Uno de los íconos más importantes de la Ciudad de Mendoza pasó por decenas de obras para ser como la conocemos hoy.
Historia pura: conocé la creación y vida de la Plaza Independencia
La plaza Independencia es uno de los espacios públicos más icónicos de la Capital de Mendoza. Abarca cuatro manzanas y está ubicada en el centro de la ciudad, entre las calles Patricias Mendocinas, Chile, General Espejo y Rivadavia fue además otro de los hitos urbanos intervenidos por el arquitecto Daniel Ramos Correas.
La arquitecta Cecilia Raffa, del Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales del Conicet (Incihusa), nos invita a recorrer su historia desde la perspectiva arquitectónica con criterios que cambiaron su estilo e incluso su función a lo largo de los años.
Su nacimiento
La plaza Independencia nace junto a la Ciudad Nueva, en 1863. Pero recién en la segunda mitad de la década de 1920 se produjo la más simbólica operación sobre este espacio. El Ejecutivo, a cargo de Alejandro Orfila, impulsó la construcción del Palacio de Gobierno en el centro geométrico de la plaza, que de ese modo quedó dividida en cuatro partes.
La dupla Pater-Morea obtuvo el primer premio del Concurso Nacional de proyectos y la obra comenzó a construirse en 1927. Pero el sueño del palacio propio tuvo corta vida. Un año después de iniciada, la construcción que había llegado a la altura del techo del subsuelo, se paralizó por inconvenientes de orden económico y político.
Pese a que el "paralizado" palacio fue tema de preocupación de los gobiernos posteriores al de Orfila, recién en 1939 se ideó desde la Dirección Provincial de Arquitectura (DPA), bajo el mando de Arturo Civit, un proyecto concreto de reutilización de lo hecho.
Un monumento a la Bandera como proyecto
Esta iniciativa contempló la conservación del subsuelo del palacio como sede del Archivo Histórico, de la Junta de Estudios Históricos, de la Biblioteca General San Martín, del Museo Sanmartiniano y del Museo de Bellas Artes.
A nivel de terreno se levantaría un monumento a la Bandera del Ejército de los Andes, tipificado por una enorme asta de perfil de proa. Apelando al espíritu nacionalista latente en los agentes del campo político, Arturo Civit incluyó en el proyecto espacio para todas las instituciones que custodiaban "el acervo histórico de la grandiosa epopeya sanmartiniana", hasta entonces diseminado en distintos locales.
Ese santuario al Libertador era también anhelo de muchos intelectuales mendocinos interesados en demostrar que Mendoza no era solamente importante por sus viñedos y bodegas sino también por todo aquello "más puro, noble y elevado que fluye del espíritu, del corazón y del sentimiento".
La propuesta de la DPA fue presentada como una honrosa iniciativa de hondo significado patriótico, indispensable para contrarrestar todo aquello que atentara contra la unidad interna y la seguridad de la Nación.
Las representaciones con una fuerte carga ideológica se adhirieron al espacio público para propagarse y alimentar imaginarios. Qué mejor entonces, dadas estas "profundas razones espirituales y de sentimiento", que el Monumento a la Bandera del Ejército de los Andes se levantara en el centro de la ciudad.
Dotado de escalinatas, parterres, terrazas y fuentes, el monumento fue pensado como una imponente asta de perfil de proa, de aproximadamente 30 metros.
El tipo de composición elegida respondía a los lineamientos de la administración municipal en lo que a espacios públicos se refiere, en su versión de plaza seca, caracterizada por el uso de canteros y terrazas y no de grandes jardines.
Ubicado en centro de la plaza en el eje que unía dos calles, el monumento recortaría su perfil contra el fondo de la cordillera, confundiéndose con ella. Visto desde el Parque San Martín, por el gran desnivel, podrían apreciarse sus escalinatas, terrazas y fuentes luminosas, destacándose su masa contra el horizonte.
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La ubicación del monumento en el centro de la plaza fue justificada, ya que a partir de ella el paseo recuperaría su condición fundamental mediante el uso de parterres que, con flores y arbustos, tendrían continuidad en diversos planos a través de jardineras ubicadas en los parapetos de escalinatas y terrazas con enredaderas y plantas colgantes, que permitirían la continuidad de la vegetación circundante.
Los vaivenes políticos
Todo el proyecto de recuperación de la plaza propuesto por la Dirección de Arquitectura descansó sobre la reutilización de las obras paralizadas del palacio, lo que implicaba el aprovechamiento de los gastos ya realizados por el gobierno en esta construcción, convirtiéndolos en inversión.
Sumado a esto, la gestión del Ejecutivo había logrado una donación de Yacimientos Petrolíferos Fiscales para levantar el monumento, lo que reduciría aún más el monto a erogar por las arcas provinciales. Los argumentos de los proyectistas para justificar el proyecto giraron además en torno de una serie de representaciones íntimamente relacionadas con la "educación ciudadana".
Desde el punto de vista cultural, decían, la colectividad recibiría indiscutibles beneficios por la ubicación central de las bibliotecas, museos históricos y de bellas artes y archivos, entre otros, mejorando la comunicación entre estos núcleos del saber y la población.
Desde lo social, la ubicación del monumento se tornaba aconsejable, puesto que en su interior guardaría la gloriosa Bandera del Ejército de los Andes.
Así, la reseña estaría al alcance de todo el pueblo -decía Corominas-, "que podrá admirarla, sobrecogido de respecto y de orgullo en el centro de su ciudad" (1941).
Desde la Subcomisión de Urbanismo de la Sociedad Central de Arquitectos (SCA), Fermín Bereterbide y Alberto Belgrano Blanco dieron su postura respecto de qué hacer con las obras inconclusas del Palacio de Gobierno.
Estos arquitectos viajaron a Mendoza invitados por la Comisión Especial de Urbanismo conformada por disposición del Ejecutivo provincial mediante el Decreto 731 del 24 de diciembre de 1938, para realizar una serie de asesoramientos generales en torno de las mejoras urbanísticas para Mendoza.
Entre los temas a tratar, estipulados en el decreto de creación de la comisión y que se trasladaron a los visitantes de la SCA, estaba conocer su opinión sobre las obras en la plaza Independencia.
Las recomendaciones desestimaron la conveniencia de seguir construyendo en la plaza el edificio, al tiempo que apoyaban la restitución de dicho solar como plaza pública.
Los especialistas se inclinaban por la demolición total del basamento, la reunificación de los cuatros sectores en que había quedado dividido el paseo para conformar una gran manzana y hasta realizar un estudio de unificación de las fachadas circundantes a la plaza.
El gobernador Rodolfo Corominas impulsó de todas formas la construcción del monumento, cuya idea, según los textos oficiales, había propuesto él mismo. Si bien no se cuenta con la opinión de Bereterbide y Belgrano Blanco luego de conocer el proyecto de la plaza, se entiende que, aunque la escala del monumento fuese menor que la del palacio y los argumentos administrativos y económicos que fundamentaban la utilización de las obras ya realizadas fueran de conveniencia para la provincia, la plaza seguiría siendo en este proyecto tributaria y complemento, en este caso, del monumento, por lo que su pérdida como paseo público no se revertiría.
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La lectura parcial, además, se vislumbra en el hecho de que Corominas adjunta a su mensaje a la cámara los planos elaborados por la DPA del monumento y la opinión de los urbanistas de la SCA, remarcando en el mensaje que estos urbanistas se oponían a la construcción del palacio, no del monumento.
El gobernador avaló la propuesta entendiendo que la concepción general de los edificios realizados por la DPA constituía un acierto arquitectónico, ya que las líneas sobrias y despojadas con que los proyectaban armonizaban perfectamente con el significado que quería darse al monumento.
A partir del informe elaborado por arquitectos de la Sociedad Central de Arquitectos sobre los destinos de la obra inconclusa, el gobernador elevó, con fecha 17 de febrero de 1941 a la Legislatura, el proyecto de ley para que se aprobara la construcción del Monumento a la Bandera del Ejército de los Andes en la plaza Independencia. Se hizo, incluso, la presentación del proyecto ante autoridades provinciales.
Finalmente, las cámaras no dieron sanción al pedido del gobernador, por el inminente cambio de gestión. En el período gubernamental siguiente, con Adolfo Vicchi como gobernador, se optó por restituir la calidad de paseo público a la plaza principal de Mendoza.
Las nuevas propuestas de remodelación
El Ejecutivo provincial, con el fin de conocer las posibles propuestas de remodelación de la plaza y su costo, pidió asesoramiento a la Dirección de Parques, Calles y Paseos. Fue por ello que, una vez sancionada la Ley 1408, en 1941, que apoyaba la recuperación de este espacio y su modernización, el gobernador puso en manos del arquitecto Daniel Ramos Correas la responsabilidad de la realización de la obra.
La propuesta de Ramos se basó en el "embellecimiento arquitectónico" del sitio, en el que primaría el "verde funcional". El trazado de la plaza revelaba una marcada preocupación por la generación de sectores en los que fuera posible la multiplicidad de usos y la medida proporción entre espacios de luz y sombra.
Amplias perspectivas y espacios de "gran soledad"; un importante espejo de agua y un gran mural como remate de la zona pensada para actos públicos; amplias terrazas; macizos arbóreos apoyados por un cuidado tratamiento arbustivo; canteros y pavimentos pensados con materiales naturales de manera que no compitieran con el verde "que tiene siempre un lenguaje preponderante"; juegos infantiles y, como centro de interés, un salón para exposiciones, fueron parte de los elementos que caracterizaron la intervención.
Estos criterios permiten notar que las premisas adoptadas fueron claramente opuestas a las del proyecto del Monumento a la Bandera, que proponía un espacio monumental inculcador del espíritu sanmartiniano, a diferencia de Ramos Correas, que buscaba a través de un espacio "humanizado" la recreación de la población, sin abandonar esa educación del ciudadano que se realizaría sin embargo casi mimetizada con el paisaje.
Otro de los criterios que Ramos Correas empleó en las intervenciones que propició sobre el espacio público fue la apertura física de los paseos, retirando de ellos todo cierre perimetral (balaustradas en el caso de la plaza Independencia) que limitara la continuidad espacial del paseo con el resto de la ciudad. Se invitaba así a los habitantes a disfrutar del espacio.
Refacciones pensadas en el esparcimiento
A partir de acciones como esta, la propuesta paisajística de Ramos Correas para Mendoza tendió a satisfacer las nuevas necesidades de esparcimiento del habitante moderno y a posibilitar nuevas prácticas relacionadas con el espacio público, incorporando este ámbito a la cultura de masas en la moderna Mendoza de mediados del siglo XX.
Se estipuló que los gastos para la realización de las obras se cubrirían a partir de la autorización, conferida por ley, para utilizar los materiales existentes en la plaza, así como el producto de la venta de los sobrantes.
La demolición duró un año y se extrajeron 900 toneladas de hierro de la demolición del otrora Palacio de Gobierno, pero el rédito obtenido no fue suficiente para cubrir los gastos de la remodelación.
A consecuencia de ello, y si bien se concluyó con el nuevo trazado de la plaza, se postergaron la pavimentación, el alumbrado, los juegos de agua proyectados y otros elementos decorativos, siendo el principal de estos el destinado a cubrir el gran muro que cierra por el este el salón construido en el centro de la plaza.
Para Ramos, este muro era "parte indispensable en la concepción plástico- artística del nuevo paseo", ya que constituía el complemento fundamental del proyecto.
La idea original de Ramos Correas respecto del motivo del mural fue aprobada por el Ejecutivo. Consistió en decorar íntegramente el paño con figuras o alegorías de hechos históricos vinculados directamente a la vida provincial.
El encargo directo se hizo al escultor Lorenzo Domínguez, quien proyectó cinco grupos en relieve sobre episodios de la gesta sanmartiniana en Mendoza que también fueron aprobados por el Ejecutivo provincial.
Las dificultades para culminar con las obras
Se creyó conveniente que la Municipalidad de la Capital se hiciese cargo de la terminación de los trabajos que restaban, en vistas de que, en su presupuesto, la Comuna contaba con una partida destinada a "trabajos de instalaciones eléctricas, pavimentación y obras complementarias", fondos con los que podría costearse principalmente la obra que más urgía: el mural.
La realización de este mural se vio demorada por un sinnúmero de dificultades. De la contratación directa del escultor Lorenzo Domínguez se pasó a un concurso -abierto por el Municipio- para la presentación de anteproyectos y realización del relieve en piedra travertina blanca para revestir el muro de 51 metros de largo por cuatro de ancho de la plaza.
Domínguez volvió a tener en sus manos la posibilidad de la realización del friso, esta vez por haber ganado el concurso, pero la Intervención Nacional en Mendoza declaró nulo el concurso haciendo responsables al director de Parques, Daniel Ramos Correas, y al entonces intendente, José Benito de San Martín, por "irregularidades de orden administrativas comprobadas".
Esta anulación facultaba según decreto a la Municipalidad para contratar de forma directa a Lorenzo Domínguez para la ejecución del friso, lo que finalmente nunca ocurrió.
Mientras tanto, la plaza, que ya pertenecía nuevamente al Municipio, pasó por las manos, primero, del comisionado municipal Leandro Meiners, y luego, del interventor nacional coronel Federico Zambianchi.
Ambos, en compañía de Ramos, visitaron la plaza y, ante la premura por habilitar el paseo, dispusieron, el primero, el trazado y construcción de nuevos caminos, el emplazamiento de bancos y determinadas ornamentaciones y el aumento de la iluminación; mientras el segundo consideró la posibilidad de trasladar el Museo de Bellas Artes al salón de exposiciones de la plaza, acción que no se concretó.
Al año siguiente del llamado a concurso para el friso y de su anulación, en 1944, el Ministerio de Economía, Obras Públicas y Riego dio a conocer el decreto a favor de las gestiones de Ramos Correas y de San Martín.
El mismo año, la Municipalidad de la Capital solicitó al Ejecutivo provincial que volviera a hacerse cargo de la plaza Independencia hasta su terminación. En junio de ese año, nuevamente bajo la órbita provincial, se anunció la realización de las obras complementarias y el embaldosado de los caminos.
Si bien el paseo conservó el trazado original propuesto por Ramos Correas, tanto el equipamiento como el mural que hacía las veces de fondo de la fuente quedaron a criterio de los técnicos municipales o de los gobernantes de turno.
Bancos de hormigón y un casetonado que cubría toda la superficie del muro fueron parte de las poco acertadas propuestas estéticas para la plaza, que sería nuevamente intervenida, con cambio de equipamiento, recién en 1995.
Finalmente, el 12 de enero de 1945, la Intervención Federal aceptó la renuncia de Ramos Correas. La plaza Independencia ya había sido reinaugurada, sin acto oficial, luego de un lento y accidentado proceso de remodelación.
Fuente: Cecilia Raffa. Plazas fundacionales, el espacio público entre la técnica y la política (1910-1943). Descargable en: https://bdigital.uncu.edu.ar/9256