Una reflexión sobre cómo elegimos pasar las fiestas me llevó a un encuentro con la familia de Mariana Domínguez, la joven asesinada la Navidad pasada mientras celebraba en el patio de su casa junto a sus seres queridos.
Una Navidad distinta de las que nadie puede imaginar
Todos los sábados desde hace un año las tardes tienen el mismo fin: reunirse en el Parque de Descanso de Godoy Cruz, donde enterraron a Mariana. Este sábado, luego de esa ceremonia y a pocos días de que se cumpla el primer aniversario de su muerte, me reuní con los padres de Mariana.
María y Marcelo, están sentados esperando el encuentro, y cuando voy hacia ellos pienso que es fácil identificarlos. La manera en la que están sentados mirándose como dos personas que esperan. Tienen esa reconocible mirada que se puede ver desde lejos, la de aquellos a quienes les quitaron lo más preciado y que cargan con la condición humana de esperar todo: a que el tiempo pase, a aprender a vivir con las heridas, a acostumbrarse al recuerdo que está tan vivo y a seguir por los demás, y sobre todo esperar a tener justicia.
-A Mariana le encanta la Navidad. El año pasado en esa mesa -señala casi con la molestia correspondiente por verla ocupada- nos sentamos a tomar algo-, comienzan aclarando. Y luego, durante la charla, los momentos vividos toman fuerza y ni ellos ni yo podemos evitarlo.
Tienen ganas de hablar porque sienten que así desafían el olvido social, y yo quiero escucharlos con toda la fuerza, como si de esa manera pudiera ayudar.
-Marcelo está enojado -me dice María- y cómo no estarlo, ¿no? Tiene todo el derecho.
-¿Sabés lo que es -dice Marcelo- que tu hija te llame para saludarte por Navidad y que a los 10 minutos te vuelvan a llamar para decirte que la llevan a un hospital porque se descompensó? -y a esas preguntas que no tienen respuestas le sigue el momento, el peor momento.
-Y en ese hospital de mierda -avanza Marcelo-, donde le robaron las zapatillas y el anillo de compromiso, salió la médica y lo primero que dice es: "Tuvimos que llamar a la Policía porque, ¿sabés lo que le pasó a tu hija? Tu hija tiene una bala". Y ahí... ahí sí fueron ellos los que sintieron desplomarse.
María se suma al relato y comenta que fue una ilusa porque pensó que se había descompuesto. -A mí se me desangró en mis brazos, y en un momento de distracción de Marcelo -afirma-, él no lo hubiera soportado.
En minutos, el saludo de Navidad se volvió la peor pesadilla y la realidad los atacó de la forma más cruel.
Entonces, nunca más nada sería igual. Como una condena anticipada, no solo se quedaron sin su hija, sino que están obligados a luchar para que no se olvide, "para que no haya más Marianas", dirá la madre más adelante, y para pedir justicia.
El papá: "Ese disparo nos mató a todos"
-Alguien tuvo que escuchar -dice el papá de Mariana-, y lo dice varias veces, y mientras lo reitera su voz se va apagando. Y entonces imagino que -en silencio- debe ser su letanía diaria: alguien tuvo que escuchar de dónde salió la bala. ¿Dónde está la persona que esa noche se regocijó brutalmente pensando dónde iría a parar ese balazo que disparó unos minutos pasadas la medianoche?
Y el dolor, como una ecuación exacta, los lleva a pensar en por qué les tuvo que pasar. Y con fuerza vuelve a hablar:
-Creo que hubiera recibido la muerte de mi hija si hubiera tenido una enfermedad, no sé, algo. Pero en su casa, en el patio... ¿Por qué a un hijo de puta le pareció que estaba bueno festejar con un tiro al aire y terminó con la vida y los sueños de mi hija? Nos mató a todos.
Y cuando las entrañas se retuercen buscan el refugio entre preguntas sin respuestas. Y a ellos, a las víctimas de esta tragedia, los hace mirar la vida de otra manera. Marcelo recuerda que hace un año estaban pensando en la Navidad y hoy sabe que si hay un mundo perfecto, definitivamente ellos no están ahí.
Es que pasaron al otro lado, cruzaron el mar del sufrimiento y desde ese lugar que no pidieron, pueden ver cómo la gente sigue con sus vidas. Y a veces tratan de entender la falta de empatía. Se dan cuenta de que muchos los evitan. Que la gente cambia de canal o pasa la página. Se dan cuenta de que no queremos estar cerca de ese sufrimiento que, si no nos toca, no lo sentimos.
Pero él se rebela ante eso como una forma de no bajar los brazos.
La mamá: "Ella vive en mí"
A María, el 21 de diciembre del 2023 le diagnosticaron cáncer y recuerda cómo en esos días Mariana la abrazaba y le daba fuerzas.
-Vamos a salir adelante, sos una luchadora -le decía-.
María recuerda que sentía miedo esos días de morir y dejarlos y cuatro días después la estaba velando, reflexiona.
-Esa noche de Navidad sacó muchas fotos y me abrazaba para darme ánimo.
Durante todo este año, María se sometió al tratamiento de su enfermedad y pudo vencerla.
-Ella vive en mí y estoy segura de que me dio la fuerza que necesitaba. Una mitad de mí quería irse con ella y la otra quedarse.
A María la mirada se le apagó esa noche, luego de saludar a su hija y desearle felicidades. No hay señales, por ahora, de que sus ojos vuelvan a brillar. Un poco de esperanza se asoma cuando le pido que me diga cuáles son hoy sus prioridades y no duda un segundo: su hijo Lucas y luego cuidarse ella. Confiesa mientras transcurre la charla que le gusta hablarle a Mariana todo el tiempo.
-Voy a su pieza y le hablo, le aviso que me voy y que llegué.
Me dan ganas de decirle: María, tenés permitido eso y mucho más. Todo lo que te haga bien es bienvenido. Pero no se lo digo. Ella lo sabe mejor que todos nosotros.
Esta Navidad, como las que vendrán, serán iguales como todos los días, a partir de aquella Navidad del 2023, iguales. A decir de María, le parece que vive en "slow motion", y sonreímos las dos por la ocurrencia. Pero sí, la agonía lenta y profunda no tiene otra sugerencia.
Y como una línea fundamental de supervivencia, en momentos que decae surge la fuerza y ella tiene mucha fuerza y lo demuestra. Me dice que tiene esperanza y que va a seguir de pie por Mariana, también por Lucas y para que esto no vuelva a pasar.
Por momentos se reparten las fuerzas, cuando uno cae el otro lo levanta. Se miran y se contienen. Hablan de Mariana en presente porque nunca dejarán de ser cuatro. Preparando mi despedida, revisamos las formas de aquellos momentos y recuerdan que no recibieron mensajes ni condolencias de las autoridades.
Hay lugares donde Mariana vive en el arte: un mural en el Parque Central, o en sus dibujos en una esquina de la Arístides. Pero ella era de Godoy Cruz, enfatiza el padre.
Me voy y los dejo en el grupo de los vulnerables. Pertenecen a los que de un momento a otro solo la justicia les puede acercar algo de paz, sin pretensiones, solo para poder seguir viviendo el día a día con el dolor a cuestas.
Como advertencia, María me pide que avise que si alguien escucha que disparan al aire en estas fiestas para festejar, que denunciemos. Tal vez el que lo hizo lo vuelva a hacer. Tal vez puedan, ahora sí, en paz despedir a Mariana.