Una calle sin basura en cualquier rincón de Mendoza se ha convertido en un buen recuerdo. Gran parte de la culpa la tiene una sociedad corrompida por la suciedad.
Mendoza y la basura: ¿por qué somos tan mugrientos?
Aunque me resisto a creer que todo tiempo pasado fue mejor, en algún momento fuimos la ciudad más limpia del país. Todavía quedan resabios de ese mote que supimos conseguir. No éramos ni Dinamarca ni Japón, pero teníamos un poco más de conciencia ciudadana y realmente cuidábamos la limpieza.
Sin embargo, los tiempos han cambiado, y caminar por cualquier vereda de Mendoza y toparse con basura es casi un paisaje natural que ya no nos distingue.
Aunque algunos lectores prefieran deslindar la responsabilidad en los municipios y su gestión de limpieza, debemos aceptar que la falta de compromiso con el medio ambiente y la responsabilidad de ser ciudadanos limpios recae principalmente en nosotros. Esto va más allá de lo que haga o no la gestión municipal ni lo que pasa con los deshechos una vez en la calle; se trata de lo que cada uno de nosotros elegimos hacer con nuestras "miserias" bajo la mirada de los demás.
Hay muchos factores que han incrementado la suciedad en las calles y veredas, pero si simplemente cumpliéramos con algo tan fácil como "sacar la basura" en el horario correspondiente, todo sería distinto.
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Y realmente no importa si es a las 20 o a las 21 horas, o si los días están diferenciados según el tipo de residuos. Nada parece derribar los malos hábitos de algunos vecinos que carecen de una de las prioridades para ser parte de una sociedad educada: la empatía.
¿El hábito hace al monje más limpio?
Para Juli y su familia, que trabajan tanto que ni saben en qué día viven, resulta más cómodo sacar la basura bien temprano, antes de irse a trabajar. Por la noche están demasiado cansados.
El grupo de amigas que sale a fumar en la vereda durante el recreo laboral tira las colillas al suelo, marcando el territorio de la charla que seguirán más tarde.
La mamá de Renzo y Amparo deja sobre la mesa del local de comida rápida la bandeja con servilletas y vasos derramados donde disfrutaron su hamburguesa.
Los muchachos, sentados en el cordón de la vereda, toman cerveza y comen un pancho, dejando los indicios de una madrugada hambrienta en la calle principal.
La abuela, apurada por devolver a sus nietos, olvida levantar los papeles y residuos que dejaron en el banco de la plaza.
Los encargados de edificios sacan bolsas fuera del horario indicado y las dejan en la calle para no entorpecer la limpieza que realizan en su frente, esa que mantienen brillante a fuerza de años de lampazo.
Los restaurantes, rebosantes de clientes, lucen sus desperdicios a cualquier hora del día frente al local, como un llamador para visitas que preferirían no entrar.
Las vecinas tiran hojas a las acequias como una manera poética de esconder la mugre bajo la alfombra.
Mientras tanto, nuestros hijos, esos pimpollos del presente y del futuro, dejan caer papeles, descartables y baldes de pororó en los asientos de cines, autos y teatros. No son conscientes de lo que van dejando tras sus pasos, y mucho menos se detienen a imaginar si hay alguien que limpie los restos.
No nos importa. Vamos dejando una estela de basura desde que salimos de casa hasta que finalizamos la jornada. Les enseñamos a los niños a elegir qué latita de gaseosa tomar, pero nunca qué hacer con ella al terminar.
No tenemos idea de qué significa reciclar, qué colores corresponden a cada tipo de residuo o qué días pasan a recolectar. El papelito que está en el piso, no se nos "cae", lo tiramos.
Son detalles simples que marcarían una gran diferencia si cambiáramos estos hábitos insalubres a los que estamos acostumbrados. Decimos que no tenemos tiempo para nada. Trabajamos, vivimos y disfrutamos sin detenernos a pensar que una ciudad limpia sería mucho mejor. Preferimos mirar hacia otro lado o cruzar de vereda antes que comprometernos a cambiar el lugar contaminado.
Pareciera algo tan insignificante que puede esperar, y así lo dejamos pasar. No nos reconocemos como culpables de la mugre que nos rodea, y una vez más culpamos a las autoridades por no hacer lo que corresponde.
Las penas son de nosotros...
A las políticas ambientales y una adecuada gestión de residuos debemos sumar el compromiso de los mendocinos de aprender a no tirar basura y evitar desperdicios innecesarios. Parafraseando una frase conocida, podríamos decir: "El hombre nace limpio, pero la suciedad lo corrompe".
Propongámonos, de verdad y con un trabajo serio, reeducarnos y educar a las generaciones venideras. Tal vez no sea tarde para volver a ser una de las ciudades más limpias de la Argentina.
Solo depende de nosotros. El recolector de basura pasa siempre.