¿El Estado es sólo el almohadón donde el monstruo escondido hace lo suyo? Es un error creer que el asesino es el cuchillo y no Jack, el Destripador.
Que el monstruo escondido en el almohadón no desangre más a la Argentina
"Y allí reside, en mi opinión, el nudo de la larga crisis de la Argentina, donde desde hace cuarenta años hay cada vez menos estado y más gobierno. Desde 1976 se viene demoliendo la maquinaria estatal, hasta llevarla a la situación miserable en que hoy se encuentra".
Luis Alberto Romero, "La larga crisis argentina. Del siglo XX al siglo XXI" (2013)
Uno de los personajes más misteriosos y atractivos de la literatura argentina (a pesar de haber nacido en Salto, Uruguay, en 1878) es Horacio Quiroga. Visitado fervorosamente en las escuelas de todo el país, varios de sus cuentos son joyas donde se conjuga la maestría narrativa con la simpleza. Es raro el estudiante argentino que no haya leído, si es que tuvo la suerte de alfabetizarse durante su educación, "A la deriva", "La gallina degollada" o "El almohadón de plumas" de "Cuentos de amor de locura y de muerte". Título que el autor escribió sin la coma después de "amor", aunque no falta la publicación donde se lo corrigen, desvirtuando el juego poético rítmico que buscaba al incitar al lector a una suerte de cabalgata desbocada de amor, locura y muerte. La vida de Quiroga fue espeluznante. Los escritores y críticos Beatriz Colombi y Danilo Albero-Vergara escribieron en un inteligente estudio para una antología quiroguiana: "Al abordar el estudio de Horacio Quiroga, cualquiera que sea el aspecto de su obra que se contemple, resulta casi inevitable ceder a la seducción de su biografía, lo suficientemente intensa, dramática y peregrina, como para crear una demanda casi impúdica de datos y sucesos, detalles y precisiones, simetrías y reiteraciones, semejante a la inquietud que despierta su escritura". Su vida fue una sucesión de desgracias: su padre se suicidó, él mató accidentalmente de un balazo a un gran amigo, su primera mujer se suicidó a los 25 años, él mismo terminó con su vida luego de un diagnóstico de cáncer de próstata y, tras su muerte, sus tres hijos se suicidaron. Sus amigos Alfonsina Storni (su amor imposible) y Leopoldo Lugones también se quitaron la vida. Tuvo amores contrariados, siempre con mujeres muy jóvenes. La madre de sus dos primeros hijos fue su alumna. Luego, otra joven discípula fue alejada por sus padres para evitar la relación. La madre de su tercera hija era compañera de estudios de su hija mayor y no había cumplido los veinte años cuando se casaron. No lo pasó nada bien a su lado y terminó abandonándolo. Quedó solo y enfermo, viviendo en la selva misionera, hasta que regresó casi agonizante a Buenos Aires, donde murió en 1937 tomando cianuro.
Colombi y Albero-Vergara agregan sobre al autor de "Cuentos de la selva": "Su historia personal contiene una cuota de ‘efecto' que él requería para sus cuentos y puede llevarnos a sospechar, además de las fatalidades que todos conocemos, un diseño premeditado: una vida rica en experiencias para alimentar una literatura rica en efectos". El concepto de "efecto" está tomado de otro maestro, Edgar Allan Poe, y alude a esa fuerza, ese impacto, esa voluntad que el escritor dirige hacia el lector para atraerlo y seducirlo, ya sea por "el corazón, el intelecto o (más generalmente) el alma", según enumera el estadounidense.
La vida rica en experiencias de Horacio Quiroga le sirvió para dar a luz cuentos extraordinarios, como "El almohadón de plumas". En su análisis sobre el género cuentístico él mismo plantea que el cuentista debe saber a dónde va y que esa dirección condiciona su punto de partida. En esa creencia de lo importante que son los inicios, ese texto ejemplar comienza con enorme eficacia narrativa: "La luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer". Lo que en ese matrimonio parecía una dicha perfecta pero contenida es invadida por la enfermedad de Alicia. Llevan tres meses casados. Ella se va deteriorando y Jordan consulta médicos para intentar curarla. Se agrava y ya no logra levantarse de la cama. Lo que había sido un amor discreto se transforma en un infierno agónico, ineludible, asfixiante. Cuando finalmente Alicia muere, descubren unas manchas de sangre. La almohada está pesada y la abren: "Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca. Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente la boca -su trompa, mejor dicho- a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón sin duda había impedido al principio su desarrollo; pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia".
La Argentina por momentos se parece a Alicia. En sus comienzos míticos era un ser expectante, feliz, con amor, lleno de ilusiones, con un pasado y presente venturosos. Pero enfermó sin que se atinara a dar un buen diagnóstico para mejorarla. Todos tienden a buscar lejos las causas, afuera, con culpables ajenos. No se revisan las entrañas, lo cercano, los propios impulsos, acciones y omisiones. Pero es quizás allí donde habita el monstruo que chupa la sangre y lleva a la desgracia: en un almohadón de plumas donde los argentinos apoyan todos los días sus cabezas.
Ese ciclo parece haber estallado. El estallido ha sacado a la luz un monstruo que ha ido matando de a poco: el corporativismo. Los intereses de grupo que se anteponen al bien común. Una vez que ellos satisfacen sus propios anhelos, ambiciones y hambres dejan al país con una situación de pobreza y deterioro que va en sentido contrario a las intenciones explicitadas. Si las acciones corporativas fueran tan virtuosas como ellas mismas aseguran, el país estaría rebosante y sano. Por eso cada una, para esconder sus propias prebendas y privilegios, echa culpas y ve la paja en el ojo ajeno. Mientras, el territorio nacional se puebla de pesadas vigas.
En su breve y notable ensayo "La larga crisis argentina. Del siglo XX al siglo XXI", el historiador Luis Alberto Romero plantea en 2013 conceptos que hoy adquieren enorme relevancia por el cambio de clima cultural presente: "Un buen ejemplo... fue el fracaso del proyecto gubernamental de seguro de salud único, bloqueado por los sindicalistas en favor de las incipientes obras sociales, que tomaban como modelo el Hospital Ferroviario. A principios de la década de 1940, la Unión Ferroviaria, modelo de sindicato gestionado por socialistas, había construido su Hospital Ferroviario. Desde 1943, obtuvo de Perón concesiones varias; afiliación obligatoria de todos los trabajadores del sector y descuento obligatorio por planilla. El ejemplo cundió... lo que hizo fracasar el proyecto de seguro de salud que por entonces impulsaba el ministro Ramón Carrillo... Cada sindicato tendría, a la larga, los beneficios sociales que pudiera pagarse con los aportes de sus afiliados o con las contribuciones patronales que pudiera negociar. El estado se plegó ante el vigor del interés corporativo, pese a que este régimen no equitativo ponía en cuestión la propuesta de la justicia social. Puede vislumbrase aquí el comienzo de la combinación de un estado con alta capacidad de intervención y de distribución de franquicias y prebendas, y a la vez con escasa capacidad de acción autónoma frente a los intereses que él mismo alentaba".
Romero luego describe la expulsión del centro del poder de los sindicatos, la proscripción del peronismo, la resistencia, pero remata: "Esta historia, espectacular y heroica, tuvo otro costado menos visible pero igualmente importante. Luego de 1955 el estado conservó y acrecentó los instrumentos para intervenir en la economía y la sociedad. Su capacidad para regular y conceder franquicias... estimuló el fortalecimiento de las corporaciones: las sindicales, que recuperaron la ley que regulaba sus privilegios; las profesionales, que avanzaron en la colegiación, y las patronales, desagregadas para la defensa de intereses sectoriales y agregadas para los grandes combates sobre políticas estatales... el estado adoptó permanentemente decisiones coyunturales para enfrentar los ciclos económicos -devaluaciones, retenciones y gravámenes- que pusieron a las corporaciones -en particular las distintas organizaciones patronales y sindicales- en estado de permanente movilización para presionar, defender y negociar". El historiador suma en estas pujas a las otras dos corporaciones que tallaban en aquel tiempo, la Iglesia y el Ejército, y arriba a su conclusión: "El estado se fue desgarrando en esta puja y no pudo defender un interés general que trascendiera los intereses corporativos".
Allí está el almohadón de plumas que ha desangrado a la Argentina. La pregunta es: ¿el monstruo chupasangre es el estado, como parece creer el presidente Javier Milei con una visión reduccionista, o son las corporaciones? ¿O el estado es sólo el almohadón donde el monstruo escondido hace lo suyo? Es un error creer que el asesino es el cuchillo y no Jack, el Destripador. Los gobiernos, según la hipótesis de Romero, la "casta" política, debilita al estado en favor de las corporaciones que se financian de ese cuerpo debilitado. Mientras cada grupo tira desde sí y casi todos miran para otro lado sin atender el origen de la desgracia, el monstruo corporativo chupa y chupa la sangre del país hasta dejarlo seco. Ese es el esquema de poder que ha llevado al fracaso y la decadencia. La menguada Ley de Bases y el mega DNU es el intento de ir contra ese chupasangre corporativo de mil cabezas. Por eso deben preocupar los recortes sufridos. La mayoría esconde un interés corporativo, disimulado en ideales justos.
Romero remata su análisis: "En los países más normales, el estado suele ser el ancla que limita las improvisaciones y arbitrariedades de los gobiernos. Y allí reside, en mi opinión, el nudo de la larga crisis de la Argentina, donde desde hace cuarenta años hay cada vez menos estado y más gobierno. Desde 1976 se viene demoliendo la maquinaria estatal, hasta llevarla a la situación miserable en que hoy se encuentra. Este proceso, paralelo al del fortalecimiento del gobierno y del presidente, se profundizó en los años de los Kirchner, pese a su discurso estatista. La escasez también modera las arbitrariedades de un gobierno, de modo que, paradójicamente, los problemas de gestión se agudizan con la abundancia. El gobierno atemperó con masas de subsidios cada uno de los problemas específicos que reaparecen con toda su magnitud cuando el fin de ciclo está a la vista: el transporte, la seguridad, la energía, los subsidios, las estadísticas, los dólares, la deuda externa impaga, e incluso la proliferación de prebendados y una importante corrupción. Hoy el estado no sólo es incapaz de modificar las condiciones sociales de la Argentina de la crisis; tampoco puede manejar sus cuestiones específicas. El mundo de la pobreza se formó durante las cuatro décadas de la larga crisis argentina y explotó cuando la emergencia de 2001 puso a los pobres en el centro de la escena. Es la parte más visible y dramática de la crisis argentina, y el mejor indicador de la eficacia de los gobiernos".
El análisis de Romero de hace diez años es tan estremecedor como el cuento de Quiroga. Ojalá quienes hoy están en el gobierno, con el presidente Milei a la cabeza, alcancen a comprender que el problema son los malos gobiernos condicionados por el poder corporativo. Es un buen y fuerte estado, no su ausencia, lo que permitirá ganar la batalla. La bala de plata debe apuntar al corazón del problema: la financiación corporativa. Estos seis meses de gestión mileista han sido un magnífico laboratorio político para aprender a hacer la faena. Algunos retrocesos y concesiones deben ser revisados para frenar la hemorragia.
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