A 40 años del terremoto en Mendoza: ¿dónde estabas cuando tembló?

Una fecha que marcó un antes y un después para Mendoza. El aniversario de la noche en la que dormimos afuera.

A 40 años del terremoto en Mendoza: ¿dónde estabas cuando tembló?

Por:Laura Romboli

Godoy Cruz, Padre Arce al 164. Un complejo de casas enfrentadas que formaban un pequeño pasaje. Recuerdo ese lugar, la calle y el número como si fuera mi dirección actual. Estoy segura de que fue el temblor de aquel 26 de enero de 1985, que llegó apenas unos minutos después de comenzado el nuevo día, lo que dejó grabada esa casa en mi memoria.

Si los recuerdos tuviesen colores, el reflejo del día lo teñía todo de amarillo. Tenía un comedor bien ochentoso y las habitaciones iluminadas por un sol que nunca se atrevió a entrar a la cocina. Un patio digno de una casita enclavada al fondo de un pasillo con las medidas suficientes para recibir una pileta y una churrasquera. Las sogas para colgar la ropa pasaban por arriba de la pelopincho. Una pared no tan alta alcanzaba a cubrir las vías y, cada tanto, se sentía cuando pasaba el tren. Impensado en esos años sumar a esa medianera alguna barrera de seguridad.

Era viernes, de un enero sospechosamente quieto, y compartíamos una sobremesa mientras mirábamos un capítulo de "Compromiso" una telenovela argentina que se jactaba de mostrar temas cotidianos, los que fueron silenciados durante muchos años. De pronto, un ruido intenso confundió al dueño de la casa con lo que podía ser el del tren. Pero, en el momento en que nos dimos cuenta de que no era horario de un recorrido, llegaron los segundos más largos y trágicos. En un instante, logramos ver cómo el televisor se tambaleaba y, luego, la oscuridad total.

El temblor fue tan fuerte e intenso que ese silencio profundo -y tal vez diminuto- penetró hasta quitarnos el aliento secándonos la garganta. Comenzamos a escuchar, entre la penumbra, los lamentos. El reflejo de la noche nos abrió paso para salir rápidamente a la calle y encontrarnos con los demás. Las miradas desconcertadas -que solo el pánico puede darnos- igualaba a todos, provocando una demora en reconocernos.

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 Sí, un fuerte temblor sacudió a Mendoza, pero no fue uno más. Con una intensidad de 7 grados en la escala Mercalli y una magnitud de 6,3 en la de Richter. La eternidad parecía comprimirse en un fragmento que no llegó a los diez segundos, dejando esas cifras que recitamos de memoria por mucho tiempo.

Nos convertimos en sobrevivientes de un terremoto que, a medida que las horas y las sirenas pasaban, nos daba cuenta de lo que había sucedido. Caos, miedo y algunos rumores llegaban en medio de la noche. Vecinos que se comunicaban con sus familiares contaban sobre lo ocurrido en otros barrios de la ciudad.

Estábamos a pocas cuadras del Hospital El Carmen, y el aire se llenaba de estupor y miedo por la cercanía a una zona de desastre que la mañana se encargaría de mostrar en su totalidad.

Se decía que acomodaban a los pacientes en la calle y que hasta el tanque de agua y los techos del hospital habían colapsado. El auxilio era desesperante.

Miedo por lo que habíamos vivido y, aún más, por lo que podía venir. Todo era incertidumbre, con una sensación clara que perdura hasta hoy: en cualquier momento, un temblor podía llegar y acabar con todo.

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 Cansados, sin cerrar los ojos y con los familiares contactados como se podía, a todos nos unió el mismo mandato: dormir afuera. Bajo las estrellas, sentados en las veredas, con colchones en los patios, en el parque y en las plazas. Algunos cuidadores de lo propio, harían la vigilia desde su morada.

Un descanso intermitente a causa de las réplicas que se presentaron durante toda la madrugada. El corazón nos latía fuerte con cada cimbronazo y nos mantenía asustados, sin entender si aquel 26 de enero de 1985 era el fin para esta tierra.

Amaneció y una nueva ciudad se mostró vulnerable a la naturaleza. Y nos dimos cuenta de que teníamos mucho por hacer. Debíamos, como habitantes, crear conciencia del suelo que pisábamos, cambiar las reglas y trabajar mucho por si alguna vez volvía a ocurrir.

Luego, con la luz del día y un poco más calmos, aunque agotados, el desastre se reflejó en las cifras finales y oficiales: seis muertos, 230 heridos y más de 12.000 viviendas afectadas.

Testimonios que no se olvidaron, historias fuertes que cambiaron para siempre la vida de muchas familias que, de pronto, perdieron seres queridos y sus casas en cuestión de segundos.

Durante mucho tiempo, la imagen de los palos sosteniendo las paredes fue una postal de una ciudad que no debíamos olvidar.

Definitivamente, el terremoto de aquel enero de 1985 quedó grabado en la memoria de los mendocinos. Nos confirmó las condiciones de vivir en una zona sísmica. Aprendimos a cuidarnos y a estar preparados. Una muestra más de esta tierra que, a la vera de una montaña, siempre nos da lecciones y al mismo tiempo nos protege. 

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