Mendoza viene hace algunos años perdiendo su instinto de supervivencia. No porque todos los cambios propuestos estén bien, sino porque al impulso para mejorar algo que está mal se le suele contraponer el quietismo, el no hacer nada.
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El domingo 30 de mayo de 2004 escribí una columna donde contaba lo sucedido en uno de los hoy míticos almuerzos del Consejo Profesional de Ciencias Económicas. El entonces presidente de la Suprema Corte de Justicia, Jorge Nanclares, había revelado que Mendoza era la campeona mundial en litigios por habitante. Parece delirante, pero en ese entonces había en nuestra provincia una causa judicial cada cinco habitantes. La élite se había dado cita para escuchar a la máxima autoridad de la Justicia. El supremo trazó un muy severo diagnóstico donde repartió responsabilidades sobre todo de los otros poderes, victimizando al suyo por la presunta falta de recursos presupuestarios. El panorama era más o menos así: si por diversas razones crecía la litigiosidad (mayor criminalidad, crecimiento poblacional, complejización de las relaciones sociales y un largo etcétera) era necesario dotar al Poder Judicial de mayores recursos. Más personal, más espacio físico, mejores salarios, más juzgados, etcétera, eran la receta para salir del atolladero. Dentro de ese panorama se incluía como una suerte de autocrítica, pero siempre sujeta a causas ajenas, la lentitud de los procesos, la burocracia, es decir, la mala calidad del servicio. "Tenemos una Justicia saturada, con leyes de hace 50 años", sentenció Nanclares. Un típico panorama donde se dice el qué, pero poco del cómo salir. Lo habitual entre nosotros.
La pregunta evidente era: si el problema es la litigiosidad, ¿cómo disminuirla? Era obvio que con la dinámica de funcionamiento de ese entonces, que siguió sin alteraciones durante muchos años a pesar del diagnóstico, nunca el crecimiento presupuestario iba a alcanzar al de las causas y por eso siempre la calidad del servicio iba a ser deficiente: caro y lento. El famoso bolsillo de payaso de nuestros estados municipales, provinciales y nacional donde, sin mejorar los servicios a los ciudadanos, hay una dinámica autosatisfactoria de crecimiento de los gastos de cada instancia estatal.
Ver el artículo completo aquí: Campeones mundiales de litigios
Vale la pena revisar el texto de hace casi veinte años y repasar la pregunta final de aquel columnista, lego en la materia pero dispuesto a investigar y cruzar datos de lo que venía sucediendo en ese contexto: "¿serán capaces la Justicia mendocina y la corporación de los abogados de mirarse para ser más útiles a la sociedad? Por ahora parecen más ocupados en consolidarse como corporación pues les ha resultado claro que controlan el poder. Del otro lado, la corporación política mira absorta y todavía no atina a encontrar la punta del ovillo."
Siempre es bueno recordar el pensamiento del maestro Dardo Pérez Guilhou para contextualizar estos ásperos debates institucionales que cada tanto ponen en jaque la cultura política de nuestra provincia: "El mendocino por naturaleza, ha sido y es, fundamentalmente, un empírico que confía en su prudencia para resolver toda clase de problemas. Por cierto que este empirismo no constituye un puro oportunismo inmoral. Por el contrario, sujeta su conducta a grandes principios guiadores, pero siempre rehúye a lo exageradamente ideológico o reglamentarista. Su pragmatismo le enseña que, con pocas normas fundamentales, que respondan a buenos principios, nunca demasiado revolucionarios, puede desarrollar seguro su accionar, y, en los casos poco claros, la buena y circunstancial conveniencia lo guiará para deslindar lo complicado".
Ver también: Quincho: Cambios a la Corte Parte 2 sigue la pelea, interna del PJ, y más
En aquel hoy lejano 2004 Nanclares hablaba de cincuenta años de estancamiento legal en un ámbito con protagonistas muy notorios. Mendoza viene hace algunos años perdiendo su instinto de supervivencia. No porque todos los cambios propuestos estén bien, sino porque al impulso para mejorar algo que está mal se le suele contraponer el quietismo, el no hacer nada. Se juega a todo o nada y se consienten fallas flagrantes en nombre de presuntos grandes principismos, ideológicos y reglamentarias, al decir de Pérez Guilhou. Cuando aparecen esas sobreactuaciones, cada vez me pongo más desconfiado y empiezo a buscar dónde está encerrado el gato.
Para contextualizar el conflicto actual desatado por el envío de una ley del gobernador para modificar aspectos de funcionamiento de la Corte, sólo basta repasar lo sucedido entre 2004 y 2016 en el tema planteado por Nanclares para comprender que se dejó todo tal cual estaba, agravando la situación con el mero paso del tiempo. Aquella saturación judicial denunciada con el campeonato mundial de litigiosidad se mantuvo rozagante, fresca, vital hasta que en 2017 se impulsó desde el Ejecutivo, por ejemplo, una reforma en la justicia laboral con que bajó el ingreso de las 19.542 demandas laborales de ese año a 10.352 en 2018, disminuyendo 52,71% los juicios en el mundo del trabajo. Además esos conflictos antes se resolvían en un promedio de cuatro años y hoy lo hacen en menos de uno. Los juzgados laborales de un plumazo disminuyeron su labor a la mitad, con lo cual evidentemente pueden hacer lo que les quedó mucho mejor y más rápido. Esa tendencia en baja se ha mantenido, porque como es una reforma estructural llegó para quedarse. Exactamente una muestra de lo que reclamaba en la columna de 2004. Los ciudadanos debimos esperar doce años de no hacer nada. ¿Cuánto dinero se malgastó en ese lapso? ¿Qué cosas se podrían haber hecho en favor de la justicia mendocina con esas cifras millonarias? ¿Esa mala praxis de años garantiza que los cambios propuestos ahora están bien y son todos correctos? Por supuesto que no, hay que analizarlos, pero al menos requiere que se observen con detenimiento los argumentos y se los contextualice y determine desde qué posiciones se hacen. Ya que alguien haya solucionado virtuosamente con una reforma del Código Procesal un problema que dentro de la Corte tenían tan claro hace dos décadas debería llevar al menos a darle el beneficio de la duda y un crédito. Y no ha sido el único de los cambios, también los ha habido en otros códigos, todos con provecho para el ciudadano.
Un aspecto que debería ponerse en el centro del análisis es lo que planteaba en mi vieja columna: la actuación corporativa. A futuro será bueno hacer una columna para desmenuzar ese tema específicamente porque es crucial a la hora de ver cómo actúan las minorías intensas y sus impulsos conservadores dentro de las corporaciones. Es indudable que este debate ha quedado circunscripto a abogados. Tiene un aspecto técnico que lo hace razonable, pero por experiencia sé que bien explicado todo mortal puede entender ciertas razones y opinar con provecho. Comprobar con evidencias estadísticas cómo se mal distribuyen las causas con el actual sistema, el llamado Forum Shopping, no ha sido física cuántica.
Finalmente hay un tema interesantísimo que daría para largas discusiones filosóficas, donde los miembros de la corporación en nombre de la "especialización" mantienen posiciones restrictivas. Justamente se ha puesto en cuestión que el sorteo de los que intervendrán en las causas afecta la especialización de las salas, que daría mayor competencia a las sentencias al ser hechas por quienes se dedican a un tema específico. Haciendo memoria recordé el fallo más célebre de la ex integrante de la Corte Aída Kemelmajer de Carlucci. Fue aquella interpretación constitucional del artículo 221 de la Constitución de Mendoza que durante años hizo virtualmente imposible reformar la Carta Magna hasta que otro fallo reciente corrigió lo que muchos consideran un grave error, quizás motivado por las circunstancias políticas de 1987 y el deseo de reelección de José Octavio Bordón. En aquella circunstancia Kemelmajer, reconocida eminencia del Derecho Civil, fundamentó y sentenció sobre aspectos constitucionales sin ser constitucionalista.
Y aquí estamos, como siempre desde que Mendoza es Mendoza. Algunos tratando de cambiar para mejorar y otros vetando y conservando, aún lo malo. Por suerte, a la larga los cambios se producen. Porque, el movimiento se demuestra andando, ¡ea ea pe pe! Y sumbudrule.