Todo muy enero

No es cualquier mes. Enero es mucho más que eso. Es lo peor y lo mejor juntos y todo revuelto. Es estar solos en el desierto, descalzos y sin aliento.

Todo muy enero

Por:Laura Romboli

Treinta y un días de intensidad. De los que buscan ser archivados. Todo se vive al extremo. Las ausencias se sienten tanto como las presencias. El calor y las tormentas. Los silencios se atropellan con los estruendos. Las mañanas no sirven y las tardes se van perdidas. Vivir bajo el agua, caminar cuando el sol se distrae buscando el aire. 

La eternidad de vivir sin sistema. Todo luce sucio. No hay aromas, hay olores. Las malas noticias primerean en todo momento. Lo trágico es ruidoso. Los que están se esconden y los que se fueron se muestran por el aburrimiento. Nada sorprende. Las respuestas se escapan y las verdades están ausentes. La paciencia a flor de piel. Un mes amontonado en una gran sala de urgencias. Los planes se demoran y casi nada funciona. 

La espera, como la mejor prueba a la ansiedad, llega con los primeros días del año que comienza. Todo pasa por el tiempo. Lo bueno, lo malo, el túnel, las nubes, la piedra. Llorar con las rodillas hundidas en el barro apretando los labios para luego sonreír bajo las estrellas. 

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Andar descalzos y mojados. Momentos de inacción que abren confesiones. Vacíos y vicios que se llevan demasiado bien. Ojos que no reconocemos. Voces que molestan. Calles sin autos. Perros sin olfato que corren asustados. Ruido material que no conforman los deseos. Todos los días iguales. El viento que en vano amenaza. La sensación constante de estar a la deriva. Lo peor pasa, pero lejos. La indiferencia de los demás al caminar. El ruido del ventilador como un derecho. No somos aptos para pedir ayuda. La soledad como señal de que estamos en el camino correcto. La dieta estricta para perder las calorías de los grandes momentos. Las risas no contagian y las ganas de enamorar, menos. 

Mucho calor. Arde la calle, el fuego, la cama y el suelo. Igual agradecemos el techo, la comida y el olvido de algunos proyectos. No hay balances fieles que permitan ilusiones. Días largos, noches eternas. Todo molesta, el zumbido de un mosquito y la luz de una linterna. La vereda demasiado iluminada y el murmullo interminable con sabor a cerveza. Nada es bienvenido y todo es recibido. Si abrimos un vino le ponemos hielo. 

Si nos vence el sueño es a la hora de la siesta. Los trabajadores que no conocen el descanso decaen antes de reconocernos. Soportamos esta feria casi perpetua que la vida nos entrega. No hay justicias ni pecados dignos de ser salvados. No hay horarios permitidos. Como una gran fiesta que se ve a lo lejos. Un temblor anuncia que llegará en cualquier momento. Los desesperados se equivocan con tal de que hablemos de ellos. La montaña se para y el cielo se abre. Golpea la puerta la promesa de los buenos tiempos con la condición de ser pacientes y fortalecernos. 

Tranquilos, solo falta que pase enero.