La Argentina se debate en un largo camino de decadencia y se enfrenta a dos opciones. O lo sigue transitando administrando más o menos del mismo modo, como se viene haciendo hasta ahora. O busca torcer las direcciones que garantizan la caída a través de opciones no exploradas.
Un banquete con exquisiteces y platos nauseabundos
"El negocio de inventar deportes, o el de crear dentro de ellos variadas categorías, tiene también traslado al negocio de inventar artificialmente nuevos clubes, generalmente resultantes de escisiones domésticas. Así el deporte llegó a tener un número mayor de comensales que de comestibles"
Dante Panzeri, "Burguesía y gangsterismo en el deporte" (1974)
El fútbol es el deporte de mayor magnetismo inventado por el ser humano. El fenómeno planetario que el mundial genera cada cuatro años lo demuestra. Muchas personas tienen afición por otros juegos, pero la gran mayoría comparte la atracción futbolística. Porque el fútbol posee algo que lo hace único: es la única disciplina deportiva donde puede ganar el que jugó peor. No sólo como en David y Goliath se abre la posibilidad de que el más débil sea el triunfador, condición que comparte con otras actividades, sino también, y esto es lo distintivo, quien juega más deficientemente en cuanto a rendimiento durante los noventa minutos reglamentarios se puede llevar la victoria.
Hay partidos en los que un equipo ataca, domina, pero no logra hacer un gol y su rival, que resiste el asedio como puede, mete la pelota en el arco en la única posibilidad y gana el partido. Quien mejor definió al deporte de Messi fue una leyenda del periodismo argentino: Dante Panzeri. Falleció de cáncer a los 55 años, dos meses antes del Mundial de 1978, al que se había opuesto con tenacidad y valentía desde la prensa, poniendo incluso su integridad física en peligro. Panzeri publicó en 1967 un libro clásico, en cuyo título se cifra el enigma futbolero: "Fútbol, dinámica de lo impensado". No es casual, que en 1974 completara su obra literaria con "Burguesía y gangsterismo en el deporte", donde analizaba cómo la profesionalización se estaba comiendo al deporte. Dejaba de ser un juego para ser un negocio. Hoy, seguramente, Panzeri no estaría muy contento. Quizás no dejaría de valorar el desarrollo de los deportes de alta competición, porque era un gran admirador de la destreza deportiva, no sólo del fútbol, pero sería muy crítico de la suciedad naturalizada del deporte en su organización institucional. El proceso de la elección de Qatar como sede mundialista exime de cualquier explicación sobre esta mugre aludida. Lo interesante es que Panzeri de algún modo vio y denunció lo que se venía y murió sabiendo que la corriente era imparable. Era un individuo clamando en soledad.
"Fútbol, dinámica de lo impensado", además de que todavía se lee con enorme interés, es una definición perfecta. En un deporte donde se puede pensar y programar todo, incluso es muy bueno hacerlo, hay que comprender que los planes trazados estarán condicionados por lo "impensado". A su vez la palabra "dinámica" alude a la clave de todo deporte con pelota y, sobre todo, del fútbol: el movimiento, la destreza, la capacidad de dominar magistralmente el balón. Como bien define un talentoso político argentino en clave futbolera la gestión de gobierno: "vos podés preparar todo, llenar el pizarrón de flechas y dar instrucciones, como hacen los técnicos, pero después los rivales se mueven también, no estás solo, y te tiran abajo las teorías". Los "rivales", en este caso, es la realidad cambiante y diversa con la que se debe actuar.
Ver: Quincho: Cornejo casi candidato, y la pelea perdida de la "tolerancia cero"
Es significativo el epígrafe que Panzeri eligió para "Burguesía y gangsterismo en el deporte": "Algunos, adelantándose a todos, van ganando el desierto", un aforismo de Antonio Porchia, el autor de "Voces", una de las cumbres de la poesía argentina. Quizás estaba aludiéndose a sí mismo porque anunció lo que se venía y se quedó en un desierto. Este es el drama de los individuos. Pero algo distinto sucede, porque si no la historia sería estática, cuando hay cambios de ciclos, de épocas, y ya no es un individuo gritando en soledad contra la corriente, sino una generación, con todas sus diversidades e imperfecciones, colaborando en buscar caminos de cambio más que en denunciar sin esperanzas de éxito.
La Argentina se debate en un largo camino de decadencia y se enfrenta a dos opciones. O lo sigue transitando administrando más o menos del mismo modo, como se viene haciendo hasta ahora. El resultado es que los males se profundizan a pesar de la negación que muchos hacen de esto. O busca torcer las direcciones que garantizan la caída a través de opciones no exploradas. Yendo contra lo aceptado por todos a pesar del fracaso. Para esto se necesita coraje, planes claros y los gestores adecuados. El coraje será necesario porque los cambios de rumbo se hacen con conflicto y con escasa "licencia social". Es imprescindible explicitarlo aunque suene bien invocar consensos que, al fin, son en realidad negociaciones de intereses corporativos de quienes asientan su poder y triunfo individual o sectorial en el fracaso del conjunto.
Quizás un punto de partida sea animarse a dar ciertos debates sin los prejuicios de siempre, con datos confiables y con nuevas ideas. Por ejemplo, se ha instalado la apertura indiscriminada de universidades nacionales como un avance educativo. Se cree que con ese sólo gesto se mejora la educación. Los resultados obtenidos luego de haber ensayado esta receta están mostrando que no sucede tal mejoría y sin embargo se sigue con ese proceso. Se usan argumentos políticamente correctos, como poner supuestamente educación superior a disposición de todos, para esconder los verdaderos motores de esas creaciones. Lo curioso, y cuyo debate se rehuye, es que no se cumple con el motivo formal aducido, porque la Argentina tiene los más altos niveles de matrícula, pero los más bajos porcentajes de graduación de la región. Con datos para 2012 dados por Alieto Guadagni en "La educación argentina en el siglo XXI" (2015), que deben haber empeorado, nos enteramos que mientras en los países desarrollados la graduación para personas en edad de haber terminado una carrera superior llega de cada 100 a 57 en Australia y entre 46 y 50 en Nueva Zelanda, Finlandia y Portugal, 46 en Cuba, 23 en Panamá y 19 en Chile y México, en la Argentina ese número es 12. ¿Por qué entonces cuando se va a discutir este tema estos números no se ponen sobre el tapete de la discusión? Es interesante que sí se pide un dictamen del Consejo Interuniversitario Nacional (CIN) donde están rectores de universidades nacionales del estado. Es decir, quienes conducen esas universidades que tienen graves problemas de graduación. ¿No sería tiempo de incorporar alguna otra mirada externa al sistema para que el análisis y por lo tanto el resultado para el país sea más positivo? La autonomía universitaria fue propuesta con otros fines. Hay que recordar que las universidades las paga hasta el más pobre cuando compra un paquete de yerba. En un país con la conformación corporativa de la Argentina dejar algo en manos sólo de los propios interesados no registra resultados positivos. Al menos de 1810 en adelante.
A su vez y siguiendo con los datos de la OCDE dados por Guadagni, que deberían matar al relato, de cada 100 ingresantes en universidades argentinas se gradúan 43 en las privadas y 27 en las estatales. En Japón 91, en Alemania 77, en México 61, en Chile 60 y en Brasil 50. Un dato complementario que da Guadagni es que los crecimientos de graduación en los países con mejores resultados para la calidad de vida de sus habitantes se dan mayoritariamente en ingenierías y carreras científicas. Si se analiza el crecimiento argentino de oferta, matrícula y graduación se verá que vamos en sentido contrario. Se apunta a carreras que tienen mala salida laboral en general y mucho en humanidades, en medio de la mayor revolución tecnológica de la humanidad. Hay demasiados comentaristas, analistas, descriptores y pocos inventores y ejecutores.
En una escandalosa sesión que se cayó el jueves se estaba discutiendo en la Cámara de Diputados de la Nación la apertura de ocho universidades nacionales sustentadas en esa creencia, sin ninguna base ni dato serio que lo atestigüe, de que más cantidad es mejor y de que se necesita mayor número de instituciones superiores. Pues bien, la apertura de universidades de los últimos años ha ido acompañada del deterioro sostenido de la calidad y no se ha producido ninguno de los efectos esperados. Se esconde lo demasiado malo en algún efecto virtuoso, que siempre existe. Se invierte mucho más dinero sin resultados, pues se ha respondido, como está sucediendo ahora, a una satisfacción corporativa de grupos con predicamento y con escasa autocrítica. La realidad es que los motivos de esta inflación de casas de altos estudios se debe al reparto de botines políticos con sesgo clientelar y no a una real preocupación por los estudiantes y sus futuros, y con ellos el destino del país. Y para dirimir la pertinencia de las aperturas se le pregunta a las autoridades de las instituciones existentes. Ellas mientras claman por más presupuesto, con esas aprobaciones satisfacen justamente a quienes deben aprobárselo. En realidad los potenciales estudiantes son rehenes de las apetencias por los cargos, los presupuestos y las vidrieras para dar la batalla cultural y de adoctrinamiento que viene sucediendo a la vista de todos en la Argentina en los últimos años. Y lo peor es que esta situación se negocia políticamente con una parte amplia del espectro político y se avanza sin conciencia del daño que se hace en lo presupuestario y en la calidad a la educación existente. En la Argentina el sistema universitario (del cual muchos somos deudores agradecidos) es cada vez más grande, con más matriculados, con mayor inversión (hay que ser políticamente correcto para decirlo y no hablar de gasto) y con peores resultados en calidad y cantidad de egresados, sin entrar a hilar fino en qué disciplina se gradúa cada uno y que contribución puede hacer a la creación de la riqueza que le falta al país para salir de los escandalosos índices de pobreza. Todo esto es lo que explica también por qué la deliberación pública se hace casi sin datos de calidad y siempre aludiendo a relatos e ideologismos pero nunca a hechos concretos.
Se dan soluciones que no solucionan y que, paradójicamente, agravan los problemas. Y no es sólo en educación. Por eso hay que estar atentos a cada ley que sale del Congreso y estar pensando en cómo revertir sus efectos en el futuro inmediato. Cada universidad innecesaria son menos escuelas, más alumnos que no se alfabetizan y más docentes peor formados en las provincias argentinas. Es obvio que en ese bolsillo de payaso de lo que se invierte en educación lo que se malgasta es lo que falta en el lugar donde sería más necesario. Unos aprueban las apetencias de otros en un toma y daca pornográfico y la verdad es que eso va en detrimento del conjunto. Porque la torta a repartir en el mejor de los casos es la misma y el pedazo es más chico si se suman comensales. Y además, y esto es lo más grave, en el banquete que ya está servido y cuya comida se está pudriendo habría para todos si nos organizamos, ponemos orden, generamos información de calidad y gestionamos.