Se dice que "la Argentina va rumbo a ser Venezuela" y hay argumentos al respecto, sobre todo la admiración del peronismo mayoritario al régimen chavista. Pero la oposición venezolana también es un mal ejemplo. Nadie es tan ángel como dice serlo, ni tan demonio como se le acusa.
¿La venezuelización del gobierno o de la oposición?
No tiene sentido adjudicarle a la oposición la fragilidad que demuestra el gobierno nacional. Sin embargo, sí es propicio analizar el rol de la oposición o, mejor dicho, sus roles, ya que no siempre se muestra uniforme, en bloque, unidireccional.
Antes que nada, hay que revisar una situación inédita: el peronismo en el ejercicio del poder está recibiendo por primera vez en su historia, posiblemente, un tratamiento como el que él le dio a los gobiernos de los que fue opositor.
Nadie es tan santo como dice serlo, ni tan demonio como se lo acusa en el juego de roles de la política argentina.
El peronismo, a través de sus muy diversas facetas, fue implacable ante los gobiernos de diferente signo y, aun cuando le tocó el turno de gobernar, las tensiones internas tuvieron mayor peso específico que las diferencias con el resto de los partidos políticos.
Esta vez, el peronismo gobierna porque Cristina Fernádez de Kirchner sintonizó que no podría encarar un tercer mandato y eligió a Alberto Fernández como la cara visible de un trío que completó Sergio Massa.
Ahí no hubo amor, sino espanto. La debilidad de seguir exhibiendo públicamente sus diferencias podría haberles asegurado tragos amargos en la justicia, además del destierro del poder.
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