Los argentinos son muy afectos a las restauraciones, desconociendo que no existen casos exitosos en la historia porque el cambio es el motor histórico. Y si bien hay retrocesos, nunca hay vueltas atrás.
Muchos Onetti y Dolly para que no se hagan los boludos
"Pero si yo no luchaba contra aquella tristeza repentinamente perfecta; si lograba abandonarme a ella y mantener sin fatiga la conciencia de estar triste; si podía, cada mañana, reconocerla y hacer que saltara hacia mí desde un rincón del cuarto, desde una ropa caída en el suelo, desde la voz quejosa de Gertrudis; si amaba y merecía diariamente mi tristeza con deseo, con hambre, rellenándome con ella los ojos y cada vocal que pronunciara, entonces, estaba seguro, quedaría a salvo de la rebeldía y la desesperanza."
Juan Carlos Onetti, "La vida breve", novela de 1950
No es casual que dos lectores tan refinados como Mario Vargas Llosa y Ricardo Piglia hayan dedicado libros enteros al uruguayo Juan Carlos Onetti. En ambos casos se trata de obras ensayísticas originadas en clases dadas en universidades. El premio Nobel peruano sintetizó la importancia de la obra onettiana en su libro "El viaje a la ficción" (2008): "El tema de la ficción y la vida es una constante que, desde tiempos remotos, aparece en la literatura y, además de las obras que ya he citado -el Quijote y Madame Bovary-, muchas otras lo han recreado y explorado de mil maneras diferentes. Pero acaso en ningún otro autor moderno aparezca con tanta fuerza y originalidad como en las novelas y los cuentos de Juan Carlos Onetti, una obra que, sin exagerar demasiado podríamos decir está casi íntegramente concebida para mostrar la sutil y frondosa manera como, junto a la vida verdadera, los seres humanos hemos venido construyendo una vida paralela, de palabras e imágenes tan mentirosas como persuasivas, donde ir a refugiarnos para escapar de los desastres y limitaciones que a nuestra libertad y a nuestros sueños opone la vida tal como es".
Las líneas que encabezan esta página las dice en su obra maestra "La vida breve" Juan María Brausen, el personaje que mientras vive una existencia gris de fracasos amorosos y profesionales urde una novela donde proyecta su personalidad. El doctor Díaz Grey es su asimétrico alter ego. El relato de Onetti va entrelazando esas dos historias, la del propio Brausen y la de la novela imaginada por Brausen. A su alrededor progresa una galería de personajes que van interactuando con los protagonistas centrales para desarrollar los argumentos, entrelazados con magistral habilidad por el autor. De ese modo su relato parece ser una realidad y el otro una ficción, cuando en realidad son ambos ficciones. Esa urdimbre perfecta, escrita con un estilo inconfundible, con una prosa refinada y recia de oraciones largas y crueles descripciones le permite a Onetti reflexionar sobre la condición humana. Había aprendido el oficio de su gran maestro, el estadounidense William Faulkner, del que Borges en 1938 escribió que era el último novelista que reunía dos condiciones que raramente se daban juntas en una misma persona: la preocupación por los procedimientos de la novela y el destino y el carácter de los personajes. El estilo, la construcción literaria, y la profundidad de la indagación en los secretos de la existencia humana. Todos estos escritores son hijos de dos tradiciones: Cervantes y Shakespeare. Borges reservaba esa doble condición para muy pocos narradores, con Joseph Conrad a la cabeza. Lo cierto es que Onetti fue sin dudas otro de esos extraños especímenes. Sin embargo, no congeniaron en lo más mínimo cuando el gran crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal lo presentó a Borges en una cervecería de la calle Florida. Vargas Llosa especula incluso que Borges nunca leyó a Onetti. En 1980, cuando el argentino fue jurado del premio Cervantes, por haberlo ganado el año anterior, votó por Octavio Paz contra el uruguayo. Ese año ganó Onetti y al siguiente Paz obtuvo el máximo premio del habla hispana. Eran sin dudas dos de las voces mayores de la lengua, más allá de cualquier valoración individual, incluso la de Borges.
La lección de Onetti en la cita de "La vida breve" del inicio de esta página es inquietante. Para no caer en las trampas paralizantes de la rebeldía y la desesperanza el personaje sabe que no sólo debe luchar contra la tristeza sino que debe vivirla conscientemente con deseo y con hambre, con intensidad vital. La tristeza está presente y marca la existencia de Brausen, pero el hombre está en lucha con ella y el modo de dar esa batalla es enfrentarla haciendo que salte hacia él desde los pequeños rincones de la existencia para no olvidarla. Allí está la obra de Onetti para que los lectores la disfruten. Incluso Vargas Llosa confiesa que para sus cursos de 2006 en Georgetown University la leyó completa para descubrir que había una continuidad esencial en esa construcción de mundos paralelos de los propios personajes literarios en la búsqueda de un escape que les permitiera afrontar sus duras existencias.
Quizás esto es lo que sucede con los llamados "relatos" de la política de los países. De allí que la maestría, la calidad, la solidez, la integridad con la que estén construidos puede colaborar en el desarrollo de las naciones y en el bienestar de sus ciudadanos. Y, como contrapartida, la mezquindad, la sordidez, las falsificaciones, la malicia con que esos relatos vean la luz es determinante también para la marcha de las sociedades.
La Argentina vivió durante años la falsificación kirchnerista donde se supuso que con elaborar relatos y hablar de "la década ganada" era suficiente sin tener en cuenta que mientras ese grupo "ganaba", la totalidad de los indicadores de ganancia iban mal: educación, salud, justicia, honestidad, institucionalismo, republicanismo, democracia, pobreza y la lista podría extenderse. Hoy no es tan complicado reconstruirlo y salvo que se quieran omitir datos duros de la realidad se puede arribar a la conclusión de que esa deriva fue funesta para la gran mayoría de las personas concretas. El largo proceso de esta nueva versión del peronismo llevó a resultados nada alentadores, pero aún así muchos siguen reivindicándolo e, incluso, plantean la necesidad restauradora de volver atrás y retomar esa senda. Los argentinos son muy afectos a las restauraciones, desconociendo que no existen casos exitosos en la historia porque el cambio es el motor histórico. Y si bien hay retrocesos, nunca hay vueltas atrás. Tarde o temprano se vuelve a la senda que el transcurso del tiempo impone a los seres humanos. Por eso los movimientos más virulentos y crueles de restauración suelen ir acompañados de una ignorancia histórica supina y funcional a sus programas. No es casual que las pretendidas restauraciones falsifiquen un pasado para justificarse. Y que recurran junto a esa intensa falsificación a un olvido selectivo de sus propias historias.
Sin dudas que un tema central de la obra de Onetti, como la de todos los grandes escritores, es el tiempo. De ahí esa superposición de experiencias advertida por Vargas Llosa. Porque el arte suele trabajar con esa materia, la más humana, la que no deja a ningún ser afuera. Las obras artísticas indagan en la naturaleza temporal. Por esta consideración es que se hace tan importante evaluar la calidad de los relatos. Sobre todo, y esto es lo esencial, porque el orden de la realidad funciona no sobre lo narrado sino sobre lo concreto y real. Un ejemplo: toda ley es producto de ese mundo abstracto que se puede escribir, analizar, discutir, rebatir, narrar. Pero su aprobación no implica que algo cambiará en la realidad si no aparece quien la aplique. Sólo cambia cuando alguien, con osadía y coraje, se atreve a hacer que la ley se cumpla y produzca efectos concretos. Ejemplos de esto: la Ley 1420 de 1884 sobre educación, aprobada en tiempos de Roca bajo inspiración sarmientina, tenía un objetivo primordial: que todos pasaran por la escuela primaria. Debieron transcurrir casi cien años para que esto se cumpliera. Otra: una reciente desregulación que impide el disparate consistente en que Sadaic recaude compulsivamente en fiestas privadas, como casamientos y cumpleaños, hoy está vigente. Mendoza reglamentó la ejecución y sin embargo hay particulares que debieron ir a la Justicia para que les devolvieran cobros indebidos. Y lo más grave es que los salones sigue pasando sus presupuestos desligando responsabilidad en ese cobro absurdo. Total lo pagan sus clientes. Incluso hay algunos que avisan a la oficina zonal de Sadaic para que estén al tanto de que habrá un festejo. En vez de proteger a su cliente aplican la filosofía nacional: "¿Yo? Argentino." Que en criollo significa hacerse el boludo en la medida en que no te afecte. Y en este caso afecta, porque lo lógico sería que un empresario cuide a su cliente, no a quien le quiere cobrar indebidamente algo.
Ver: El Gobierno nacional desregula la cultura y frena el monopolio de SADAIC
La síntesis es que es imprescindible bajar la inflación, tener superávit fiscal, evitar los piquetes, desregular una economía hiperregulada a costa de los ciudadanos para beneficiar intereses corporativos, pero se requieren además funcionarios y ciudadanos atentos que exijan la aplicación de la ley. No basta con los funcionarios si no hay una sociedad civil activa y una Justicia que actúe con celeridad y honestidad. Vale la pena analizar el caso Sadaic y las fiestas privadas en profundidad porque es modélico. Hoy la Argentina vive una etapa que genera mucho ruido. Muchas veces surge un relato tan macaneador como el kirchnerista pero de signo contrario. Pero sin dudas están abiertas las puertas para que haya cambios profundos. Porque por primera vez, por ejemplo, aparece alguien que dice "no voy a devaluar por el pretendido atraso cambiario, tienen que bajar los precios que subieron artificialmente quienes se cubrieron previendo un dólar a $3.000" (Toto Caputo dixit en el Foro de Inversiones mendocino). ¿Esto es cierto y aplicable? Sólo el futuro lo dirá o quizás algún día haya una inevitable devaluación. ¿Qué pasará con esos precios que hoy, como tantas veces, se han inflado para cubrirse? Los que los inflaron están nerviosos, seguramente porque cada vez venden menos. Obvio que algunas actividades que no cuentan con esos mecanismos están crujiendo. Pero al menos es original este planteo. Lo que sucede cuando se devalúa ya se conoce de sobra.
La sociedad civil estará a la altura cuando los que tienen salones de fiesta se alíen con sus propios clientes. Porque no es casual que todos se hayan cartelizado poniendo los pagos de Sadaic en sus presupuestos a cargo de esos clientes. También es cierto que con la historia nacional están justificados en no confiar. En este caso los juicios que están saliendo contra esa recaudación indebida deberían servirles de aliciente. Si no, es muy difícil avanzar y nada cambiará. Funcionarios, ciudadanos, lobbistas devaluatorios y beneficiarios del curro corporativo que chillan contra las desregulaciones deberían mirar con atención las obras de Onetti. Porque los relatos y las chantadas pasan en el mundo de la ficción. En el universo real, donde suceden las cosas, Onetti era un viejo vinagre que se pasó sus últimos años madrileños acostado en la cama sin salir a la calle, fumando, bebiendo y martirizando a su última mujer, la cuarta, Dolly Muhr. Curiosamente ella murió a los 100 años este viernes. Lo descubrí en internet cuando fui confirmar datos sobre ella. Al parecer disfrutó esa difícil relación con Onetti, al que cuidó y protegió durante años, según su propio testimonio. Le toleraba sus constantes infidelidades porque se las contaba cuando volvía a su casa. La obra onettiana deja en claro que hay muchos personajes y ficciones. Pero para que la realidad se mueva y dé productos que sirvan a todos hacen falta Onettis que escriban y también, sobre todo, sufridas Dollys que los aguanten.