Un aumento cobarde sube la tensión. Gran Engaño explota de furia y su socia demuesta una vez más que tiene planes propios.
Los victorios alzan las manos y La Señora da otro gesto de rebeldía
Los victorios eran más difíciles de lo que Conan imaginaba. El séquito de La Señora estaba compuesto con individuos con trastorno de la personalidad. Algunos simpatizaban con Gran Engaño. Otros no. Algunos lo hacían explícito. Otros decían simpatizar y después actuaban en la dirección opuesta. Decían procurar el bien común, se peleaban entre ellos cuando todos los miraban pero después comían juntos y acordaban privilegios de lujo.
La relación entre Gran Engaño y La Señora era muy sensible, sobre todo porque de este vínculo dependía el normal funcionamiento de La Casta, el reality que cada día cientos de argentinos seguían con fervor.
Conan había estirado este momento, porque conocía en profundidad el perfil inestable de Gran Engaño y porque en el fondo le temía a La Señora. Había algo maquiavélico y famélico de poder en su estilo moderado, su belleza oscura y su negacionismo on demand. Era Maléfica aguardando su Bella Durmiente.
De todos modos la situación no se podía aletargar más. Los mastines ejecutaban el manual, pero La Señora y sus victorios decidían las reglas.
Ver: Mano arriba y rapidito: los senadores aprobaron un aumento de 2 millones
Conan organizó el encuentro en un sitio neutral. Gran Engaño cara a cara con La Señora en el aula magna de la Facultad de Medicina de la UBA. La logística fue engorrosa porque cuando llegaron les informaron que no había luz. La habían cortado por falta de pago. La casa de estudios no tenía fondos para afrontar la boleta. Los mastines tuvieron que traer unas lámparas a kerosene para seguir adelante con el encuentro.
Gran Engaño estaba furioso. Chiquito Romero ponía a secar la yerba para volver a usarla, el Negro Tecla reciclaba el aceite, Mónica la pobre guardaba los fósforos usados en la caja para volver a encenderlos con la llamita del piloto del calefón. Si se llegaban a enterar el presupuesto que tendrían los victorios, con el beneplácito de La Señora, el juego se iba a paralizar.
Ella lo frenó en seco. Impecable y serena, La Señora comenzó a explicarle a Gran Engaño, que tenía la boca llena de espuma, porque sus victorios tenían un aumento de 2 millones en el presupuesto de cada uno.
El día anterior se habían reunido en su despacho, en el primer piso de la Cámara Alta. En esa reunión de Labor Parlamentaria habían acordado duplicarse la dieta y sumar un aguinaldo. Todos acordaron, incluso los victorios que simpatizaban con Gran Engaño.
De hecho fue el sanjuanino Bruno Olivera quién firmó en nombre del bloque oficialista, ante la ausencia de Ezequiel Atauche. Pero ojo, también pusieron el gancho José Mayans y Juliana Di Tullio; Pablo Blanco de la UCR y referentes de las provincias como Lucila Crexell de Neuquén y Carlos Espínola de Corrientes, entre otros. En el documento que certifica el acuerdo, la primera firma de la lista es la del salteño Juan Carlos Romero que pertenece al bloque de Cambio Federal, una fuerza satelital de La Libertad Avanza. El Pedro Apóstol.
Ver: Villarruel se desligó del "dietazo" de los senadores: "No cobro del Senado"
Gran Engaño no pudo contenerse más y le gritó en la cara que los victorios se pusieron de acuerdo para votar la resolución 65 sobre tablas, sin debate y levantando la mano. Un rapidito. Y encima no estaba en la órden del día, acordaron votarla al final para que pasara desapercibida. "¡Se hicieron todos los boludos!"gritaba enfurecido mientras se sentaba en el piso, con los brazos cruzados y las manos debajo de las axilas, haciéndose el dormido y levantando la mano como Duhalde.
La Señora jamás perdía la calma. Tomaba un té inglés, ataviada con un tapado blanco y lo miraba por encima del hombro. Le contestó que ella no recibe esos fondos, que era una maniobra legal y que no tenía ninguna herramienta para frenarlo.
Sus palabras fueron casi inaudibles. Gran Engaño estaba sacado. Le pegó un cachetazo a un esqueleto humano que usaban los estudiantes de medicina de la UBA para repasar anatomía y así, rodeado de un fémur y tres vértebras que habían ido a parar a sus pies, le dijo otra vez que se hicieron los boludos. "Votaron con el culo en la silla. Si realmente querés votar en contra, pedís la palabra y te negás. La hicieron rapidito, si pica, pica". Estaba fuera de sí. Se había parado en un pupitre y señalaba a La Señora con los huesos de una mano amarillenta, flojita y desgarbada como la de Lousteau. Le recriminó también que los mendocinos que iban a pedir no cobrar eran unos hipócritas porque bien saben que para eso tienen que renunciar a la banca. Y no le faltó ironía al referirse a la otra mendocina que anunció que iba a sortear la guita todos los meses por la Quiniela, para que se la lleven las escuelas públicas. "A mí se me ocurrió eso antes jajajaj".
Ella lo miraba en la penumbra de las lámparas de kerosene, en la tenue luz que agigantaba las sombras en la universidad pública de Buenos Aires. Gran Engaño se había preparado como pocas veces lo había hecho. Sin bajarse del pupitre empezó a marchar como un soldadito, pasando de mesa en mesa y leyó algo que ella le había dicho a los periodistas en marzo: "Él está con la motosierra full. Nosotros (los victorios), también. Pero tenemos que hacerlo con el cuidado de que eso nos genere después un gasto mayor. Y acá hay estabilidad laboral, eso también tengo que entenderlo, quiera o no. Esto no es un reinado, esto es un poder del Estado que tiene determinadas reglas. Yo tengo que respetar ciertas cuestiones que son legales. Me gusten o no". Y después repitió sin parar ¡GASTO MAYOR, GASTO MAYOR!
La Señora dejó su taza de té en el platito y se paró con aires de diva, dispuesta a terminar con la reunión y medio de costado le dijo: "¿y por qué compraste 24 aviones, mi rey?, ¿300 millones a Dinamarca y 300 millones a Estados Unidos?, más que comprar aviones de caza, vas a tener que enseñarle a tus jugadores a cazar para comer". Después se agachó, tomó del piso a la Lousteau, la manito esquelética que ya estaba medio desarmada y con una sonrisa pícara la levantó en el aire e improvisando un saludo con ella le dijo ¡bye!