El adoctrinamiento y el dengue no se curan con repelente para mosquitos

Lo que se llama adoctrinamiento es una simplificación de un proceso mucho más grave sucedido durante los veinte años de populismo kirchnerista. Se utilizó el aparato del Estado para establecer una visión única y acrítica de la historia. Desmantelar esto es una tarea compleja y titánica que no puede consistir sólo en perseguir adoctrinadores.

El adoctrinamiento y el dengue no se curan con repelente para mosquitos

Por:Jaime Correas

"-¡Don Ignacio! ¡Nos quieren echar, don Ignacio!

-Tomá la escopeta. Vamos a resistir

-¿Qué pasa, don Ignacio?

-Dicen que somos bolches.

-¿Bolches? ¿Cómo bolches? Pero si yo siempre fui peronista... nunca me metí en política".

Osvaldo Soriano, "No habrá más penas ni olvido"

"-Che, Guzmán -dijo el comisario por lo bajo, con una sonrisa de complicidad.

-¿Qué?

-¿Te acordás cuando eras gorila?

-Vamos, nunca fui gorila. No era peronista y ahora sí, porque Perón se hizo democrático. Esa es la verdad".

Osvaldo Soriano, "No habrá más penas ni olvido"

En 1982 los lectores argentinos, con el dramático telón de fondo de la Guerra de Malvinas, tuvimos dos experiencias inolvidables. En febrero llegó a las librerías en una edición española de editorial Bruguera "Cuarteles de invierno" de Osvaldo Soriano. En octubre, en la misma casa editora, pero ya impreso en la Argentina, apareció otra novela del mismo autor, "No habrá más penas ni olvido". El "Gordo" había publicado en 1973 "Triste, solitario y final", al mismo tiempo que trabajaba en "La Opinión" bajo la exigente batuta de Jacobo Timerman. Había escrito "No habrá más penas ni olvido" en 1974 y se la llevó inédita al exilio cuando partió en 1976 para recalar al fin en París, huyendo de la dictadura militar. Se dio una paradoja: ambas novelas llegaron al mercado argentino luego de haber sido publicadas en traducciones a otros idiomas en diversas geografías. Esas ediciones extranjeras habían dado prestigio y fama a su autor antes de que se lo conociera masivamente en el país, más allá de su trayectoria periodística. De ahí en más cada uno de sus libros fue un acontecimiento editorial que lo llevó a vender cientos de miles de ejemplares. Los ámbitos universitarios y académicos miraron con desconfianza y algo de sorna a este periodista devenido en novelista. Mientras, Soriano se cansó de ganar lectores. Tres de sus novelas llegaron al cine por aquellos años. Regresado a la Argentina en 1984 con la llegada de la democracia, siguió su carrera literaria y estuvo en el grupo fundador del diario Página/12. Durante años se transformó en un referente cultural y sus opiniones eran escuchadas. Murió demasiado joven, a los 54 años, en 1997.

Pensar en que han pasado más de cuarenta años de la lectura de aquellas dos novelas entrañables desata la inquietud de imaginar cómo sería leerlas hoy. Es sabido que aunque el texto siga siendo el mismo, los cambios en el lector pueden producir efectos muy disímiles. Y hacer que un texto que gustó mucho se transforme en un plomo o que algo que no cuajó en un momento sea una delicia. Hace pocos años releí "No habrá más penas ni olvido" y fue nuevamente una gratísima experiencia. Es un texto ágil, breve, con una prosa fibrosa, escrito con maestría narrativa y muy entretenido. Pero además tiene aquella vieja edición del '82 dos elementos interesantes. Uno es un jugoso texto de Italo Calvino donde dice: "Humor negro, acción vertiginosa, diálogos apretados y chispeantes, un estilo rápido y seco, como el de un Hemingway heroicómico, hacen de esta novela una lectura apasionante." La edición italiana había atrapado al gran escritor italiano que completaba: "No habrá más penas ni olvido sitúa a Osvaldo Soriano en una línea absolutamente diferente a la de otros autores latinoamericanos."

Ver: Milei quiere penar el adoctrinamiento en las escuelas

El segundo elemento es un prólogo del propio autor justificando y contextualizando su texto, algo raro en una novela de sus características. La razón es aparentemente evidente, aunque el propio Soriano no la aclara como hubiera podido: está dando a conocer en 1982 un texto escrito en 1974. Los estudiosos cuentan que en ese tiempo estaba afectado por la muerte de su padre, con el que tenía una relación muy estrecha, como se puede comprobar en varias de aquellas contratapas de Página/12 de su autoría donde cuenta su entrañable vínculo. Además, el texto fue compuesto en un año crucial. Moría Perón y se intensificaba una espiral de violencia imparable que terminaría en la tragedia de la dictadura. Esa introducción es curiosa y llama hoy la atención por la lucidez y equilibrio de un hombre decididamente de izquierda. Sobre todo si se piensa en el derrotero de muchos de sus compañeros de ruta en aquel tiempo en los años recientes del kirchnerismo. Se fanatizaron y reemplazaron las versiones de la historia que condenaban por estar marcadas por un "pensamiento único" por otro tan ramplón y "único" como el que les molestaba.

Dice Soriano en ese sintético y esencial texto: "La acción de No habrá más pena ni olvido se sitúa en la Argentina durante el último gobierno de Juan Domingo Perón, entre octubre de 1973 y julio de 1974. Luego de una larga lucha popular, Perón regresó al país en medio de una grave conmoción a la que él mismo había contribuido; su movimiento estaba dividido por lo menos en dos grandes fracciones; aquella que lo veía como un líder revolucionario y otra que se aferraba a su ascendiente sobre las masas para impedir la victoria popular. Este malentendido -por absurdo que hoy parezca- es uno de los tantos orígenes de la tragedia argentina.

"Electo presidente, Perón iniciaría una implacable depuración de elementos ‘izquierdistas' de su movimiento. La juventud, cada día más golpeada y maltrecha, siguió reivindicando hasta el final su adhesión al ‘líder'. Calificados por Perón de ‘imbéciles', de ‘imberbes irresponsables', dirigentes y militantes de la organización guerrillera Montoneros y de la Juventud Peronista (estrechamente ligados) insistían en creer (o querían creer), que la furia del Jefe del Justicialismo era una argucia táctica más en su presunta lucha contra la oligarquía y el imperialismo. Trágica confusión."

Soriano argumenta además que hasta su muerte Perón utilizaba la curiosa estrategia de calificar de "infiltrados" a aquellos que eran reconocidos peronistas, "incluso a viejos militantes de la primera hora" y bendecía a advenedizos que lo habían volteado en 1955 y combatido hasta muy poco antes. Esa contradicción intentaba recrear el narrador en su obra. Luego agregaba: "Como la novela lo sugiere, la batalla no podía sino facilitar la intervención de las fuerzas armadas, que completarían minuciosamente la liquidación de izquierdistas ya iniciada por grupos fascistas". No deja Soriano además de puntualizar el papel siniestro jugado por los sindicatos controlados por la burocracia peronista y por la policía dirigida por viejos enemigos del propio Perón.

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Remata su versión en el prólogo acotando: "El juego de masacre fue facilitado por los tremendos errores cometidos por la guerrilla (la peronista y la ‘marxista') y sus brazos legales; por su candidez política, por la torpeza, el extremo dogmatismo y a veces la mala fe de sus dirigentes. No habrá más penas ni olvido excluye de las acciones a todos los demás protagonistas políticos y sociales de aquel momento para ceñirse a esta satírica observación del fenómeno peronista."

Vale la pena repasar estas líneas de un escritor con una visión marcadamente de izquierda en la semana en que se ha planteado cambiar la Ley de educación para sancionar a quienes "adoctrinen" en las escuelas. Incluso con la habilitación de una línea telefónica para recibir denuncias y actuar en consonancia.

El diccionario de la Academia Española define adoctrinar como: "Inculcar a alguien determinadas ideas o creencias". Con lo cual cualquier colegio confesional estaría adoctrinando a sus alumnos o cualquier docente que exprese su ideario estaría adoctrinando a sus estudiantes, aún cuando dé otras versiones. Todos serían objeto de sanciones si lo que se persigue es el adoctrinamiento. El propio discurso del presidente Javier Milei en el inicio de clases en la que fue su escuela podría ser considerado adoctrinamiento. Con lo cual el problema evidentemente no es lo que se llama, con inocultable imprecisión, adoctrinamiento. Es una simplificación de un proceso mucho más grave sucedido durante los veinte años de kirchnerismo. Lo dramático es que durante ese período hegemónico se utilizó el aparato del Estado para establecer, no sólo en el sistema educativo en todos sus niveles, sino también en medios de comunicación oficiales y fuentes muy consultadas una visión única y acrítica de la historia. Se construyó y difundió una "historia oficial", partidizada, sectaria al extremo de evitar que circularan otras visiones, so pena de ser condenadas y canceladas. Por dar un ejemplo muy conocido, se aceptaba sólo la condena de Julio Argentino Roca como políticamente correcta y se denostaba cualquier intento de reivindicación o de justa valoración.

El adoctrinamiento que ahora se persigue es un hecho de tontería individual. Lo que es inaceptable es que los fondos públicos y el aparato estatal se pongan sistemáticamente a disposición de una visión sesgada y muy discutible. Este clima se instaló no sólo en los libros de texto, los institutos de formación docente, las universidades, un amplio sistema de medios oficiales, organismos de investigación como el Conicet, sino también en medios muy potentes como el canal Paka Paka (los ataques a Sarmiento son de una precariedad absoluta pero penetraron en muchas cabezas jóvenes a falta de otras versiones) o Wikipedia, principal fuente de consulta escolar y de docentes. Publicaciones del historiador Luis Alberto Romero y una investigación de Diego Cabot dieron cuenta de la operación en la enciclopedia participativa de la red.

La llamada "micromilitancia" estuvo a la orden del día y eso se complementó con jugosos beneficios para diversas figuras literarias y artísticas que colaboraban convencidos y fanáticamente con estas visiones. Nació un nuevo "pensamiento único", un sentido común empobrecedor y falso. Muy distante del espíritu de Osvaldo Soriano. Surgió un delirio de unanimidad siniestro. ¿Realmente se cree poder revertir esa sofisticada operación que permeó en el sistema educativo, medios de comunicación y opinión pública con la sanción de quienes ejerzan presuntos adoctrinamientos en las escuelas? Suena ingenuo. Llevará años reparar el daño si se aborda con competencia el fenómeno, se detectan las usinas y se actúa para poner a disposición de la población, y sobre todo a las nuevas generaciones, no una visión contraria a la impuesta hegemónicamente sino una versión múltiple de la historia. Variadas opciones a cargo de historiadores profesionales que permitan a cada uno elegir críticamente la suya. La destrucción ha sido mayúscula, con lo cual la sanación será larga y trabajosa. Desandar un camino que, aunque ofende la inteligencia de cualquier persona formada, ha sido de gran efectividad no es tarea sencilla. Debe hacerse con calidad y criterios amplios, republicanos y democráticos. Contrarrestar lo que se llama adoctrinamiento con otro de signo contrario es verdaderamente infantil, puede ser canalla y está condenado al fracaso. Quienes urdieron la operación son profesionales y tienen formación e información. No se los puede contrarrestar con dudosas sanciones y mucho más dudosas denuncias. Ese método es digno de lo que se quiere combatir y revertir.

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Por eso es tan sugestivo releer en la actualidad a Osvaldo Soriano. En los años de regreso de la democracia, que hoy resultan gloriosos en lo cultural, legó una versión en sus novelas de alto vuelo, rica en interpretaciones, profunda. ¿Discutible? Sí. Pero en un nivel que las chabacanerías consumadas en los años del populismo kirchnerista producen indignación por el empobrecimiento. Y lo curioso es que Soriano era integrantes de lo que luego se transformó en esa progresía rapaz que ha mutado en los últimos años a la cultura de Borges, Piazzolla y Favaloro en una cloaca. Una ciénaga donde todo es posible de ser puesto en cuestión porque aún en las instituciones más preclaras, prestigiosas y necesarias hay sótanos pestilentes producto de ese proceso cultural bastardo y mendaz.

En ese proceso de construcción de una cultura diversa, rica, democrática, republicana, tolerante, el sistema educativo tiene un papel fundamental. Porque en cada escuela, en cada universidad, en cada instituto de formación docente se usan fondos públicos para modelar esa visión única de la historia. Se lo financia. El modo no es cortar esos dineros sin más, sino usarlos virtuosamente para la multiplicidad de ideas. Si no es como desangrar un cuerpo para corregirle la anemia. La tarea es titánica y sutil, por eso no se puede pifiar tan feo el diagnóstico. Adoctrinadores de distinto signo habrá siempre y hay que combatirlos. Centrar la acción para revertir el deterioro cultural de la escuela en perseguirlos es como querer liberarse de los mosquitos del dengue con una palmeta. Para terminar con los adoctrinadores se debe desarmar el complejo sistema que los genera. Si no, es como combatir el dengue con repelente sin ir contra el agua estancada donde se crían los mosquitos que lo inoculan.

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