El 4 de septiembre de 2014 murió el músico argentino más masivo. La historia detrás de tres canciones emblemáticas, que resume su historia y su leyenda.
Cerati: tres historias totales
Durante los primeros años de la década del 60´, en la casa de los Cerati, en el barrio porteño de Barracas, se escuchaba música "elegante".
Juan José Cerati, contador e ingeniero, y su esposa, Liliana Clark, ama de casa e hija de irlandeses, tenían en el hogar una caja de discos con la leyenda "Clásicos ligeros de todos los tiempos".
Ese compilado contenía música de películas, obras clásicas que iban desde Mozart hasta Enio Morricone. Una parábola muy amplia que minó la mente de un chico a quién su padre le regaló una guitarra, advirtiendo sus aptitudes.
Los clásicos ligeros se cocieron a fuego lento como un bizcochuelo. En 1989, durante la grabación del disco "Canción Animal" de 1990, el hombre que no podía pisar ninguna vereda de Latinoamérica sin desatar la locura colectiva, quiso homenajear a la música, que fue también un homenaje a sus padres, a la niñez, a la añoranza del hogar. Por cierto, una referencia frecuente, una nostalgia persistente por los días felices.
"De aquel amor de música ligera, nada nos libra, nada más queda". Los fans, los críticos adjudicaron la canción a diversas interpretaciones: amores, drogas, psicodelia. Pero era todo más sencillo. "De música ligera", es una caja de discos que descansa aún en un rincón de la vieja casa familiar, como un útero creativo que cambió su rumbo.
El último té (y el hogar otra vez)
Otra vez la casa de Barracas, pero el escenario es mucho más gris. Ya no hay música clásica. Solo hay una noticia terminante, amalgamada en un té, la tradición irlandesa de la mamá.
Un triángulo. El hijo Gustavo, el padre Juan José y la madre, Liliana. La noticia es que el papá se está muriendo. Una enfermedad que no le dará mucho tiempo más.
El hijo se retira y va derecho a componer una canción, con base de vals que dice sin rodeos "te vi que llorabas por él". Sin embargo, en la amargura del momento, la atmósfera spinetteana de las guitarras le da un ribete de consuelo en el arraigo: "No hay nada mejor que casa".
En la Ciudad de la Furia
La creación de un dibujo, un personaje fantástico, diseñado en la adolescencia, fue el punto de partida de una de las canciones más emblemáticas de Gustavo Cerati.
El hombre alado era una figura que sobrevolada por la noche las calles de Buenos Aires, pero al amanecer, se ocultaba de la luz, preso del miedo a que el sol derrita sus alas, tal como el mito de Ícaro.
La metáfora fue una síntesis de su vida. Un artista que supo lidiar con los demonios y explotar su creatividad a la sombra de la noche, sucumbiendo durante el día a sus propias contradicciones.