Por temporadas, cambian la ciudad en la que vivimos. Llegan en grupos o en familia, disfrutan, ríen y se divierten en los mismos lugares que, para quienes los habitamos, no tienen nada de divertido. Nos llenan las arcas, y eso es lo mejor de todo.
En la Ciudad de Mendoza estamos rodeados de turistas
Fue una buena idea no dejar la terapia y acordar con mi psicóloga que, después de tanto tiempo, y hasta que se estabilice mi economía, la llamaré solo cuando la necesite. Esta semana tuve que visitarla porque necesitaba contarle lo que estaba viviendo.
Le dije lo que me estaba pasando: veía turistas por todos lados. "Yo también", me dijo. "Sí, pero ellos hacen cosas extrañas", le comenté, y ella me preguntó: "¿Cosas extrañas como cuáles?".
Entonces las describí:
-Se llaman de una forma extraña, usan los nombres sin el artículo. Siempre van acompañados de un niño de 14 y una niña de 12. Ellos visten camisetas de fútbol y ellas usan gorros de lana y camperas puffer hasta los tobillos.
-Les gusta caminar por el centro, ocupando toda la vereda con carry-on de varios tamaños. Se paran en las esquinas para buscar en el celular la ubicación. La salida al supermercado es parte de un paseo, y entonces dejan que sus hijos corran tirando todo mientras compran y ostentan que es lunes y se comerán un asado.
-Algunos paran en hoteles y mientras desayunan miran "el pase" de Sergio Gras con el noticiero.
-Al metrotranvía le dicen "trencito".
-Hacen fila para comer en algún lugar de la calle Sarmiento y hay quienes se caen en las acequias. Cuando visitan una bodega lo hacen vestidos como si fueran a un casamiento. Salen por la ciudad y toman mate mientras caminan. Les gusta tomar el café del vaso que les ponen el nombre.
-Se sientan en las plazas a mirar el celular y se sacan fotos con la fuente de la plaza Italia. Nunca prueban las tortitas ni conocen las pinchadas. Van al shopping. Cruzan la "plaza del escudo" (Independencia) cargados de bolsas a cualquier hora y no tienen miedo.
Y aún falta lo peor:
-la mayoría se saca fotos con el corpóreo de colores de la palabra Mendoza y las muestran en sus redes.
-Van a comer a los lugares que durante el año están vacíos y cuando llega el atardecer, se bajan tambaleando de trafics que paran en las esquinas.
-Comen uvas en pleno invierno.
-Caminan la Arístides de punta a punta y a la Juan B. Justo ni la registran. Creen que "zonda en altura" es el nombre de un vino y siempre esperan que los despierte un temblor.
-Cuando pasean por la Avenida Las Heras, gastan dinero en vinos patero, ponchos y mates dignos del norte argentino. Se sorprenden por la limpieza de la ciudad y, peor aún, dicen que somos amables.
-Se toman un Uber para entrar al parque y, desde la fuente, se toman otro para salir. Se sacan fotos en los portones con el sol de frente y el bondi de fondo que baja de la universidad. Toman helado, aunque esté helando, y todo el tiempo están buscando nieve.
-Nunca miran hacia el oeste y se pierden la postal de la montaña con nieve.
Para finalizar mi sesión comenté que "tienen esos comportamientos extraños que desentonan con nosotros" y aunque están desparramados por todos lados, creo que voy a poder soportarlo. Al fin de cuentas debemos tratarlo bien para que siempre vuelvan, reflexioné.
Mi psicóloga me dio algunas indicaciones para seguir viviendo entre ellos y disfrutar un poco más de su estadía. Me sugirió, que cada vez que me cruce con un turista sea amable, les pregunte si están bien, si les gusta Mendoza y qué necesitan.