Un evento reciente en Mendoza reunió a oradores para disertar sobre la felicidad. El espectáculo me llevó a reflexionar: todos queremos ser felices, pero está claro que el camino no es tan simple.
La felicidad no se construye en un día
Durante tres días, en un evento realizado en la Ciudad de Mendoza, un grupo de personas se abrazaba, sonreía y agradecía con entusiasmo, mientras el intendente local oficiaba como anfitrión. Que los diarios destacaran el "Congreso Internacional de Felicidad" me inquietó y me llevó a reflexionar sobre este asunto tan complejo: la felicidad. ¿Qué es lo que nos hace felices y completos en esta vida? Sabemos que la felicidad es un estado, no una condición permanente, y nos apoyamos en esa idea. Estamos, no somos, felices por momentos. Esos instantes nos llenan el pecho y nos dibujan una sonrisa.
Entre las propuestas de este convite a ser felices se incluía contemplar el espectáculo de aguas danzantes en la Plaza Independencia, como si ese estado emocional tan difícil de atrapar estuviera tan cerca, esperándonos a la vuelta de una esquina.
Y -a modo bíblico- al tercer día del suceso, como una forma de ingresar al paraíso de la sonrisa eterna, una de las actividades de cierre en la agenda fue una visita a la Isla del Parque General San Martín. Ahí nomás imaginé los bondis repletos de gente "yendo". Una caravana de alegría subida en "los 200", sonriendo por la Avenida Emilio Civit, rumbo a nuestro pulmón verde, como una marcha improvisada.
Pero seguramente no debe ser así. No tan fácil. La felicidad, al menos la que debemos construir para hacer una ciudad feliz, requiere mucho más que encuentros bajo el pretexto de discursos inspiradores con capacidad limitada.
Porque si algo tiene la felicidad es que demanda esfuerzo y un compromiso colectivo. No es un lujo individual; es un estado que implica dar, compartir y, sobre todo, pensar en los demás. No hay lugar para el egoísmo cuando buscamos un bienestar que abarque a todos.
Y aunque sé que nadie nos prometió que nuestras vidas cambiarían con semejante aventura, pensé que, si nos lo proponemos, tal vez esa dicha la encontramos en cualquier momento del día.
¿Cuántas veces nos detenemos a pensar si somos felices o si estamos satisfechos con nuestras vidas? Seguramente muy poco. Pero imaginar esos momentos que nos hacen bien y procurar vivirlos debe ser, sin duda, un buen comienzo.
Quizás la felicidad se parezca más a:
-Un despertar en verano, como visitante de un pueblo que celebró una fiesta la noche anterior y caminar por calles vacías y soleadas que conducen al mar.
-Abrazar a un hijo con toda la fuerza cada vez que regresa y sentir la gratitud fundiéndose en ese gesto.
-Perderse en conversaciones interminables, mezcladas con risas y recuerdos.
-Abrir un vino para compartir.
-Reír hasta las lágrimas en una llamada con alguien especial.
-Llegar a casa y, sin pensar en el cansancio, salir a pasear con quien te esperó todo el día.
-Saber elegir paltas.
-Tener siempre algo dulce escondido para emergencias.
-Que los análisis médicos salgan bien.
-Cruzar una plaza y no detenerse.
-Celebrar que tu hija se reciba.
-Sentir ganas de perdonar.
-No saber dónde está tu ombligo porque nunca te lo mirás.
-Aprender a olvidar lo que merece ser olvidado.
-Recordar los buenos momentos y sonreír al hacerlo.
-Por los que ya no están y por los que no volverán.
-Llorar con la certeza de que estaremos bien.
-Que te despierten de la siesta con un mate.
-Saber elegir el regalo perfecto.
-La música, la brisa, el sol y, después, la lluvia.
-Hacer promesas en una tarde y cumplirlas en una noche.
-Un viaje.
-Un regreso.
-Un sueño.
-Agradecer.
-Valorar.
-Vivir.
-Hoy.