Oro, el perro que escaló cuatro veces al Aconcagua

De grande se convirtió en un personaje del Parque Nacional. Murió en noviembre y fue sepultado en el Cementerio de los Andinistas. Su historia.

Oro, el perro que escaló cuatro veces al Aconcagua

 El tres de octubre de 2011, con 38 años de edad, el profesor de Letras y guía profesional de montaña Nacho Lucero se encontraba de expedición en el Manaslu, conocida como la "montaña del espíritu", correspondiente a la cordillera del Himalaya. A poco de llegar a la cima, el hombre sintió una fuerte puntada en el pecho. Desistió y comenzó a bajar. Tres días más tarde, en el campo base, fue llevado a un hospital de Katmandú, capital de Nepalm. Se trataba de un infarto que derivó en un ACV por lo que estuvo semanas internado. 

Lucero volvió a Mendoza muy averiado físicamente. Con grandes dificultades para caminar y para hacerse entender, regresó en su casa de El Challao donde comenzó con una larguísima recuperación que incluyó volver a aprender lo que ya había aprendido: no registraba recuerdos, no hablaba, casi no se movía. 

Un perro 

Una tarde, nadie sabe bien de dónde, en la puerta de la casa del andinista apareció un perro que de movida se presentaba distinto: un mestizo imponente regado de un pelaje dorado y poseedor de una mirada inteligente. Se quedó allí durante varios días hasta que una sobrina de Lucero le preguntó si ese perro era suyo. "Apareció de la nada. Le he puesto Oro", le dijo con dificultad. Al cabo de unos días, Oro ya convivía con el maltrecho Nacho. 

El montañista siempre sospechó que el perro -que ya no era un cachorro- huía de un lugar donde había sido sometido a malos tratos. Y de inmediato advirtió en él alguien que le sería de gran utilidad. Como no era un perro de montaña, el dueto comenzó con las expediciones en los cerros más bajos del Piedemonte

El hombre también allí advirtió que Oro era un perro de montaña, aún sin saberlo; se le notaba un sentido especial que no todos esos animales llevan consigo. La simbiosis entre ambos llegaba a tal punto que era Oro, quien al apoyar su pata derecha sobre el botiquín le indicaba a su compañero que era hora de que tomara la medicación de la que dependía (siete pastillas distintas, llegó a tomar). En una sus tantas entrevistas, Nacho dijo que "más que enseñarle yo al perro, fue el perro el que me enseñó a mí". 

Oro resultó rapidísimo para comprender los secretos de la montaña, algo que a cualquier animal le hubiera llevado años, para él era cuestión de meses, o de días. Junto llevaron a cabo una práctica llamaba cani-cross, que consiste en que el perro se adelanta atado a la mochila de su compañero, de ese modo, se hace cargo del peso de los dos cuando las energías del ser humano flaquean. 

"Con Oro aprendí a planificar el descanso después de una cierta distancia andando; antes, yo no me daba cuenta, me exigía más". 

Al Aconcagua 

Los años pasaron y hacia 2014, Ignacio Lucero totalmente recuperado retomó su trabajo como guía en el Aconcagua y logró después de mucho porfiar con la burocracia, que Oro fuera considerado un perro de asistencia, por más que el perro no contaba con los papeles necesarios. 

De modo tal que ambos comenzaron a trabajar con grupos de ascenso. Para ello, Lucero tuvo que trabajar en un protocolo acerca del buen trato animal: así, consiguieron en Chile una indumentaria especial para enfrentar a la montaña en su faceta más cruda como arnés, botas, crampones, camperas y hasta lentes para sol.

El perro llegó a ser muy popular en el campamento base del Aconcagua donde todos lo reconocían porque su fama había trascendido fronteras debido a las cientos de publicaciones de montañismo en el mundo. Además, de todo, Oro era muy simpático y dado con todos. 

En 2016, por primera vez, Nacho y Oro hicieron su primera cumbre en el Aconcagua en calidad de guía y perro de asistencia respectivamente. El perro, cuyo dorado resaltaba como un sol en medio del blanco de las nieves, hizo todas las cumbres sin problemas. En realidad, ambos se estaban preparando para la segunda oportunidad de Nacho de volver al Himalaya. La cima escogida fue Gasherbrum II, la montaña decimotercera más alta del mundo con 8043 metros sobre nivel del mar. Hacia allí partieron los dos amigos en el mes de julio. Pero por problemas burocráticos con el viaje, Oro debió quedarse en Madrid, mientras que Nacho siguió rumbo al Himalaya, donde ocho años antes casi pierde de la vida.  La revancha se consumó y el deportista hizo cumbre. Muchos medios se hicieron eco de la hazaña: "Tras un infarto y un ACV, volvió al Himalaya y logró la cumbre", fue el titular del diario Clarín

Nacho sabía mejor que nadie, que ese logro, además de las cientos de las personas que le ayudaron en su recuperación desde 2011, mucho le debe a Oro, el haber cristalizado su deseo que no lo dejaba dormir. Pero el tiempo pasa, aún para los perros y Nacho intentó sin éxito gestionar una suerte de pensión jubilatoria para Oro; algo que está legislado en distintos países del mundo. Finalmente, en noviembre del año pasado, rodeado de sus afectos, Oro, el perro de montaña sin papeles, falleció y fue sepultado en el cementerio de los Andinistas, al pie del cerro que trepó en cuatro oportunidades. 

Nacho le dedicó estas palabras: En el tren, en el helicóptero, en el kayak, en parapente. Perro, me levantaste de la puta mierda y me tiraste desde la cintura. Me marcaste la huella, el tiempo de las pastillas, el tiempo de hidratación, el descanso, el fin de jornada. Seis expediciones en el Aconcagua y juntos hicimos cuatro cumbres. Rescataste a un esquiador y lo tiraste en Las Leñas cuando la nieve era sopa imposible. En el cruce de Los Andes encontraste a los montañistas perdidos. Rescataste una agachona en el parque Aconcagua. Ayudaste a realizar sueños de ascenso al Plata. Tu equipo, botas, doble botas, crampones, arnés, petral, lentes ¿quién lo va a heredar? ¿Quién va a seguir tus pasos, perro? Solo puedo decirte gracias. Gracias Oro, compañero. Oro, un perro atrasado, bastardo, un sobreviviente, mi compañero...".