Todo indicaría que la Argentina está saliendo de un proceso con un liderazgo imperante que produce un miedo superior al poder real que detenta, sobre la base de un relato que día a día se deshilacha a medida que se lo contrasta con la realidad.
Revoluciones anónimas: la libertad sin libertadores
"Cansado de hacer concesiones estériles a los hombres públicos, hoy quiero hacerlas a la verdad, que también es princesa del mundo y gusta de homenajes... Para reanimar la fe, para alentar a los que desmayan, para abrir esperanzas de victoria y libertad... A ver si enseñando a conocer la verdad de las cosas sucedidas, se aprende a despreciar el poder quimérico de la opresión."
Juan Bautista Alberdi, El Gigante Amapolas (1842)
Hace algunos años el profesor Enrique Zuleta Alvarez nos advertía sobre la desgracia de que la política en la Argentina se hubiese transformado en una tecnología de acceso al poder ejercida por personas que no sabían para qué lo hacían. Es así como en los últimos veinte años de la casi hegemonía política de un mismo grupo, mientras se declama gobernar en nombre de los pobres creció sin parar la pobreza o en medio de una ferviente defensa de la escuela pública se consiguió en ese período un avance de la educación privada sobre el porcentaje del sistema que orgullosamente detentaba la estatal. Son sólo dos ejemplos, entre muchos, del divorcio entre los dichos y los hechos. Hay algo que falla. Quizás es que cuando no se siembra para el futuro y se vive preso en un presente deficientemente gestionado, con el sólo objeto de obtener y conservar el poder (algo imprescindible pero no suficiente), hay que apelar demasiado al pasado para justificar lo que se hace mal. Por eso los malos resultados se achacan a acciones de otros y no propias. Mucho relato y pocos datos.
Esa siembra del futuro consiste en tener buenos diagnósticos y planes sólidos para enfrentarlos. Por supuesto que después siempre el presente se anuda con una cuota importante de imprevistos, pero no es lo mismo llegar con los deberes hechos que irse a poncho. Quizás uno de los ejemplos más ilustres en nuestra historia fue desarrollado en el imprescindible libro de Rodolfo Terragno "Maitland & San Martín" (1998), que cuenta como el Libertador arribó al Río de la Plata antedatado de lo que se iba a encontrar como escenario. Había modelado su futuro en base a estudio y no caben dudas de que ese ejercicio fue crucial para su campaña. Mientras estaba en Europa tomó contacto con un plan de la inteligencia inglesa, urdido en gran medida con información recabada en el Vaticano proveniente de los jesuitas expulsados de América, desde la lejana Mendoza para ser más exactos. Ese proyecto le dio la información necesaria, que sumó a otras, para planificar su futuro y esa fue la razón de por qué hizo lo imposible para instalarse en el oeste de la actual Argentina a tiro de los pasos a Chile que usó en su campaña. No ha faltado el atolondrado que vio en esa trama la prueba de que el Libertador era un agente inglés, en vez de ver a un ilustrado en lucha contra el absolutismo monárquico imperante en Europa, que tenía la inteligencia de recabar la información de calidad en el lugar donde estaba reunida para garantizar el éxito de su empresa lejana. Prueba de que la buena información no es de izquierda o de derecha, monárquica o republicana, sino que puede ayudar a quien quiere modificar la realidad.
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En Valparaíso, Juan Bautista Alberdi escribió una de las joyas de la literatura argentina, su obra de teatro "El gigante Amapolas y sus formidables enemigos o sea fastos dramáticos de una guerra memorable". Críticos teatrales importantes como Luis Ordaz han determinado que fue un autor avanzado para su tiempo y que anunció el grotesco que tardaría años en llegar. Eso en lo literario, pero en lo político Alberdi preanuncia diez años antes la caída de Rosas (el Gigante Amapolas) y sobre todo la ineficacia, por desunión, de sus enemigos del Partido Unitario para hacerle frente. En la trama, la falta de cohesión se conjuga en un miedo paralizante hacia un ser que finalmente resulta ser un fraude, una gran construcción de paja que los ha tenido aterrorizados. Es memorable el monólogo del mayor Mentirola (no es casual el nombre) donde el mismo personaje toma la palabra por sí y por dos de sus camaradas, el capitán Mosquito y el teniente Guitarra, para hacer un consejo de guerra y en realidad decidir él solo en nombre de un aparente consenso. Por supuesto toma la peor decisión, la más cobarde y contraproducente: no enfrentar al Gigante Amapolas y retirarse. Finalmente ataca al Gigante un sargento y descubre que se trata de un muñeco que se desgrana al enfrentarlo. Da su testimonio final: "No, señores; yo no soy grande ni glorioso, porque ninguna gloria hay en ser vencedor de gigantes de paja. Yo he tenido el buen sentido del pueblo y el valor insignificante de ejecutar una operación que se dejaba comprender de todo el mundo. Si los generales y hombres de estado que nos han dirigido hasta aquí hubiesen comprendido lo que comprendía la generalidad más común, hace mucho tiempo que habríamos llegado al término de nuestras fatigas. ¡Compañeros! La patria ha sido libertada, sin que hayan intervenido libertadores. Saludad las revoluciones anónimas: ¡ellas son los verdaderos triunfos de la libertad!"
Será el entrerriano Urquiza quien derrote al dictador diez años después de ese monólogo. Es decir un federal que representa el reclamo del interior hacia un líder del Partido Federal que se había transformado en el máximo garante y defensor de sus intereses personales y de grupo: la economía concentrada de Buenos Aires. Lo curioso es que durante años había unificado a las provincias con un relato que se cayó finalmente y que Alberdi bosqueja muchos años antes con la maestría y la intuición de los grandes intelectuales. Para cuando se produzca la deposición del Gigante Amapolas verdadero ya estará encaminada en su concepción la Constitución Nacional y con ella la arquitectura de la Argentina republicana y liberal futura. ¿Quién la trabará durante años y la condicionará como ha hecho siempre? La poderosa y orgullosa Buenos Aires que ha tomado su poder del orden impuesto por Rosas durante su dictadura, supuestamente ejercida en nombre de lo "federal". Como vemos, si seguimos lo que está sucediendo hoy, la Argentina padece un eterno retorno, pues como ya nos advirtiera Carlos Marx "la historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa". La caída del rosismo fue un momento grandioso de la historia, con ilustres protagonistas, dramático, de verdadero cambio. Hoy estamos en una etapa farsesca, sólo es necesario leer las noticias.
Todo indicaría que la Argentina está saliendo de un proceso similar al que describe Alberdi en el "Gigante Amapolas", con un liderazgo imperante que produce un miedo superior al poder real que detenta, sobre la base de un relato que día a día se deshilacha a medida que se lo contrasta con la realidad. Y, sobre todo, produce una gran desazón la ineficacia de quienes deben oponerse a eso y diseñar un nuevo orden para salir de la decadencia.
La gran pregunta es si existe hoy en el país una generación como fue la del 37, con Alberdi y Sarmiento a la cabeza, para diseñar un futuro que luego la generación del 80 llevaría a su máximo esplendor poniendo al país, luego de una guerra civil a partir de 1820 y un gobierno autoritario de gran base popular como el de Rosas, en un proceso de consolidación republicana y democrática. Por supuesto que se trata de una metáfora, pues la historia nunca se repite igual, aún cuando sirva de inspiración el conocerla, algo que cada día parece suceder menos.
Se trata de una generación de mujeres y hombres que comprenda el presente y que abandone con decisión los caminos que han llevado al fracaso a una nación que parecía tener un futuro venturoso. La Argentina detenta el récord mundial de ser uno de los pocos países que crea pobres. Hay otros países más pobres, pero van mejorando. Parecería que un núcleo de la tarea por hacer está en una batalla cerrada contra la concepción corporativa de la vida nacional, donde el interés sectorial está sobre el bien común. Todo indica que hay un fermento subterráneo, desestructurado aún, quizás insuficiente, de personas que han advertido el agotamiento de un estado de cosas que avanza siempre hacia algo peor.
Quizás valga desarrollar algún ejemplo para entender cuál podría ser esa dirección, ese Plan Maitland, ese Gigante Amapolas que vale la pena conocer. No es un dato menor que cuando San Martín inició en 1817 su marcha hacia la libertad de medio continente era imposible pensar en una situación peor para su gesta o que cuando Alberdi concibió su genial obra teatral en 1842 nada hacía pensar en que Rosas podía perder su poder absoluto. Enseñanza de la historia: todo es provisorio y cambia. Y depende de voluntades individuales en algunos casos, conjugadas con impulsos colectivos que acompañan esos liderazgos claros. En general se parte de terrenos cenagosos donde la gran tentación de la mayoría es darse por vencida y abandonar la lucha "porque nada va a cambiar".
La magia de internet ha producido la ilusión en buena parte de la humanidad de que lo complejo es simple y que no es necesario hacer esfuerzo para desentrañarlo. En verdad hay cosas simples, espontáneas, en las que la mera disposición y una cuota adecuada de atención son suficientes para obtener el resultado. El cambio, funesto por cierto, se ha producido en creer que ciertos procesos que son complejos se han vuelto simples por obra y gracia de una tecnología. Más bien sería correcto decir que esa tendencia a la simplificación de lo complejo, siempre latente, con el advenimiento de internet y sus maravillas se incrementó. Hay un ejemplo que puede ser ilustrativo. Se ha hecho común decir que no vale la pena aprender una fecha de memoria porque se la busca en Google y ya está, el buscador da la respuesta sin fallas. Pero lo que es distinto es saber muchas fechas de memoria, no por ellas en sí, que todas estarán en Google, sino por las relaciones que se podrán establecer entre lo diverso. Eso es lo que ningún buscador proporcionará y es lo que puede dar el valor agregado que la ilusión de la falta de esfuerzo está escamoteando. Este estado de cosas es el caldo de cultivo ideal para los populismos de distinto signo que prometen paraísos sin esfuerzo. Por ejemplo, la utopía de aprender sin estudiar ni tener clases, de tener déficit constante en la economía sin consecuencias inflacionarias y de pobreza y de progresar sin hacer mérito para hacerlo.
Es imposible no percibir la desesperanza de la gran mayoría de los argentinos y su descreimiento en que el futuro pueda cambiar. Las decepciones se han repetido. Como en tantos momentos de la historia en que nada parecía posible quizás haya que buscar el modo de tomar otros rumbos y gambetear a los garantes del fracaso para ver si de una buena vez los relatos ridículos dejan de ocupar el lugar de los datos necesarios para superar la decadencia.