se sintieron en esa marcha.
Escribir esta crónica de la primera marcha del primer Encuentro al que voy, es como tejer un cuadrito al crochet. Si bien el singular es una herramienta narrativa, contribuye a una pluralidad de voces que tiene un fin mucho colectivo: un grito a viva voz. Un grito que las que seguimos vivas damos para recordarles a todes los que nos llaman exageradas que no dejamos pasar #NiUnaMenos.
Esta crónica escrita en un medio de comunicación feminista es un lujo que me puedo dar porque sigo acá. Como todas y todes en esa marcha, nos sentimos un bastión de resistencia que seguirá escribiendo, tejiendo, buscando y marchando hasta que nos dejen de matar.
(*) Fotografía: Romina Quiroga