Hace 21 años las calles de Buenos Aires perdían la batalla de la civilización ante una bomba que estallaba en una guerra contra la Rosada y contra todos. Hoy, un nuevo helicóptero se reivindica y sobrevuela un pueblo que tomó las calles, pero de alegría.
La revancha del helicóptero, 21 años después
Según la Real Académia Española el fútbol es "un deporte de equipo que se juega con un balón que no puede tocarse con la mano ni los brazos". En Argentina, es un poco más. Es un lenguaje que compartimos todos y que hoy 20 de diciembre viene a traer un mensaje, en el 21 aniversario de uno de los días más tristes de nuestra historia: sí, los argentinos también podemos ser felices.
Será la melancolía del tango, será la tristeza del desarraigo que trajeron los inmigrantes que se mezcló en el aire, en las células de generaciones que se acostumbraron a una felicidad de diseño, individual, destellos en sus historias de vida, pero resignados a que Dios un día nos mirara de reojo como pueblo.
Y si a eso le sumamos una casta llena de hijos de puta, disculpe el lector la expresión, que se fueron pasando el bastón presidencial como si fuera una escupidera, esa sucesión nos llevó al negro 20 de diciembre de 2001. Un presidente huyó en un helicóptero. Su derrota significó 39 muertos, más de 500 heridos, represión policial y una Nación, como una fiera agonizando que sangraba sobre la lona.
Y los argentinos aprendimos a andar errantes, buscando el mango, sobreviviendo, muchas veces gracias al fútbol, gracias a la cancha, gracias a esos pequeños domingos de resurrección. Pero claro, la alegría era un estornudo. Habían pasado 36 años de la última vez que habíamos vuelto a creer en nosotros mismos y, como dice la canción, Penélope seguía esperando ya sin recordar.
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Sin embargo, un amigo me dijo que el fútbol es como la vida misma y en un minuto, dos o tres decisiones simples, apenas un sutil aleteo de mariposa, desata un huracán en algún lugar del mundo. Alguien le dio el mando de la selección argentina a un ignoto. Lionel Scaloni, sin experiencia alguna, tomó el mango caliente de la albiceleste que arrastraba traumas de guerra. El DT no se casó con nadie, eligió chicos que quizás nunca entendieron que estaban jugando un mundial: Julián, Enzo, Alexis, El Cuti, fueron a Qatar a jugar a la pelota, como cuando jugaban por el pancho y la coca. Y lo hicieron de la mano del mejor atleta de todos los tiempos que merece una película aparte digna de Spielberg.
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Y casi como un deja vú, hoy las postal del 2001 se repite: pero ya no hay muertos ni presidentes huyendo: hay un pueblo tomando por asalto las calles porque sus casas le quedan chicas de tanta alegría y hay un helicóptero sobrevolando la ciudad, pero esta vez nadie huye, todos se quedan y el mensaje está claro. Nos merecemos ser felices.