El Gobierno ha convertido la represión en un activo político. Es una estrategia calculada que refuerza su núcleo duro y debilita a la oposición. Mientras Bullrich se consolida como la cara visible del "orden", Macri observa con recelo su crecimiento y Villarruel toma distancia.
Reprimir te da alas (y votos)
El Gobierno ha convertido la represión en un activo político. Es una estrategia calculada que refuerza su núcleo duro y debilita a la oposición. Mientras Bullrich se consolida como la cara visible del "orden", Macri observa con recelo su crecimiento y Villarruel toma distancia.
Pasa con el odio lo mismo que con las bebidas energéticas: el primer trago te hace sentir invencible, el segundo te activa la mandíbula y el tercero te deja en el baño temblando con taquicardia. La diferencia es que los gobiernos no necesitan el baño. Pueden seguir tomando y tomando, y nunca les llega la arritmia.
Este gobierno encontró su Red Bull en la represión. Descubrió que pegar, tirar gases y empujar jubilados no solo no le resta votos, sino que le da más. Lo comprobó el miércoles 13 de marzo, cuando sacudieron ancianos y le rompieron la cabeza a un fotógrafo. Y cuando al día siguiente se sentaron a mirar los números, se dieron cuenta de que no tenían que pedir disculpas. Incluso hasta el descargo de Guillermo Francos fue retorcida. Siendo últimamente uno de los ministros más "mesurados" esbozó una suerte rara disculpa al decir en una radio que esperaba que "se genere" la recuperación de Pablo Grillo.
Reconstruimos el hecho que dejó a Pablo Grillo gravemente herido.Bullrich y jefes policiales son responsablesGracias a Willy Pregliasco y Martín Onetto (peritos) y quienes aportaron a esta reconstrucciónSi tenes registros del hecho envíalos a registrocolectivo2024@gmail.com pic.twitter.com/fY1ysD7Xiy
No es una opinión. Es estrategia política basada en cálculos. Las encuestas de Zuban Córdoba & Asociados reflejan que el 52% de los votantes de Milei aprueba la represión a manifestaciones, incluso cuando hay heridos graves. En La Libertad Avanza lo saben, y saben también que el 66% de los que lo votaron en noviembre cree que la protesta social es "pura política" y no responde a necesidades reales.
Este no es un fenómeno nuevo. Durante el gobierno de Mauricio Macri, la doctrina Chocobar y la represión a las protestas le dieron a Patricia Bullrich un capital político propio. Pero hay una diferencia: Macri tenía reservas para hacer política tradicional. Milei, en cambio, depende del conflicto permanente.
Macri no rechaza la represión. Rechaza que la maneje Bullrich. No es casualidad que en su círculo hablen de la ministra como una "líder en las sombras". En los últimos días, la tensión entre Bullrich y el PRO se profundizó, y las críticas internas dentro del macrismo no son tanto por la violencia policial, sino porque la ministra está construyendo su propio liderazgo a costa del de Milei.
El otro frente abierto del gobierno es Victoria Villarruel. La vicepresidenta, que ya venía marcada por sus diferencias con Bullrich, se distanció con un silencio calculado. No condenó la represión, pero tampoco la respaldó.
Esto deja a Milei en un escenario complejo. Si Bullrich sigue creciendo dentro del gobierno, en algún momento va a ser un problema para él. Y si Villarruel se corre demasiado, se puede transformar en un polo de oposición interna. La pregunta es qué va a hacer Macri: si va a apostar a desgastar al gobierno desde adentro o si va a esperar su momento para volver a escena.
La policía le tiró un cartucho al fotógrafo Pablo Grillo que rebotó en el piso y le explotó en la cabeza.
Es más: el gobierno necesita que la próxima marcha sea aún más violenta que la anterior. Porque si algo desgasta a un gobierno, es que la gente deje de tenerle miedo.
Por eso Bullrich ya adelantó que no va a investigar el disparo que dejó a Grillo en el hospital. No se van a abrir sumarios ni a sancionar policías. Porque admitir errores es demostrar debilidad, y este gobierno tiene claro que su imagen de "fuerza" depende de que la represión se vea como algo épico, nunca como un error.
Por otro lado, la oposición no termina de encontrar su lugar. El peronismo está dividido entre el rechazo total a la represión y el temor de quedar pegado a grupos que el oficialismo identifica como "piqueteros" o "barrabravas". La CGT, en una de sus declaraciones más tibias de los últimos años, evitó condenar con dureza los hechos. Solo un sector del kirchnerismo salió con los tapones de punta, pero sin la fuerza política suficiente para instalar la discusión.
Este es el desafío para la oposición: si la represión no se enfrenta con contundencia, se normaliza.
Es por eso que no alcanza con sacarle el jugo a los números del INDEC. No alcanza con culpar al kirchnerismo de todos los problemas, desde la inflación hasta el mal tiempo. No alcanza con lanzar medidas económicas que la gente ni entiende pero que suenan "técnicas".
El oficialismo necesita represión. Necesita caos. Necesita humo, sangre y fuego.
Porque el problema no es la represión en sí. El problema es que hay un público para la represión. Un público fiel, convencido, que necesita ver un jubilado caerse de espaldas como el que necesita ver explotar una piñata en un cumpleaños. Un público que no ve policías disparando, sino héroes defendiendo "el orden".
Por eso el gobierno va a reprimir otra vez. Porque si algo da más placer que tirar gas pimienta es saber que la gente lo va a aplaudir.