La película de Juan Antonio Bayona que relata la tragedia de Los Andes, tiene récord de audiencia en Netflix. El relato de la ingesta de carne humana para sobrevivir estremece y estimula el morbo en partes iguales. Las diferencias con "¡Viven" y que nos quiere contar esta vez el director.
Qué hay detrás del canibalismo explícito en "La sociedad de la nieve"
¿Te comerías a tus amigos si esa fuera tu única oportunidad de seguir con vida? La respuesta: ocho barras de chocolate, una lata de mejillones, tres tarros chicos de mermelada, una lata de almendras, unos dátiles, caramelos, ciruelas secas y un par de botellas de vino y licores, para aproximadamente 20 personas (se iban muriendo día a día), en un accidente de avión en la Cordillera de los Andes (en Mendoza, esto nadie lo dice), heridas, quebradas, orinando pis negro, con colapsos intestinales por estreñimiento, sin perspectivas de ser rescatadas. Cuentan que llegaron a establecer raciones de una almendra cubierta de chocolate cada tres días, para cada uno.
La pregunta lleva casi 52 años apareciendo cada tanto, en cada ocasión en que "el milagro de los Andes" vuelve a ser recordado, cómo ejemplo de supervivencia y también como punta de lanza de los sectores más conservadores y católicos de la sociedad, que requieren volver a discutir los límites de la jurisprudencia de dios y del hombre.
El disparador por estos días es "La sociedad de la nieve", la película del español Juan Antonio Bayona que cuenta la historia del avión con la comitiva uruguaya del club de rugby Old Christians que se estrelló en Los Andes en 1972. La trama central de la historia es la antropofagia. Los sobrevivientes aguantaron hasta ser rescatados porque se comieron los cadáveres de sus amigos. Es el eje clave por el cual esta historia sigue despertando esa clase extraña de fascinación que atraviesa las épocas. De hecho, el diario "El Mercurio" de Chile publicó en 1972 la foto de una pierna mutilada que había sido sustento de los muchachos.
La historia del avión uruguayo en la montaña tiene un precedente en Hollywood. En 1993 Frank Marshall estrenó ¡Viven!, con Ethan Hawke y Josh Hamilton como protagonistas. Si bien este film encara con más crudeza el canibalismo, con imágenes explícitas, es una interpretación bien norteamericana del relato, dónde el foco está puesto en los roles: el líder, el médico, el rebelde, el responsable, el loco, etc. Entonces, el dilema de comer carne humana no se aborda como un tópico en sí mismo sino como una traza argumental (poderosísima) para mostrar las relaciones de poder dentro del grupo.
Ver: Mirá el estremecedor trailer de la película sobre el avión de los uruguayos
¿Por qué estremece el canibalismo en "La sociedad de la nieve"? Porque es una película coral en la cual el director ha decidido poner el eje narrativo en el grupo, como si se estuviese contemplando el cuadro "El grito" de Munch. El abordaje de la ingesta de carne de los muertos ya no es una autopista argumental, sino la contemplación de los dilemas morales y religiosos de los protagonistas. Hay una escena en la cuál los jóvenes se toman fotografías y a sus pies yace un costillar humano pelado; en otro momento muestran a las víctimas atrapadas durante días dentro del avión sepultado por una avalancha de nieve y entre ellos un cuerpo ya mordido. La película es una oda a los sentidos. Apela a la estimulación sensorial plena (el ruido de las piernas al quebrarse cuando la nave choca contra la montaña, los gritos descarnados, los moribundos que llaman a su papá en el último aliento, los rezos "jesusito, jesusito", las heridas negras supurando la infección, la intoxicación extrema tras comer carne humana podrida) para expresar el impacto psicológico ante la toma de estas decisiones.
Lo interesante de "La sociedad de la nieve" es que viene a romper con el esquema remanido de una sola encrucijada y muchos puntos de vista (como en la película ¡Viven!) sino que expone al drama y a la ética como partes de un animal en movimiento, incapaces de limitarse. Incluso si lo que se discute es comerse a los amigos muertos para sobrevivir. Es la postal de la verdadera naturaleza humana: la contradicción permanente a los pies de las necesidades urgentes.