Balotaje, la parábola de los tres pescadores y la moraleja inevitable.
Los argentinos, entre recibir pescado o aprender a pescar
Si Argentina fuese un cuento para niños, sería así: había una vez un país que tenía hambre. La mitad de la población eran los planespecesistas que no les alcanzaba para comer entonces el rey los alimentaba. La otra parte, los monopecesistas, conseguían poca comida a cambio de muchísimas horas de trabajo entonces odiaban al rey y a los que recibían el alimento. Después había un grupo más chiquito, los salmones, que tenían toda la comida que les faltaba a los demás. Ellos odiaban al rey y a los que les daba de comer.
El pueblo estaba convulsionado porque se aproximaba la coronación de un nuevo Rey Pescador. Se habían batido a un duelo tres aspirantes al trono: dos hombres y una mujer. Uno de ellos había sido el más elegido y la sorpresa era total. Ese pescador era el que atendía el mercado y se había aprovechado de esa ventaja para ir casa por casa, tocando el timbre y regalando sardinas. Cuando llegaba al hogar de un planespecesistas le regalaba tres, cuatro o cinco pescados. A los monopecesistas también les daba, aunque menos cantidad. De este modo, lograba que se olvidaran el enojo con él por no ser capaz de bajar el precio a la comida.
El triunfo de este pescador había dejado estupefactos a los otros dos contrincantes. Por un reglamento interno del pueblo, la diferencia de votos entre el primero y el segundo debía ser mayor a diez. Si era menos, debían competir mano a mano. Y esto es lo que iba a ocurrir en los próximos días.
Antes de ser elegidos, los competidores se habían dedicado a hablar con la gente del pueblo, prometiendo pescado más barato, de mejor calidad. Pero sobre todo, su estrategia era asustarlos. Les decían que los ríos se iban a secar y todos los peces iban a morir si no los elegían a ellos. Sin embargo, había algo más: el que salió segundo y la que salió tercera en la votación tenían una disputa personal. Ambos compartían la idea de que los peces debían ser administrados por el habitante del pueblo que tuviera más dinero. De ese modo, el precio se calcularía solo, un punto intermedio entre la cantidad de habitantes que querían pescado y el número almacenado en las heladeras. Así nadie se enojaría con el Rey Pescador. Sin embargo, más allá de pensar parecido en algunas cosas, se habían declarado una guerra personal.
Ver: Escenas de una Argentina en 360°
Antes de la votación, el pescador acusaba a la pescadora de haber tirado en las casas peces que explotaban. Ella lo acusaba de querer envenenar los ríos. Mientras tanto, el que había resultado ganador había sido el más silencioso. Su estrategia se basaba en regalar el pescado que estaban en las reservas del mercado, en las heladeras. Panzas llenas, corazones contentos. Aunque no tuviera certeza de que al día siguiente quedara comida.
Al perder, los derrotados se desesperaron. Ya no les importaba ser el nuevo rey o reina, solo les importaba que el otro no ganara. El pescador que iba a disputarse la corona con el ganador de la primera vuelta ahora necesitaba a la pescadora a la que había acusado a gritos, en las calles, de tirar peces bomba en las casas de los habitantes. Tuvo que bajar la voz, hacerse pequeño, como un hombre gatito y le dijo: "Vení que estoy solo".
Por otro lado, la pescadora era la postal de la derrota y la humillación. Estaba acorralada. Para no retirarse del oficio, aceptó. Ambos fueron a la plaza del pueblo, le dijeron a los habitante que "se habían perdonado" y que juntos iban a vencer al pescador que amenazaba con vaciar las heladeras del mercado. Después se dieron un abrazo más incómodo que zapato nuevo.
Pero había dos problemas: el flamante equipo anunciaba que lucharían contra un enemigo. Pero mientras este enemigo les regalaba pescado, ellos no sabían explicar como iban a hacer para darles de comer. Además, lejos de inspirar respeto, los monopecesistas, los planespecesistas y hasta los salmones comenzaron a burlarse de ellos, a tenerles bronca, por "panqueques".
La verdad es que el pescador que había ganado en la primera vuelta era también un grandísimo panqueque, pero era inteligente. Sabía anticiparse a las jugadas de los otros. Por eso, cuando ahora los enemigos se unían desesperados, él ya había dicho hacía mucho tiempo que, si era el nuevo Rey Pescador,trabajaría en el mercado con pescadores de todo tipo, sin importar su color. Por lo tanto, si por necesidad se veía forzado a formar alianzas con contrincantes, no quedaría como un vendido. Él ya había avisado que lo haría.
Mientras el pescador ganador se guardaba en silencio, esperando el día de la gran elección, el contrincante, y la pescadora que había quedado afuera de la carrera, se mostraban caóticos. Hablaban a cada rato en la plaza del pueblo, iban, venían, se chocaban entre sí. El caos crecía. Los seguidores de cada uno de ellos se acusaban, señalaban, pegaban carteles en las calles diciendo que tal era un traidor, que tal era una cobarde. Descuidistas, culateros, abanicadores, gallos ciegos, biromistas, mecheras, garfios*, y tantas cosas más.
El final de este cuento tiene un final abierto y una moraleja, tan remanida como contundente: a río revuelto, ganancia de pescadores.
Ver: Después de decirle "dictador", Milei busca acercarse a Cornejo
* Fragmento de la película Nueve Reinas.