Jorge Sánchez -o Mr Moon-, un músico mendocino que dejó atrás más de 30 años de carrera y se fue para San Pablo donde sobrevive con la música que ejecuta.
Dejar todo a los 52 años para seguir cantando
Algunos lo llaman saltar al vacío, quemar las naves, tirarse a la pileta sin ver o, más cercano en el tiempo, salir de la zona de confort. En todos los casos implica el concepto de aventura en su concepción más dura: no volver atrás.
Todo esto está muy bien, creen las personas, si ese salto ocurre a una edad juvenil. No a los 52 años. Eso es lo que ha hecho Jorge Sánchez -o Mr Moon-, un músico mendocino (puntano por adopción) que dejó atrás más de 30 años de carrera en la tierra de los Rodríguez Saá, su trabajo como docente de 18 años, y, de momento en soledad, se fue para San Pablo donde sobrevive con la música que ejecuta, entre otros sitios, tocando en la calle y colectivos; algo que nunca había experimentado.
En San Luis quedaron sus amigos, sus dos hijos -una chica de 21 años y un varón de 10-, un contrato de alquiler rescindido. "La idea inicial era que este viaje lo hiciera con Débora, la chica que cantaba conmigo en un dúo que llamamos "Moon Ligth". Pero el tiempo pasaba, yo tenía todo cerrado y Débora se atrasaba. Por lo que me vine solo a Ilhabela, estado de San Pablo, a una casa de un amigo de San Luis. El lugar es hermoso. Me levantaba a las 7 de la mañana y me metía al mar a nadar y a pensar. Una de las primeras cosas que pensé fue que la última vez que había pisado arena de mar fue en 1985, 34 años atrás".
- A sus 52 años, con trabajo estable con la música, casa, comida y familia, ¿por qué decidiste mandar todo al demonio e irte a Brasil a hacer de cantante callejero?
- Era una decisión que venía madurando de a poco en mi cabeza. Sentía que mi ciclo en San Luis ya estaba concluido. Lo último que hice es hacer cantar a 200 alumnos míos del colegio en el estadio Juan Gilberto Funes y me dije esto es lo más que puedo hacer. Toqué en varias bandas pero en todas los proyectos se iban empantanando; así que en febrero del año pasado tomé la decisión y me fui. Al llegar el día de la partida, Mr Moon con dinero para subsistir menos de una semana, abandonó San Luis desde la terminal de ómnibus. Yo voy a ir lo más rápido que pueda, fue la frase del adiós de Débora en el andén. Sentado en el asiento del colectivo, apoyando su cabeza en la ventanilla, los ojos color miel de JS comenzaron a humedecerse. El micro viboreó por el centro de San Luis que con sus casas bajas barnizadas por el sol del atardecer, despedían al músico. Es ahora o nunca, se dijo y reclinó el asiento hacia atrás.
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- ¿Por qué Brasil?
- Inicialmente Brasil es mi punto de partida, pero la idea es recorrer lo que más pueda, aunque este país es tan grande que es un mundo en sí mismo. Además me gusta la gente, su música, es un lugar para ir descubriéndolo a medida que viajo.
- ¿Cómo es tu rutina en la calle?
- ¿En 'a rua' (ríe) he hecho de todo porque voy con un equipo cargado de pistas de todo tipo que me permite cambiar el repertorio dependiendo dónde estoy trabajando. Me ha pasado que estando en la calle me han contratado para fiestas privadas; me gustan también los colectivos un poco más que la calle porque por ejemplo en Sao Paulo -donde estuve- somos muchísimos. Cerca de los shoppings de Avenida Paulista hay un horario que es invadido por los imitadores de Michael Jackson y eso complica todo, imaginate diez Micheles Jacksons con sus equipos bailando más el sonido de ambiente de la avenida...Prefiero los buses, hay más tranquilidad para trabajar y menos gente.
- ¿Cuál es el promedio de lo que saca por día en los buses?
- Eso depende del día; a veces más de 70 reales y a veces con suerte llego a 200, prácticamente no tengo capacidad de ahorro, me voy pagando los hoteles y las comidas diariamente. Se puede decir que la bonanza económica no ha llegado. Pero no cambio este tipo de vida por nada; al menos por ahora.
- ¿Pasó hambre o tuvo que dormir a la intemperie?
- Ambas cosas. Una vez olvidé la mochila con la única muda de ropa que tenía así que por una semana me bañaba vestido bajo la ducha y hacía doble higiene: con el jabón de tocador iba limpiando el pantalones, las medias, el calzoncillo y luego me bañaba desnudo. Al otro día la ropa amanecía casi seca y me la volvía a poner. Eso fue en Guaratuba donde viví en una favela hasta que me regalaron una buena cantidad de ropa. Y sí, un par de veces, sin dinero, tuve que pernoctar en plazas. De Guaratuba, que es un pueblo pequeño, tengo los mejores recuerdos; allí estuve 42 días solo y cantaba en una plaza. El tema es que tenía una pareja de ancianos de fans. Iban a verme todos los días y me dejaban suculenta propina. Una vez llovía y fui igual a cantar porque necesitaba reales. El tema es cuando terminé, se bajó la señora del auto en que habían estacionado y visto todo el show y me dejó ¡50 reales!
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- Todo eso suena muy aventurero, pero a los 53 años suena osado.
- Bueno, peor hubiera sido a los 63 años, ¿no? Yo tengo el don de mi voz y el placer de hacer feliz a la gente con lo que hago; lo noto y por más que a veces la indiferencia predomina; hay personas que me ven disfrutar, me ven la sonrisa, incluso a través del barbijo, y eso no tiene precio.
Jorge Sánchez nació en Mendoza un caluroso febrero de 1967. Hizo su escuela primaria en el Mariano Moreno de la Cuarta Sección y la secundaria en el Martín Zapata. Su cabeza llena de rulos castaños, sus ojos entre verdes y miel, su sonrisa y sus chistes cargados de cierta astucia, hicieron de él una persona querible; "bonachona", según lo recuerda un compañero. Ya de adolescente, Jorge, además, se transformó en un atildado profesor de tenis en el Club Mendoza de Regatas, dicen que lo hacía con prestancia; Guillermo Vilas era su héroe; un héroe con el que compartía dos pasiones: el tenis y la música.
"Cuando terminé la secundaria me inscribí en la UTN de Mendoza. Eran años difíciles para estudiar con los paros docentes que no tenían fin. Unos días antes de cumplir los 21 años, con dos amigos decidimos ir a estudiar Sistemas a San Luis. A los tres años egresé como programador".
Para entonces sobrevivía en San Luis en la rutina propia de un estudiante universitario. Trabajó como instructor de tenis en el hotel Dos Venados, "me llamaban para pelotear con turistas. La cancha era de cemento". En más de una ocasión estuvo a punto de regresar a Mendoza pero nunca lo hizo. Hacia fines de 1988 creó con otros músicos la banda La Nona. El nombre resultó premonitorio: "Casi treinta años tocamos con La Nona y vivimos todas las etapas que vive una banda de rock. ¿Qué recuerdos tengo de La Nona? Los mejores. Crecí mucho como músico pero muy lentamente. Hoy no sé si seguirán si mi, no sé nada de ellos".
- Usted tiene un hijo de 11 años, ¿él entiende su aventura brasileña?
- Es el punto que más me doblega. Lo extraño horrores, él vivía la mitad del tiempo conmigo. Pienso en él y en su madre que lo contiene. Es lo más doloroso que tiene este viaje. Pero no me afecta desde la moral. Sé que mi decisión fue en nombre de la libertad pero desde el egoísmo, porque todo esto afectó a mis seres queridos.
- ¿Y qué es lo que viene ahora?
- Ahora estoy en una pensión de Curitiba, llevo bastante, más de un mes, así que creo que es hora de seguir con este viaje. Tal vez regrese a Ilhavela donde tengo algunas propuestas. Pero estoy viviendo feliz la aventura de mi vida y por eso le voy a dar para adelante. De modo que todas las mañanas, cuando se despierta con sus 53 años a cuestas, se vuelve a preguntar si merece la pena todo esto. Todo esto de haberlo dejado todo, de hacer a un lado los dichos de las buenas conciencias: "Debes trabajar como corresponde, debes hacerte cargo de tus hijos, debes pagar los impuestos, debes ser normal. Tan normal como todos".
Es difícil salir de esa encrucijada que, basada en otra vez en las buenas conciencias, no dejan espacio para la duda. Pero Mr Moon hace como que no escucha esas voces manipuladas de la conciencia de la llamada buena gente. Mr Moon hace sus ejercicios, luego se baña, y trata de no dejarse atrapar por esos enunciados que -siempre sospechó- fueron impuestos o escritos por los cobardes que ven en la cotidianeidad su razón y su excusa para llevar adelante una vida tristemente gris.