El problema no es de cantidad, sino de calidad. Y lo más curioso es que esto se oculta porque en realidad no se piensa en los que necesitan aprender. El clientelismo se lleva puesta a la educación y a su presupuesto.
Utopía de un país que está cansado
"La imprenta, ahora abolida, ha sido uno de los peores males del hombre, ya que tendió a multiplicar hasta el vértigo textos innecesarios."
Jorge Luis Borges, Utopía de un hombre que está cansado
Cuando en 1975 Jorge Luis Borges publicó "El libro de arena", una colección de relatos que incluye "Utopía de un hombre que está cansado", no imaginaba que su cuento fantástico podría prefigurar los dichos disparatados de un presidente de la República de un tiempo posterior al suyo. El personaje de su ficción se encuentra en el futuro con alguien que le relata lo que ha sucedido en la Tierra hasta llegar a ese porvenir utópico de la reunión. Le asegura, entre otras curiosidades, que se ha abolido la imprenta porque "tendió a multiplicar hasta el vértigo textos innecesarios". Lo que ponía Borges sobre la mesa de la consideración de sus lectores es esa superstición de que más cantidad es mejor y que basta con multiplicar sin importar la calidad. Algo, por cierto, difícil de sustentar en muchos casos y sobre todo en educación. Incluso en algún momento llega a decir que hay que leer bien algunos libros y sobre todo releer, desaconsejando la lectura desatenta de muchos volúmenes.
En su discurso de esta semana el Presidente arremetió con un elogio de la política populista de usar la pobreza para multiplicar su clientela calificada que anida en las universidades, concretada con la proliferación hasta la náusea de universidades innecesarias. No se debe olvidar que esta sinrazón corre peligro de seguirse consagrando con un proyecto de creación que está afortunadamente frenado (por ahora) en el Congreso. El argumento es que cada una de esas casas de altos estudios que se abre permite que mejore la educación universitaria argentina y da más oportunidades a los que menos tienen. Lo que omite el análisis es que no hay ninguna evidencia de que eso se produzca, sino todo lo contrario. Se aluden casos individuales para obviar las evidencias que muestran los números generales. Mientras la universidad argentina es la que tiene mayor matrícula de todo el continente tiene la menor graduación, con la inversión inútil que eso representa. La política seguida lleva a un enorme gasto que aprovechan muy pocos. Este tema lo ha estudiado en diversos trabajos Alieto Guadagni.
Lo cierto es que el muy dispendioso sistema universitario argentino malgasta una enorme cantidad de dinero en formaciones que no suceden, mientras con esos fondos bien utilizados se podría becar y trasladar a lugares alejados de donde viven a quienes realmente estudien y se gradúen. En el tema universitario, si se lo analizara en serio y no con la liviandad notable del Presidente, se debería concentrar el sistema en su mejor oferta (luego de analizarla estratégicamente en función de los intereses nacionales) y tener una lógica opuesta a la expuesta en el discurso presidencial de que hay que acercar las universidades a los estudiantes. Es exactamente al revés: hay que acercar a los estudiantes a las universidades y para eso no se necesitan muchas sino buenas casas de altos estudios y organización y orden, dos valores de los que el estado nacional carece dramáticamente.
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Un argumento que se suele usar es tomar algún caso exitoso individual, que por supuesto lo hay, para esconder que esa individualidad disimula los miles de fracasos. Y también lo caro que le salen al conjunto, sobre todo a los que no tienen ninguna oportunidad por lo mal que se invierte.
Dos datos estadísticos de esta semana tomados al azar. En una carrera universitaria ligada al Medio Ambiente el 15% de los aspirantes escribió en sus exámenes de preuniversitario "Hambiente" y el 30% de los aspirantes a una carrera de comercio internacional no pudo alcanzar los 60 puntos sobre 100 requeridos para aprobar el examen. Uno de los aspirantes, luego del curso preuniversitario, sacó 3 puntos. De ese tercio una buena parte no llegó siquiera a 50 puntos. ¿No es lamentable que con este estado de cosas un primer mandatario esté propugnando crear más universidades sin tener en cuenta estos otros aspectos? El problema no es de cantidad, sino de calidad. Y lo más curioso es que esto se oculta porque en realidad no se piensa en los que necesitan aprender, en los alumnos, en los estudiantes, sino en los cargos que se van a repartir quienes presuntamente les van a enseñar. El clientelismo se lleva puesta a la educación y a su presupuesto.
Esta lógica cuantitativa, que sostiene que el mero crecimiento del gasto, de la cantidad de oferta, mejorará la educación parte de la base, errónea, de que lo que existe funciona muy bien. Por eso, la lógica indicaría que se mejorará si se acrecienta lo estupendo. La propia proliferación de universidades nacionales en los años del kirchnerismo es la comprobación de la falsedad de ese postulado. Se multiplicaron y los resultados siguen siendo muy malos. Y la calidad sigue ausente. Por eso hay mucho relato y pocos datos. Para paliar esto se esgrime algún logro parcial, de alguna institución, que por supuesto sucede (sucedía también cuando eran menos) para esconder la enorme porción que funciona deficientemente. Es imprescindible abolir urgentemente ese mito de que más cantidad es mejor y, una vez congelada la proliferación, abocarse a una mejoría que sea evaluada, medida y analizada. Deben existir incentivos positivos y negativos para llevar a cabo los cambios. Una vez sacado el foco de la oferta, se debe no malgastar esos fondos en mantener grandes matrículas de estudiantes que no conocen, ni les interesa conocer, lo que es el esfuerzo y mucho menos el mérito, porque nadie se los exige. Hay que elaborar con la plata del despilfarro un eficiente sistema de becas a quienes necesiten desplazarse para cumplir con sus estudios. Sucede en muchos lugares del mundo. Hacerlo rompería con esta mitología de que más cantidad es mejor y con la utopía falsa de que se debe abrir una universidad al lado de cada joven para que no se frustre su fuerte vocación. La realidad es que sólo mejor es mejor.
Luis Rappoport publicó un magnífico artículo en el que analiza cómo la abundancia de recursos puede generar el infierno de la mala inversión y de la espiral de la pobreza. Compara lo hecho con el ingreso de petrodólares en Venezuela con otros productores, como Noruega, Canadá y Australia y analiza: "Después de todo, el despilfarro fue el signo del ‘megaciclo de los commodities' en que el presidente Kirchner y los gobernadores multiplicaron el empleo público en un 40%, entre otros derroches que se convirtieron en gastos permanentes, que todavía se pagan con deuda, emisión e inflación". Para luego preguntarse e interpelar a la sociedad y a la dirigencia: "Cada vez que algún candidato habla de gas, petróleo y minería, alguien debería preguntarle: ¿Cuánto del aumento de la recaudación se va a destinar a la educación? ¿Cuánto a Ciencia y Tecnología? ¿Cuánto a capacitación empresarial y laboral para aprovechar esa ciencia? ¿Cuánto a la inversión en la infraestructura que destrabe inversión privada? ¿Cuánto a un fondo anticíclico que permita ahorrar para cuando vengan las vacas flacas? ¿Cómo van a hacer para que el ingreso de dólares no genere una sobrevaluación del peso y, con retenciones, ni la producción agropecuaria se pueda exportar? ¿Se van a eliminar las retenciones a esas exportaciones agropecuarias? Las preguntas siguen, entre otras cosas porque después del período de inversión inicial, el impacto sobre el empleo de Vaca Muerta y la minería no es significativo, y el despilfarro, como el vivido durante el citado megaciclo, anticipa menos empresas y más pobreza. En síntesis: si la Argentina aumenta sus exportaciones en un 30%, ¿a quién aspira parecerse: a Venezuela o a Noruega, Canadá y Australia?"
La problemática es la misma que con las universidades y con toda la educación. Se necesita más inversión, no hay dudas, y hay que pelearla. Ya no es aceptable seguir planteando la educación divorciada de la economía y la producción del país. Pero ¿se puede seguir tirando billetes en la salamandra encendida del clientelismo y de un sistema que no se quiere evaluar y medir para conocer lo que sucede en su interior porque las corporaciones que lo manejan y condicionan se oponen a que se vean las contradicciones? Quizás haya que invertir en un sistema que se conozca cómo funciona y no permitir que el dinero, escaso en un país como la Argentina, se malgaste como sucede hoy. Alieto Guadagni, en consonancia con el análisis de Mariano Narodowski en su imprescindible "El colapso de la educación" (2018), comenta advirtiendo las contradicciones entre relato y realidad: "El número de alumnos en las escuelas públicas disminuye desde 2003, algo que no había pasado nunca antes en la historia. Durante el llamado neoliberalismo, la escuela estatal crecía más que la privada. Desde que terminó la década del 90, la estatal cae y la privada sube. El discurso va para un lado y los hechos para el otro: cada vez hay menos pibes en las escuelas públicas".
Borges, en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius también escribió: "Entonces Bioy Casares recordó que uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres." Estaba anticipando ucrónicamente una rareza argentina: mientras el crecimiento vegetativo es pequeño, el crecimiento de la cantidad de docentes por alumno es cada vez mayor. Y lo peor, como también ha estudiado Guadagni, la mayoría de ese crecimiento de cargos no está en las aulas frente a los alumnos que siguen recibiendo en un porcentaje alarmante una muy mala formación.