La socióloga Graciela Cousinet plantea un escenario en retrospectiva en un viaje con distintas estaciones para entender cómo llegamos al episodio más grave de esta etapa democrática.
Un disparo a la cara del enemigo a destruir
El ataque fallido, fue ataque. El chasquido del gatillo de la Bersa apuntada a la cara de CFK fue un símbolo de lo que vemos a diario, un espectáculo morboso continuo. Un reality, más malo que el Gran Hermano, con un libreto remendado que ya conocemos. Una etapa de quiebre del diálogo político que lleva 14 años, de acuerdo al análisis que hace la socióloga Graciela Cousinet para el POST.
El punto de inflexión que ubica la ex decana de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNCuyo es julio de 2008. Aquellas jornadas parlamentarias del Senado de la Nación en que se trató la Resolución 125. Una medida que fijaba retenciones móviles a las agroexportaciones que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner pretendía aplicar. Esto originó una confrontación y gran movilización del sector agrario.
Hay un hilo conductor que vincula este hecho con el atentado a la ahora vicepresidenta viuda Kirchner. Un vínculo histórico de este país sacudido por los tironeos políticos que han ido subiendo una escalera de tensión en estos últimos tiempos.
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Impresión de la mirada de Graciela
Cousinet remarca los fallidos de aquel suceso institucional que quedó marcado por el "voto no positivo" del vicepresidente de entonces, el mendocino Julio Cobos.
Por eso determina el segmento de convivencia democrática. Fue entre 1983 y 2003. El lapso entre las presidencias de Raúl Alfonsín y Néstor Kirchner donde la defensa de los derechos humanos fue la inspiración coagulante. La dictadura con sus horribles resabios fue el gran enemigo en ese trayecto. La ciudadanía quedó unida teniendo como premisa resguardar el sistema institucional recuperado a base muertes, persecuciones, violaciones y desapariciones forzadas.
Hasta que todo se agrietó en dos bloques, dos continentes. Con habitantes antagónicos. Una renovada antinomia argenta basada en la refutación de cualquier postura sin la búsqueda de una salida común colectiva.
Es importante el foco que hace Cousinet en el agresor de Cristina. Lo transparenta como un presunto marginal. Un lobo estepario de esos que las crisis culturales y socioeconómicas "crían" en silencio y se camuflan entre nosotros y mandan señales en los canales de noticias que banalizan todo y que las redes sociales nutren con alimento balanceado de odio y dolor. Hasta que uno, cada tanto, decide salir a cazar su presa y salta del anonimato a la fama como un bicho exótico en este zoológico donde todos gritan.
Cousinet llega al final dejando un incógnita abierta. Instando a una reflexión individual y colectiva. Haciendo un parangón entre el disparo fallido contra Cristina y las asonadas carapintadas. Respiremos profundo y relajemos para oxigenar el cerebro y aumentar la capacidad emotiva de la empatía para entender por qué terminamos para el diván. Leamos con atención el análisis de Cousinet.
Del falcon verde al lobo solitario
El atentado a la vicepresidenta nos plantea la necesidad de reflexionar desde la calma, sin miradas simplistas.
Tenemos la tendencia a echarle la culpa al otro como primera reacción y eso, ciertamente no nos va a posibilitar el diálogo y la negociación que deberían ser los instrumentos principales de la política
En el '83, cuando recuperamos la democracia, aquellos que padecimos la dictadura militar (por cierto, la etapa más negra de nuestra historia) decidimos que nunca más íbamos a ver al adversario político como un enemigo a destruir. En esto la renovación peronista jugó un papel muy importante desplazando a los "quemadores de ataúdes" y utilizando un lenguaje alejado de la terminología exacerbada del peronismo clásico. Otros sectores también moderaron la construcción del adversario y el Gran Enemigo fueron los militares golpistas que todavía eran un peligro real para la democracia.
La defensa de los derechos humanos aglutino a un amplio espectro del arco político.
Así pasamos por los gobiernos de Alfonsín, Menem y Kirchner con disidencias y acuerdos pero dentro de una aceptable convivencia democrática.
Considero que el momento que marcó una bisagra fue la Resolución 125 que tocó intereses poderosos y cuyo intento de implementación tuvo graves fallas.
A partir de ahí la "construcción del enemigo" se transformó en el eje de la política, para los dos lados, porque de pronto sólo hubo dos polos. Así funcionan las cosas dentro de esta lógica, no hay lugar para posiciones intermedias y se pierde la riqueza del pluralismo.
La gente vota "en contra de", no hay programas de gobierno, sólo consignas.
Este atentado, hasta lo que se sabe, fue cometido en solitario por un desequilibrado. Sin duda, un emergente del clima de violencia imperante.
Como resultado, vemos que las reacciones también se han polarizado. Están los que creen que fue un simulacro, un fraude y aquellos que creen que la culpa es de JxC y los medios hegemónicos.
Las dos posiciones son sorprendentes. Una decide no creer aunque la evidencia es sólida y los otros no reconocen en su propio discurso y actitudes, violencia y agresiones.
El otro nunca es creíble, el otro es violento. Yo soy honesto y pacífico. Existe la imposibilidad del análisis ecuánime. El verbo "creer" reemplaza a pensar, analizar.
Y esto es así porque hemos ido construyendo nuestra identidad, no a partir de nuestros objetivos y deseos, sino en contra de un Otro cuya existencia nos constituye pero a la vez nos amenaza con la destrucción.
Sin bajar algunos decibeles de apasionamiento (tan típicamente argentino) y permitirnos reflexionar, poner en contexto histórico y priorizar objetivos comunes es difícil que consolidemos nuestra democracia
Para empezar: el atentado contra la vicepresidenta fue un hecho muy grave, pero también lo fueron las rebeliones carapintada. Y si pudimos superarlas fue porque había dirigentes que miraban el conjunto por sobre las peleas coyunturales de poder y una ciudadanía que apoyaba con su participación