La Selección Argentina pasó en la Copa América del entierro a la pachanga. A horas de la final anticipada, la esperanza se renovó sin siquiera acudir a argumentos concretos.
Ganarle a Brasil, la indómita ilusión de un deporte irracional como el fútbol
El fútbol eleva a los fanáticos a un plano de irracionalidad superficial que poco tiene que ver con la vida terrenal.
Es un deporte, sobre todo en Argentina, donde las lógicas quedan de lado atropelladas por pasiones que nublan cualquier tipo de raciocinio.
La Copa América propone una final anticipada entre nuestra Selección y Brasil, en un duelo especial que retrotrae fantasmas de derrotas del pasado y a la vez enriquece una ilusión que desconoce argumentos deportivos.
El equipo de Scaloni llega al Superclásico Sudamericano en su mejor momento, gozando de una evolución que lo trasladó de un seguro entierro a una hermosa pachanga.
Enfrente, el cuco, el gran candidato. El que en los últimos años redujo una paternidad histórica de parte nuestra. El local, que tiene todas las de ganar y que sigue portando el cartel de favorito.
Estamos a pocas horas del típico partido que no da lugar a análisis previos y en cuyo transcurso puede ocurrir, literalmente, cualquier cosa. ¿O me van a decir que Argentina no tiene posibilidades de ganar?
La balanza se inclina para esos muchachos multirraciales vestidos de amarillo que vuelan con la pelota pegada a sus pies, que danzan capoeira en cada rincón de la cancha y que se divierten como si estuvieran jugando en el patio de sus casas.
Pero nosotros tenemos a Messi. Y si no está Messi está el resto, que ya rompió la dependencia enfermiza hacia el mejor del mundo y demostró que puede ganar incluso si el Diez no da pie con bola.
Un grupo de transición integrado por algunas caritas que todavía varios no reconocen y que cargaron en su espalda la renovación de una generación histórica que no supimos valorar, guiados por un técnico de cambios incoherentes pero con la albiceleste tatuada, que los ayudó a entender el valor de la camiseta que se ponen.
Después de varios procesos conflictivos y resultados pálidos, sería lindo ganarle a Brasil en su casa. Y sería más lindo que Messi levante una copa con la Selección y todos nos saquemos ese peso de encima.
La vida seguirá siendo igual, los problemas estarán presentes como siempre, el dólar continuará con su inestabilidad habitual y la nafta no va a dejar de aumentar. Pero el martes dejemos fluir la ilusión de manera incontrolable y no domemos nuestra esperanza.
¡Vamos, Argentina!